El reciente señalamiento por determinado sector progresista ha colocado bajo el foco a este leonés afincado en Madrid desde hace décadas. Votante histórico del PSOE y después de Ciudadanos, Andrés Trapiello confiesa que en esta ocasión ha dado su apoyo a Isabel Díaz Ayuso. Y siente que tiene que dar las mismas explicaciones que cuando defiende a Unamuno o a Juan Ramón Jiménez frente a Alberti.
Aclara que le ha costado votar a estas siglas, pero que no por ello “le ha salido roña ni sarna”. Una declaración con carga vírica similar a la que soltó su amigo escritor y filósofo Fernando Savater el pasado 24 de abril.
Trapiello confiesa ser “de las buenas causas, no de los partidos”, y trata de mirar el mundo o, mejor dicho, la política, con “cierta ecuanimidad”, que no equidistancia. Huye de los sectarismos y las trincheras y repudia el ‘traje’ que se le ha diseñado a Madrid durante la campaña electoral cuasi guerracivilista.
Pregunta. El ministro de Cultura pidió no hacer juicios políticos sobre la cultura. ¿Se le hizo a usted?
Respuesta. Supongo que se me pretendió hacer un juicio, pero afortunadamente no hemos pasado de los preliminares. Se ha demostrado que la salud y el músculo democrático son muy fuertes y elásticos en nuestro país. Apenas unas horas después de que se supiera el desaguisado, todos los periódicos, redes sociales, amigos, periodistas y escritores salieron en defensa no de mí, si no de la libertad de estudio y de cátedra. La gente que dice que es progresista tiene que defender eso, la libertad de cátedra. Acordarse de la institución libre de enseñanza a la que dimos una calle en el comisionado de la Memoria Histórica.
P. Se le acusó de revisionista, de reescribir la historia a favor del franquismo…
R. Creo que no se atrevieron a tanto, porque no podrían probarlo ni sustanciarlo. Lo insinuaban, porque la palabra lo insinúa, pero lanzaron la piedra y escondieron la mano.
P. ¿Combatir determinados prejuicios es un tabú? ¿Está la sociedad preparada?
R. Claro que sí. La sociedad está preparada, la preparamos entre todos. Hay que preguntarse por qué se ha tardado tanto tiempo en incluir en el imaginario democrático a Chaves Nogales o a Clara Campoamor. Es natural que durante el franquismo ocurrieran cosas abominables como la clausura crítica. Pero, ¿en democracia? Que nosotros, los demócratas, hayamos tenido arrinconada a Clara Campoamor no se entiende. Tenemos que preguntarnos qué ha sucedido en la sociedad española para que lo hayamos mantenido oculto.
La primera ocultación fue por parte del franquismo: no querían testigos incómodos porque ambos denuncian el golpe de estado y a quienes se comportan criminosamente y criminalmente con la sociedad española. Pero también la otra parte, quien se hace cargo de la propaganda de la República y quien se apodera de ella, que es el Partido Comunista, decide también mandar al limbo a estas dos figuras, una del periodismo y otra de la política.
P. Javier Cercas fue señalado por el independentismo. ¿Estamos en un momento delicado para escritores, autores y para la cultura en general?
R. En el caso de Cercas y el mío hay una cosa concomitante: la izquierda ha asumido en parte las posiciones del nacionalismo y del separatismo. En mi caso, el señalamiento viene por parte de una izquierda que en cierto modo ha asumido también esta práctica como forma de inhabilitar cualquier discurso contrario a los nacionalismos o a esa manera de entender la izquierda.
Lo que es nuevo es, quizás, que las críticas a la izquierda vengan en este momento por gente que procedemos de la izquierda y que no hemos renunciado, al menos en mi caso, a la inmensa mayoría de sus idearios. Creo que sigo siendo socialdemócrata, como lo es el país en general: todos queremos una buena enseñanza para nuestros hijos y nietos, una sanidad universal, buenos servicios, etc.
Lo que más les molesta es que las críticas procedan no de gente de la farándula, de Norma Duval o de José Luis Moreno y sus muñecos, sino de Fernando Savater, de Javier Cercas, de Félix de Azúa, y esto les pone muy nerviosos. Porque por primera vez tienen delante a gente que desenmascara toda esa farsantería. El poder siempre va a señalar o a intentar neutralizar a todo aquel que cuestione sus abusos o sus incoherencias, anacolutos políticos. Pero la obligación del intelectual, del escritor y de la gente que se dedica al pensar o a comunicar, es denunciarlo.
La izquierda ha asumido en parte las posiciones del nacionalismo y del separatismo"
La novedad es que quienes creían detentar la superioridad moral a veces no solamente no la defienden, sino que se ponen del lado de los malos, que son los que restringen libertades y persiguen a quienes no piensan como ellos, como ocurre en Cataluña o en el País Vasco.
P. Usted votó durante 25 años al PSOE. ¿Ya no?
R. Y me encantaría volver a votar al PSOE, pero no parece probable a corto plazo. ¿Qué tienen que ver Zapatero o Sánchez con el socialismo de Guerra o de Felipe González? ¿O con Leguina o Nicolás Redondo? Creo que el PSOE ha sido una fuerza determinante en este país, lo ha modernizado, igualado por donde más falta hacía. Y la derecha, por fortuna, ha asumido muchos de los programas que eran de la izquierda. A nadie de una derecha centrada liberal se le ocurriría, por muy católico que fuera, llevar en su programa el divorcio o la supresión del aborto, ni siquiera de manera taxativa la ley de eutanasia. Ni el más liberal se permitiría hacer recortes en la sanidad universal.
Al final, los dos partidos políticos tienen muchas diferencias, pero en lo esencial, cuando han estado centrados, no he visto tantas. En los dos se ha dado el mismo tipo de abusos: en la derecha, la corrupción es insostenible, pero la izquierda la ha tenido exactamente igual. El último Felipe González era un sátrapa, en cierto modo, era intocable y por eso perdió las elecciones. Y Aznar, en un momento determinado, hacía una política cesarista.
Lo que intento es mirar con cierta ecuanimidad los procesos políticos y huir del sectarismo. Y cuando alguien te expone una buena causa de buena manera, estoy dispuesto a dejarme convencer por el Partido Socialista, por Cs, por UPyD o por el que venga. Soy de las buenas causas, no de los partidos.
P. ¿Usted votó a Ayuso?
R. Como dijo Savater: “Yo he votado a Ayuso”. Pues yo también. Esta vez la he votado, pero mi querencia es Cs. Y en las siguientes probablemente vuelva a votarles. Incluso al PSOE, si asumiera este programa en verdad antinacionalista.
P. Pío Baroja decía en sus escritos de guerra que había que elegir entre la izquierda o la derecha, que no se podía ser neutral. ¿Se puede ser hoy en día?
R. Hay que intentar ser racional. No se trata de ser equidistante, si no que tenemos la obligación de ser ecuánimes, de escuchar y atender a las razones que tienen unos y otros, ponderarlas, y ver cuáles son las más convenientes para el bien común. Eso es lo que nos debe guiar.
Yo he votado a Ayuso en estas elecciones porque me parecía que el bien común lo exigía. Es la primera vez que he votado al PP, y a mí también me cuesta, pero ni me ha salido roña, ni sarna ni espero un estigma en el alma que me condene al fuego eterno. Si mañana viene un socialista como Leguina, lo volvería a votar encantado si su programa atiende al bien común. Y no entiendo cómo molesta eso en la izquierda. Cuando les votaba, nadie de la derecha me exigía una explicación. Y en literatura pasa lo mismo: estoy harto de explicar por qué me gusta Juan Ramón Jiménez o por qué me gusta Unamuno. Sin embargo, si dijera que me gusta Alberti (que no es el caso), nadie me pediría explicaciones de por qué. Aquí hay una cierta asimetría. ¿Dónde está la ecuanimidad?
He votado a Ayuso porque me parecía que el bien común lo exigía"
P. En el prólogo de 2019 de “Las armas y las letras” señalas que, “a medida que nos alejamos de la fatídica fecha de 1936, han surgido en España quienes parecen empeñados en devolvernos a ella”. En la campaña del 4-M se han escuchado términos como ‘fascista’, ‘comunista’… ¿Existía interés en devolvernos al 36?
R. Las dos fuerzas de extrema izquierda o derecha pensaron que había un gran caladero de votos. El error del PSOE fue haber caído en el discurso de Podemos y de IU, que es enteramente comunista. Pensaron que, enfrentando a la población de Madrid con la palabra “fascismo”, sería una propaganda enteramente guerracivilista. Vox hizo exactamente lo mismo y se aprovechó de ello. Bien es verdad que los únicos adoquines que hemos visto por el cielo, iban de una parte a la otra, no de la otra a la una. Eso también hay que decirlo. Y que las malas artes de las navajas y las balas iban hacia un lado y no hacia otro.
Esto es lo que hay que abandonar y lo que, a mi modo de ver, explica la derrota tan abrumadora de la izquierda en Madrid, que a la gente ya no se le engaña tan fácilmente con cuentos políticos. Como decía Savater: esto no va de cañas, si no de quién las pone. Y siempre hay una doble moral.
Lo mismo pasa con el 15-M: lo primero que hizo Podemos al llegar al Ayuntamiento fue colocarse una placa a sí mismos en la Puerta del Sol, que habla del “pueblo de Madrid”, y trata de equiparar el movimiento del 15-M con el Dos de mayo. ¿Todo el pueblo de Madrid estaba en la Puerta del Sol? ¿Cuántos caben: 15.000, 100.000, medio millón de personas? Honorabilísimas, pero Madrid son 4 millones de personas. La placa debe desaparecer porque se arroga un discurso en nombre del pueblo que no le corresponde.
P. En su libro ‘Madrid’ habla con mucho gusto y mimo de esta ciudad. ¿La reconoce en los comentarios que se han lanzado durante la campaña?
R. Los excesos retóricos son los que más perjudican la convivencia. Este Madrid de Carmen Calvo no lo reconocen ni ellos. La gente de izquierdas se ha comido la mitad de los berberechos. Pero tampoco se reconoce el ‘madrileñismo’ de Ayuso, que habla de identidad. La única identidad de Madrid es la de la suma de todas las que venimos de fuera.
P. ¿Existe el riesgo de que se produzca una madrileñofobia?
R. Es un invento muy antiguo, de Isabel II, de los nacionalistas vascos y catalanes. ¿Cuál es la novedad? Que a la madrileñofobia o madritirria se ha sumado parte de una izquierda que encuentra que Madrid es un asunto de derechas. Y no. Madrid es de los madrileños. En «26 años infernales» ha gobernado la derecha, pero en otras elecciones generales ha ganado la izquierda.
P. El lenguaje inclusivo cada vez está más presente en los discursos políticos. Está cogiendo fuerza también en Francia. ¿Qué recorrido tiene?
R. Al 15-M le debo algo que me pareció tipográficamente muy bonito: el lenguaje inclusivo con la X. Alguna vez la he utilizado en mis libros porque me parece una deferencia y una justicia incorporar a los que no están. Eso está fuera de discusión. Ahora bien, el abuso del lenguaje inclusivo lleva a la parodia y al ridículo. Hay que ver el punto medio.
P. ¿Estamos pecando de un exceso de corrección política?
R. Hay que distinguir entre corrección política y educación. Y esto último siempre está bien. Pero, a veces, confundimos la corrección política con cobardía, hipocresía, interés, ser taimado… Casi todo se puede decir si se hace de modo natural y respetuoso. «Di toda la verdad, pero sesgada», decía Emily Dickinson.