La edad, los fallos de memoria y el intento de no incriminarse más en la causa que sigue abierta por la red de extorsión de ETA convirtieron la declaración de Joseba Elosua, dueño del Bar Faisán, en una sucesión de contradicciones, imprecisiones y respuestas sin sentido. De lo poco que los miembros del tribunal pudieron sacar en claro de su testimonio es que una persona que no conocía le entregó la mañana del 4 de mayo de 2006 un teléfono móvil cuando se encontraba en su establecimiento y que al otro lado de la línea una segunda persona le alertó que iban a "retener" al día siguiente a su amigo José Antonio Cau, también presuntamente implicado en el cobro del impuesto revolucionario. Elosua afirmó que su interlocutor no le dijo en ningún momento que era policía, pero que él lo supuso por lo que estaba diciendo. "Me quedé abobado", dijo al tribunal antes de deducir que era un agente, un ertzaina, "un inconsciente o algún cachondo".
Elosúa aseguró al juez que sabía que la Policía le vigilaba desde dos años antes del 'chivatazo' y que aquel día vio "muchos moscones" a la puerta de su bar
El dueño del Faisán aseguró que para entonces él ya sabía que estaba siendo vigilado por la Policía "desde hacía dos años" y, de hecho, destacó que aquel día detectó la presencia "de muchos moscones", en referencia a agentes de paisano, en las cercanías de su bar. También afirmó que la persona que le entregó el móvil era de "unos 45 o 50 años, chaparro, bajito y con acento extremeño" y que vestía chaqueta y pantalón negro. "Puede ser que llevara peluca", dijo antes de añadir que de lo que estaba seguro es de que no llevaba gafas. Elosua también destacó que la visita a su bar del misterioso personaje , al que los investigadores identifican como el inspector Jose María Ballesteros, y la posterior conversación telefónica le dejaron "grogui".
En este punto, su testimonio cayó en numerosas contradicciones, tanto con sus anteriores declaraciones durante la instrucción de la causa, como en las sucesivas respuestas que daba ante el interrogatorio de la Fiscalía. Así, en un primer momento aseguró que la llamada duró poco -"fueron seis o siete palabras lo que me habló"- aunque luego afirmó que fueron 2 ó 3 minutos, para terminar concluyendo que fueron "unos ocho minutos". Según la investigación policial, la llamada del chivatazo tuvo una duración exacta de 8 minutos y once segundos, y fue uno de los datos clave que permitió a la Policía reducir considerablemente el número de llamadas sospechosas sobre las que centrar las pesquisas.
"Me volví un poco tararí"
Elosua añadió que tras la conversación por el móvil con el desconocido, "me volví un poco tararí, y le dije a mi yerno [Carmelo Luquín, también imputado por la red extorsión] que me llevara a Bayona" para encontrarse con Cau y alertarle de lo que le habían dicho por teléfono. "¿Le hablaron en aquella llamada del proceso?", le preguntó la Fiscalía en referencia al proceso de paz entonces abierto entre el Gobierno y ETA. Elosua, que había asegurado anteriormente que sí y así se recogía en la grabación que destapó el soplo, este martes afirmó que no: "A mí no me dijeron nada, yo no soy político" contestó.
Tras el dueño del Faisán, declararon su hijo y su mujer, pero ninguno de los dos aportó datos novedosos a la investigación. Ambos se ampararon en el "no recuerdo" en la mayoría de sus respuestas. Más clarificador fue, sin embargo, el testimonio del José Carmelo Luquin, yerno de Elosua y la persona que lo llevó al otro lado de la frontera tras el chivatazo a alertar al enlace de la organización. Luquin, que también intentó no incriminarse con su testimonio, se limitó a ratificar el contenido de la grabación que realizó la Policía gracias a un micrófóno oculto en el coche de su suegro (baliza) a través del cual se conoció la existencia del soplo. Luquin, que afirmó que vio a la persona que dio el móvil a su suegro de lejos y de espaldas, sólo pudo detallar que éste tenia el pelo moreno. Poco más.
Otros cuatro policías
La segunda jornada del juicio se había iniciado como terminó la del lunes: con la declaración del comisario Carlos Germán, jefe de la investigación que destapó el chivatazo. Durante la misma, y a preguntas de las defensas de los dos encausados, el agente volvió a defender sus pesquisas y rechazó que las grabaciones que permitieron identificar al inspector José María Ballesteros como la persona que supuestamente entregó el móvil al dueño del Faisán desde el que se le alertó de la operación policial estuvieran manipuladas. Cuando los abogados de los policías quisieron acorralarle con preguntas sobre supuestas discrepancias temporales que reflejaban sus informes y las grabaciones, a veces de unos pocos segundos, el presidente del tribunal, el juez Alfonso Guevara, cortó el interrogatorio: "¿A quién estamos juzgando? ¿Al testigo o a los acusados?"
Ademas del comisario, este martes también comparecieron en la Audiencia Nacional otros cuatro policías de su equipo que tuvieron una participación activa en la investigación para destapar el chivatazo. Todos ellos coincidieron en el relato de los hechos realizado por su jefe y mostraron su convencimiento de que el soplo sólo pudo haber sido realizado por compañeros que supieran detalles de la operación que aquel 4 de mayo de 2006 estaba a punto de desarrollarse. "Lo primero que pensamos es que había habido una filtración de un policía", detalló un inspector jefe. Sus otros compañeros también apuntaron en la misma dirección. No fue la única coincidencia. Todos ellos volvieron a señalar al comisario Enrique Pamies y al inspector José María Ballesteros como los presuntos autores del soplo.