Las promesas de Teresa Ribera con la luz valen tanto como las de Nadia Calviño con el PIB. O sea, casi nada. Las dos vicepresidentas -primera y tercera- enfilan la recta final de 2021 manteniendo el tipo, defendiendo lo indefendible por encargo del presidente del Gobierno. Ni los hogares acabarán el año pagando los precios de la luz de 2018, ni la economía crecerá tanto como estima la previsión oficial.
Por suerte o por desgracia para Pedro Sánchez, la única vicepresidenta con posibilidades aún de salvar la cara es la segunda y pertenece al otro 'bando' del Gobierno. A menos que Antonio Garamendi dé un portazo de última hora, por las presiones internas en CEOE, Yolanda Díaz puede sacar adelante un compromiso de mínimos sobre la reforma laboral.
Ni Calviño ni Ribera lograrán materializar lo que el líder socialista les obligó a prometer. La ministra de Transición Ecológica sostuvo este martes sin sonrojo que los españoles “pagaremos de promedio lo mismo [de luz] que en 2018”. "El cálculo del compromiso expuesto por el presidente del Gobierno está garantizado, sin ningún lugar a dudas de aquí al 31 de diciembre", afirmó en La Moncloa tras el Consejo de Ministros. A falta de números que cuadren, Ribera se aferró a la siguiente explicación: "Se ha reducido en un 96% la parte de los cargos para los consumidores y se ha aliviado la fiscalidad de la factura final que pagan los hogares".
2021 tenía guardado un suplicio inesperado para Ribera, bien conocedora de los engranajes del mercado energético, acostumbrada a desenvolverse bien en foros internacionales cuando era independiente, pero no tanto como emisaria de un Gobierno tan frágil. Si la ministra hubiera tenido argumentos, habría desmentido a las organizaciones de usuarios, que sí han demostrado con cifras que la luz será mucho más cara que en 2018. Para que la promesa de Sánchez se cumpliera, "el precio de la electricidad debería ser 0 durante todo el mes de diciembre", recuerda la OCU. Y los cálculos de Facua tampoco son, precisamente, optimistas. Según esta organización, un hogar con un consumo medio, sujeto al precio regulado, pagó en noviembre una factura de 115 euros, frente a los 70 abonados un año antes.
La propia ministra volvió a escudarse en que el temporal energético no azota sólo a España, que sufrirá este miércoles un nuevo récord de 291 euros por megavatio. Al contrario, más se pagará en Francia (346) o Alemania (295). Que la crisis del gas y la electricidad tiene dimensión global se sabe desde junio, cuando los precios empezaron a desbocarse. Por eso es tan incomprensible que Sánchez tardara casi tres meses en reaccionar (no tomó medidas hasta el 14 de septiembre); y, sobre todo, que hiciera una promesa cuyo cumplimiento no está en sus manos.
La obsesión de Sánchez por marcar la agenda o la incapacidad para afrontar los problemas están detrás de tantas promesas que no valen nada
Una bajada drástica y rápida de la luz sólo es posible si Hacienda aplica una rebaja contundente y prolongada de los impuestos, o si la tormenta amaina en los mercados internacionales. Y a estas alturas, ninguna de las dos hipótesis es factible. La primera, por culpa del elevado déficit público (acabará el año en el 7,9%, según la Airef). Y la segunda, por el horizonte que perfilan los contratos a futuro (los precios seguirán altos hasta junio, con el riesgo de crecer aún más en Europa si no cede la tensión entre Rusia y Ucrania).
La obsesión por marcar la agenda o la incapacidad para afrontar los problemas subyace tras esas promesas que no valen nada. Sánchez acaparó grandes titulares y miles de 'tuits' favorables cuando anunció, en 'prime time', que detraería los beneficios de las eléctricas para bajar la luz. Primero, las promesas. Y luego, la realidad: poco después de anunciar su plan de choque, Ribera tuvo que retocar algunas medidas dictadas por la improvisación.
El presidente también anunció a bombo y platillo en junio la puesta en marcha del PERTE del automóvil sin ser consciente, o quizás sí, de la complejidad que entrañaba un proyecto valorado en 24.000 millones de euros. La ministra de Industria, Reyes Maroto, ha tenido que sudar tinta para empujarlo y, aún así, arranca con seis meses de retraso. De hecho, ni siquiera están sobre la mesa los pliegos.
La última promesa que Sánchez no podrá cumplir es la primera que hizo. El presidente firmó en primavera un cuadro macroeconómico fulgurante que situaba a España a la cabeza de la recuperación en Europa. El resto de la historia es conocida: el líder socialista volvió a darse de bruces con una realidad cuyo paso lo marcan también fuerzas ajenas. En concreto, el virus que aún mantiene atenazados a miles de hogares y atascado el comercio mundial. Pese a todo, Calviño volvió a defender este miércoles unas previsiones que, a estas alturas, nadie se cree. Empezando, seguramente, por el propio Sánchez.