Reino Unido puede cantar victoria. Después de cinco años de crisis, la economía británica se despierta con fuerza y crece a un ritmo anualizado del 5%. Una barbaridad, ¿pero es sostenible? ¿Y qué lecciones entraña esto para Europa?
El canciller del Tesoro británico, George Osborne, se presentó la semana pasada ante el Parlamento con un tono triunfante. La economía británica ha salido de la atonía. El desempleo desciende al entorno del 7,5 por ciento; el consumo se reactiva y, tras haber sufrido un ajuste brutal, los precios de la vivienda suben y se sitúan en unos niveles similares a los de la burbuja.
Incluso con los recortes, la economía británica crece, el paro baja, el consumo se reactiva y los precios de la vivienda se disparan
Y todo ello al tiempo que se impone la austeridad, por relativa que sea. Los ingresos del Fisco inglés han caído unos 190.000 millones de euros al año desde 2010, cuando el déficit se disparó hasta el 10 por ciento del PIB. Sin embargo, el desfase presupuestario se ha reducido hasta el 5 por ciento del PIB. Es decir, en Reino Unido se están aplicando recortes, e incluso así el consenso de los analistas cifra el crecimiento de la economía británica en un 2,4 por ciento para 2014, un ritmo sin parangón en la eurozona.
¿Qué ha ocurrido para que la austeridad funcione? Pese a estos números absolutamente insólitos en la mayor parte de las economías desarrolladas, el problema radica en si semejante despegue resulta sostenible. La productividad ha caído. Al margen del inmobiliario, la inversión no mejora. Y pese a la caída de la libra, las exportaciones no repuntan. Todo se basa más bien en la construcción y en el consumo. Y sin embargo los sueldos no están creciendo, lo que implica que se crece a fuerza de rebajar el ahorro y aumentar la deuda. Vamos, no digan que no lo echan de menos, esto tiene toda la pinta de una burbuja…
Claves para reactivar la economía
¿Y como se ha conseguido? Hay tres puntos clave: uno muy exclusivo de Reino Unido se halla en el papel desempeñado por la City. Alimentada por la impresión de billetes de los bancos centrales, la banca de inversión vuelve a hacer negocio.
Por otro, Reino Unido exige ahora que cualquiera sin formación estudie forzosamente si se acoge a un subsidio de desempleo. Si se rechazan varias ofertas, se pierde la prestación. Además, las empresas privadas cobran por colocar parados. Como consecuencia de todo ello, los salarios han bajado. Y gracias a esas rebajas de sueldos el desempleo se mantiene bajo.
Y, sobre todo, el banco central de Inglaterra ha ideado un sistema bautizado como Funding for Lending, por el cual cuanto más preste una entidad más le rebajan el coste de la financiación. Este esquema no ha mejorado la financiación a las empresas, pero sí ha contribuido a engordar el crédito hipotecario y al consumo. Tanto que el banco central ahora ha empezado a tomar medidas para enfriar el mercado inmobiliario. Al mismo tiempo, este plan ha sido reforzado por otra iniciativa, conocida como Help to Buy, consistente en que el Gobierno ayuda con garantías a los que quieran adquirir una vivienda.
Y de todo esto se pueden inferir dos lecciones claras para el caso de España y la eurozona. Una, que hay que continuar con las reformas en el mercado laboral. Los salarios en España ya se están ajustando. Así que las reformas pendientes en este campo más bien se concentran en las políticas activas, la formación, la prestación de paro y los servicios de empleo.
Y dos, un sector financiero que opere con normalidad respaldado por su banco central puede conseguir una reactivación, aun a pesar del entorno recesivo y la austeridad fiscal. Es decir, la lección para el euro estriba en que se puede combinar una política de austeridad y reformas con estímulos que eviten el enquistamiento de los crecimientos bajos. Las reformas tardan y suelen tener efectos contractivos. De hecho, cuando el canciller alemán Gerhard Schröder desarrolló su agenda Hartz de reformas permitió que el gasto se expandiese al tiempo que el BCE adaptó una política monetaria laxa, más acorde con la situación de Alemania que con la de la periferia.
La apuesta británica de crear burbujas para salir de la recesion es ciertamente arriesgada. Pero lo mismo puede decirse de la fragmentación financiera permitida por el BCE
Tal y como ha hecho el Banco de Inglaterra, el BCE está a tiempo de tomar medidas especialmente diseñadas para atajar los problemas de la fragmentación financiera entre el norte y el sur de Europa. En EEUU, el estado de California puede quebrar, pero ello no conlleva que a las empresas sitas en esa región se les cierre el crédito a cal y canto, impidiendo que la actividad se pueda trasladar de unos sectores a otros. Aunque el crédito global se restrinja y baje, algo sí que podría fluir hacia los sectores productivos.
En esto del crédito y las burbujas también hay grados. La apuesta británica de crear burbujas para salir de la recesión es ciertamente muy arriesgada. Pero se trata de un riesgo calculado y consciente ante dos amenazas que se ciernen sobre Europa y que pueden condenarla a años de empobrecimiento:
Una de ellas es la histéresis, que suele definirse como la tendencia de un material a conservar una cualidad. En economía, conforme una crisis se alarga, el paro se enquista y se torna estructural, de ahí el término histéresis. En tanto que la recuperación no llegue, los daños a la economía se hacen más permanentes. Se entra en un círculo vicioso de falta de inversión que convierte en obsoleta la tecnología y ocasiona retrasos en el I+D; de ausencia de formación y experiencia en la fuerza laboral; de jóvenes que no han logrado incorporarse durante demasiado tiempo al mercado de trabajo y de una inversión pública que desaparece al destinarse los recursos a las prestaciones sociales.
Y la otra amenaza se conoce como deflación o caída persistente de precios. Al comienzo de la crisis, la inflación se desmoronó como consecuencia del desplome de los precios de las materias primas. Pero ahora se basa en una caída de la demanda. Existe un exceso de capacidad por todo el mundo. En China, los precios industriales están bajando y ello ya representa de por sí una fuente de deflación global. Medido por la M3, el dinero puesto en circulación en Europa está cayendo, una señal inequívoca del peligro de deflación. Pero los miembros de BCE procedentes del norte no quieren levantar la presión, porque consideran que los países del sur pospondrían las reformas. Un hecho que ya ocurrió en Japón, donde hace dos décadas el banco central nipón se lavó las manos y reaccionó demasiado tarde bajo el pretexto de que los políticos eran quienes tenían que llevar a cabo las reformas.
En opinión de Alberto Matellán, director de Estrategia y Macroeconomía de Inverseguros, "la deflación es una consecuencia del excesivo endeudamiento, y hasta que este desequilibrio no se solvente, no se podrá reanudar la actividad con normalidad". Frente a unos países periféricos encerrados en una trampa en la que la deuda cada vez supone una carga mayor, la pregunta esencial es si el camino tomado por Londres no facilita que se pague antes la deuda, aunque sea con un crecimiento basado en burbujas.