Alberto Carlos Garzón Espinosa, ministro de Consumo del Gobierno de España cuando se escriben estas líneas, es un malagueño nacido en Logroño, aparente contradicción que procede de la movilidad geográfica de sus padres (Alberto, de Málaga, e Isabel, riojana) por razones de trabajo: el padre del ministro se dedica a la enseñanza. Alberto llegó al mundo en octubre de 1985. Está a punto, por tanto, de cumplir 35 años. Está casado (su boda fue todo un bodorrio) y tiene dos hijos.
Es hombre de buena formación, sobre todo en economía, pero su trayectoria vital está marcada por su carácter. Garzón es básicamente tímido, poco dado a efusiones y alharacas, pero es hombre de reacciones repentinas que unas veces parecen cuidadosamente calculadas y otras no. Como tantos grandes tímidos que esconden un carácter impulsivo y hasta romántico, es ambicioso y a veces se empeña en cosas que están por encima de sus capacidades o, al menos, de la consideración que los demás le tienen. El primer ejemplo de esto que se detecta en su biografía está en su adolescencia, cuando intentó entrar en el modesto Club Deportivo Rincón, de la localidad malagueña de Rincón de la Victoria, donde entonces vivía su familia. Le gustaba mucho el fútbol, pero el resto del equipo no lo consideró apto y no le admitieron. Visto lo que ha ocurrido después, quizá fue un error.
Se matriculó en Empresariales en la Universidad de Málaga. No le dio tiempo a destacar ni a dejar de hacerlo: al año siguiente se cambió repentinamente a Economía. Inteligente, callado y a veces impenetrable, a los 18 años se afilió al Partido Comunista de España y a Izquierda Unida-Los Verdes (formaciones ambas que lideraba entonces Francisco Frutos) subyugado por la lectura de un libro de Julio Anguita, El tiempo y la memoria.
Es la primera vez en la historia de la democracia que un ministro del Gobierno arremete contra el jefe del Estado, le acusa de conspirador, de faltar a la constitución y considera su situación “insostenible”
Garzón ha callado no pocas cosas a lo largo de su vida, pero no ha ocultado jamás otras. Una de ellas es su convicción profunda y radicalmente comunista: ha dicho muchas veces que considera el capitalismo incompatible con la democracia, irreformable y contrario a la soberanía de los pueblos. Denostaba a Santiago Carrillo por haber “moderado” al PCE y por haber abandonado el leninismo, a la vez que presumía de que sin su partido “no se entendería la Constitución de 1978”, quizá sin darse cuenta de la enorme importancia que tuvo Carrillo en la recuperación de la democracia y en el consenso que llevó a la propia Constitución. La timidez de Garzón, que de vez en cuando se rompe en exabruptos y dentelladas verbales muy notorios, le llevó, por ejemplo, a publicar aquel tuit (luego borrado) en el que decía: “El único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto es… Cuba”. Es un ejemplo entre muchos más.
El republicano radical y visceral, el comunista no menos radical, el defensor explícito del derecho de autodeterminación, llamaba la atención en las cada vez más exiguas filas (pero aún muy bien organizadas) de Izquierda Unida. Sus contradicciones quedaban ocultas bajo la contundencia de sus frases. En 2011, año importante en su vida, Alberto Garzón fue elegido por primera vez diputado al Congreso, en las listas de IU de Málaga. Eso fue en octubre. Pero unos meses antes, en mayo, el callado pero impulsivo líder comunista volvió a caer fascinado, esta vez ante el fenómeno del 15-M. Un fenómeno que era ante todo transversal, aglutinador de muy diferentes maneras de pensar y, esto sobre todo, cualquier cosa menos ortodoxo y organizado en “cuadros”, que era a lo que él estaba acostumbrado.
El diputado más joven de la X Legislatura
Quizá el coordinador de IU en aquel momento, Cayo Lara (otro comunista clásico, de la vieja escuela), vio en las aparentes “innovaciones” políticas del joven malagueño un signo de modernidad y de nuevos tiempos, algo revolucionario que no podía sino fortalecer al partido y a IU. Más inquieto con el muchacho (porque era un muchacho) se mostró el predecesor de Lara, Gaspar Llamazares, mucho más pragmático y contemporizador que Lara y, al menos en apariencia, que el propio Garzón, el diputado más joven de la X Legislatura.
Pero ninguno de los dos podía imaginar lo que hizo Alberto Garzón cuando “tocó poder” dentro de Izquierda Unida. Elegido en 2015 candidato a las elecciones generales, se deshizo de Lara y de Llamazares (otro de los “mordiscos” repentinos del malagueño) sin contemplaciones. Es la vieja costumbre de los partidos de izquierda de “matar al padre” freudianamente y de no dejar viva ni su sombra. En 2016 fue elegido coordinador federal de IU, con la clara mayoría de los disciplinados votos de unas primarias con muy poca participación. Y casi a la vez anunció un acuerdo con Pablo Iglesias, líder de Podemos, para concurrir juntos a las elecciones. Izquierda Unida, como marca electoral y también como organización, empezaba a convertirse (y esto fue rápido) en una sombra, una ficción, un sueño calderoniano. Y no digamos ya el PCE. Garzón ocupó el quinto puesto por Madrid en la lista de “Unidos Podemos”. Salió elegido. Y volvió a su acostumbrado silencio mientras su antigua formación política no dejaba de perder votos, peso e influencia. Y desde luego ánimos.
Elegido en 2015 candidato a las elecciones generales, se deshizo de Lara y de Llamazares sin contemplaciones. Es la vieja costumbre de los partidos de izquierda de “matar al padre”
Tras las elecciones de noviembre de 2019, el socialista Iván Redondo logró en pocas horas lo que hasta ese momento, y durante meses, había resultado imposible: formar un gobierno de coalición con Podemos, formación en la que las caras estaban desencajadas porque habían perdido, de un día para otro, medio millón de votos y siete diputados. Pero el Gobierno se formó y, aunque podía haberse evitado (y ganas no le faltaban a Iglesias, que daba a IU por fagocitada y digerida), Alberto Garzón fue nombrado ministro, en la delgadísima cuota que se decidió que correspondía a la ya etérea y evanescente Izquierda Unida. El primer ministro explícitamente comunista que había en España en casi noventa años, desde las postrimerías de la segunda República.
Ministro de Consumo
¿Ministro de qué? Pues como se daba la circunstancia de que había bastantes más ministrables que Ministerios, hubo que echarle imaginación a la cosa y, fundiendo dos organismos subordinados, uno de Sanidad y otro de Hacienda, se inventó para Alberto Garzón el Ministerio de Consumo. No puede decirse que tuviese grandes competencias, aparte de la regulación del juego. Allí se refugió el nuevo ministro. En su toma de posesión como tal, el 13 de enero de este año, Alberto Garzón, claramente más nervioso que otros miembros del Gobierno (tímido esencial al fin), dijo esto: “Prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de ministro de Consumo, con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”.
Sus planes de luchar contra los desahucios y de combatir la publicidad de los juegos de azar y las apuestas (que era descarada en las cadenas de televisión cuando él fue nombrado ministro y que lo sigue siendo ahora) se quedaron en muy poca cosa cuando estalló la pandemia y Garzón pasó a un segundo o tercer plano de la actualidad. No tiene gran cosa que hacer en el Ministerio. Y se le nota.
Sus planes de luchar contra los desahucios y de combatir la publicidad de los juegos de azar y las apuestas se quedaron en muy poca cosa cuando estalló la pandemia
Quizá ese tedio, unido al carácter arrebatado y a las explosiones repentinas tan propias de los tímidos, le llevó a cargar nada menos que contra el Rey, al que había jurado lealtad muy pocos meses antes, en un célebre tuit: “La posición de una monarquía hereditaria que maniobra contra el Gobierno democráticamente elegido, incumpliendo de ese modo la constitución que impone su neutralidad, mientras es aplaudida por la extrema derecha es sencillamente insostenible”.
Es la primera vez en la historia de la democracia española que un ministro del Gobierno arremete contra el jefe del Estado, le acusa de conspirador, de faltar a la constitución y considera su situación “insostenible”. Para buscar en el pasado una traición como esa (porque no tiene otro nombre) habría que irse quizá a los tiempos de Amadeo I de Saboya, a Antonio Pérez (secretario felón de Felipe II) o puede que hasta a los reyes visigodos, en cuyas cortes la traición y el apuñalamiento eran moneda cotidiana. Y es sencillamente impensable que una barbaridad como la que ha cometido el señor ministro, por más que pueda achacarse a un “mordisco verbal” repentino, fuese ignorada por el líder de su formación y vicepresidente del mismo Gobierno, Pablo Iglesias.
Una vez soltada la dentellada, Garzón ha hecho lo de siempre: nada. Refugiarse en el impenetrable silencio de su despacho y dejar que sean otros quienes traten de aplacar el clamor de la ciudadanía y de gran parte de la clase política, que piden su inmediata destitución.
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La morena pertenece a la familia de los murénidos (Muraenidae), unos peces anguiliformes que habitan en todos los mares del mundo en los que hay arrecifes coralinos, cuanto más intrincados mejor. La morena suele ocupar una covacha, madriguera o hura en donde se suele estar quieta y en cuidadoso silencio… hasta que pasa cerca una posible presa. Entonces la morena, que caza al acecho, ataca con enorme rapidez y clava en el animal que sea sus terribles mandíbulas, de las que tiene no un par sino dos, para asegurar el éxito. Pero es animal temeroso, diríase que tímido y quizá también acojonadizo, y su principal obsesión es que nadie le quite la cueva en que habita. Por eso se lleva rápidamente adentro lo que ha mordido, lo engulle y espera a la siguiente ocasión. Esa es su estrategia.
Los antiguos marinos creían que las morenas eran serpientes. No es verdad, pero lo parecen. Sinuosos y sin escamas, parecen también anguilas y se mueven como ellas. Y son animales con los que hay que tener cuidado. No tienen buena vista pero sí un agudo olfato para adivinar dónde está la presa y cómo se la pueden zampar en un santiamén, sea lo que sea (su dieta es políticamente muy variada y no le hacen ascos al canibalismo cuando aprieta la necesidad). Además, algunas especies segregan por la piel una sustancia gelatinosa muy tóxica y malintencionada que atonta o incluso mata a quienes la tocan. Los demás peces del arrecife les tienen miedo y procuran evitarlas, lo cual, bien mirado, no tiene nada de extraño.