España

Clara Ponsatí y las púas del erizo

Clara Ponsatí era independentista radical, visceral e intransigente. No militaba en ninguna parte, pero su pensamiento estaba claro y no lo ocultaba

  • Clara Ponsatí

Clara Ponsatí i Obiols nació en Barcelona el 19 de marzo de 1957. Es la tercera de los cinco hijos que tuvieron José María Ponsatí i Capdevila, farmacéutico, y su esposa, Montserrat Obiols i Germà. La familia vivió toda la vida en la barcelonesa calle de Córcega, en el Eixample. Clara es sobrina del político socialista Raimon Obiols (que en realidad se llama José María), hermano de su madre y líder del PSC a finales del siglo pasado.

Clara comenzó a estudiar en la escuela Talitha (que a partir de 1974 se llamó Orlandai), un centro fundado por la pedagoga Maria Teresa Codina para contribuir a la renovación pedagógica de Cataluña y para ocuparse de los niños con menos recursos. La escuela, ya entonces, no era ajena a los sueños nacionaistas. La niña salió muy inteligente y a la vez tímida, mucho más callada que risueña o juguetona, y también estudiosa. Y desde luego obstinada. Hay un retrato suyo en el que aparece con muy pocos años, rubita, con el flequillo severamente cortado sobre las cejas y mirando hacia arriba con ese gesto de tozudez que no la ha abandonado nunca. Todavía no tenía ese aspecto algo monjuno que la caracteriza desde hace décadas.

El currículum académico de Clara Ponsatí es más que notable. Hay que decir que de adolescente, antes de la muerte de Franco, militó por un tiempo en el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, pero aquello no parecía ir demasiado con su carácter ni con su pedigrí eminentemente burgués. Tenía gran facilidad para los idiomas y se dedicó, básicamente, a estudiar. En 1980, con 23 años, se licenció en Económicas en la Universidad de Barcelona. Dos años después hizo un máster de lo mismo en la Autónoma de la misma ciudad. Inmediatamente se fue a Estados Unidos y, gracias a una beca universitaria (fellowship) del Banco de España, estudió en la Universidad de Minnesota. Más tarde estudió en Princeton (Beca La Caixa-Fullbright) y en New Jersey, donde hizo el posdoctorado. 

Se especializó en Teoría de Juegos y Economía Pública. Dio clase en las universidades de Minnesota, donde se había formado; en Toronto, San Diego y nada menos que Georgetown, la prestigiosísima universidad de los jesuitas en Washington. Lo que se dice un cerebrito. Su trabajo como docente le ayudó mucho a hablar en público, algo que luego ha cultivado con vehemencia.

Como muchísimos grandes tímidos, o tímidos aparentes, Clara tenía una pasión, casi una obsesión que, cuando salía a la luz, la convertía en otra persona. Esa pasión era la independencia de Cataluña. En su familia se hablaba de política, como en todas, pero la querencia iba más bien por el socialismo (ahí estaba el tío Raimon) y por el federalismo, si acaso. Clara no. Clara Ponsatí era independentista radical, visceral e intransigente. No militaba en ninguna parte, pero su pensamiento estaba claro y no lo ocultaba.

Tanto era así que, en 2013, el Ministerio de Educación español decidió no renovar a Clara Ponsatí su puesto como profesora visitante de la cátedra Príncipe de Asturias en la universidad de Georgetown. Esa cátedra que tiene, como tantas, financiación privada, se creó para que personas con reconocido prestigio en las universidades españolas fuesen a enseñar allí muy variadas materias, entre ellas Economía. Ponsatí daba el perfil: había sido profesora asistente durante más de diez años en la Autónoma de Barcelona y había trabajado como investigadora en el Instituto de Análisis Económico del CSIC.

Jeffrey Anderson, director del Centro de Estudios Europeos de la universidad de Georgetown, se quedó pasmado y manifestó su desacuerdo, pero el gobierno español (que presidía Mariano Rajoy) decidió no renovar a la profesora Ponsatí. ¿Por qué? Pues eso depende de a quién se le pregunte. Hay quien asegura que en sus clases se hablaba mucho más de Cataluña y de (contra) España que de Economía, algo que ella niega. Pero sí es cierto que sus declaraciones a medios tan probadamente ecuánimes y objetivos como la cadena catarí Al Jazeera eran incendiarias. El ministro español de Exteriores, José Manuel García-Margallo, dijo que una cátedra española en el extranjero no debía servir “para alentar procesos secesionistas contrarios a la Constitución (…) Mientras yo sea ministro no ocurrirá en ninguna embajada española”. Y Clara Ponsatí salió de Georgetown y entró… en erupción, políticamente hablando. Si algo le faltaba para radicalizarse en su independentismo, que seguramente no, allí lo encontró. 

Clara se fue a Escocia: ocupó la dirección de la Escuela de Economía de la universidad de St. Andrews, la más antigua del país. Pero no duró mucho allí. En el verano de 2016, cuando apenas llevaba un año en su cátedra, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, la llamó para que fuese consejera de Enseñanza en su gobierno autonómico. Ponsatí, que desde unos meses atrás formaba parte del secretariado de la organización secesionista ANC (Asamblea Nacional Catalana), se sorprendió bastante, como confesó a su familia, pero dijo que sí. Tomó posesión el 14 de julio de 2017.

Es más que evidente que a Puigdemont no le importaba demasiado qué pudiese hacer la ilustre economista en el departamento de Enseñanza. Lo que quería, y desde luego consiguió, era tener consigo a los más radicales indepes que pudiera encontrar, porque se estaba preparando el desafío frontal al Estado que supuso la (brevísima) declaración de independencia y de la “república catalana” que se produjo en octubre de aquel mismo año, 2017. Pocos había más fanáticos que Ponsatí. Desde su consejería ayudó en todo lo que pudo a montar aquella farsa del “referéndum” por la independencia. Fue la única miembro del gobierno autonómico que provocó incidentes con las fuerzas del orden.

¿Fanatismo? Clara Ponsatí, formalmente contraria a la violencia, es capaz de decir en público que para lograr la independencia de Cataluña es inevitable que haya muertos, y que si no hay muertos no se conseguirá, así que hay que estar dispuestos a asumir ese coste; lo que no ha dicho es si ella misma está dispuesta al martirio por la causa, aunque cabe pensar que no. Clara Ponsatí ha llegado a decir, en un mitin celebrado en Perpiñán (Francia), que el holocausto sufrido por los judíos a manos de los nazis estuvo directamente inspirado por la represión del reino de España contra los hebreos en 1492; esto le hizo objeto de las iras de muchas asociaciones judías internacionales, que saben muy bien que eso es mentira. Clara Ponsatí, impregnada de un odio hacia España comparable al de Quim Torra, se burló de los madrileños cuando la epidemia de covid-19 causaba una escalofriante cantidad de muertos diarios en la capital, y escribió un tuit repugnante: “De Madrid al cielo”, dijo, aunque luego lo borró. Son solo tres ejemplos. Hay muchos más.

Tras el desafío independentista materializado en octubre de 2017, y tras la aplicación por el Gobierno del artículo 155 de la Constitución (la suspensión de la autonomía), Clara Ponsatí no se quedó para combatir por la patria oprimida y huyó de España, lo mismo que Puigdemont y otros tres líderes de aquella asonada. Muy heroico, la verdad, no quedó aquello. Primero se instaló en Bélgica, como el líder fugado. Después decidió volver a Escocia, a su cátedra de St. Andrews, porque no hay nada que apague más el furor patriótico que el aburrimiento. Se presentó a las elecciones europeas; no logró el escaño, pero el Brexit obligó a una redistribución de asientos en el Parlamento de Estrasburgo y Ponsatí consiguió, aunque fuese por los pelos, entrar en la Cámara. Eso fue en febrero de 2020.

Ahora, en plena precampaña electoral para las elecciones autonómicas, Ponsatí ha decidido volver a España, después de cinco años. La unidad de los indepes hace tiempo que saltó en pedazos y la que fue tímida y discreta estudiante de Economía, convertida ahora en una ménade vitriólica con todas las púas enhiestas, ya no se habla con muchos de los que hace solo seis años eran compañeros de almena, inasequibles al desaliento. Pero ha vuelto. 

Ha sido más teatro que otra cosa, la verdad sea dicha. El cambio en la legislación sobre sedición y malversación propiciado por el gobierno de Pedro Sánchez libraba a Ponsatí de la cárcel y, si acaso, mantenía su inhabilitación por un delito de desobediencia, pero nada más. El Estado español, según ella dispuesto a matar a quien fuese necesario para impedir la libertad de sus esclavos catalanes, se portó con ella como un padre amoroso. Ponsatí clamó que no reconocía la autoridad del juez, ante el que tenía la obligación de presentarse. La detuvieron delante de todas las cámaras y todos los micrófonos, como no podía ser de otro modo y como ella esperaba para montar el correspondiente número. Fue un mosso d’esquadra tan impecablemente amable y sonriente como respetuoso. Cinco horas después la soltaron. Apenas unas decenas de irreductibles esperaban para jalearla; hace nada más que unos pocos años habría sido seguramente una multitud, pero es que no hay nada peor que enfadarse con los amigos de siempre.

Y poco después, visto que nadie le hacía demasiado caso, se subió a un avión y se volvió a Bruselas, a su trabajo en el Parlamento europeo, a ver si allí tiene más suerte.

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El erizo común (Erinaceus europaeus) es un pequeño mamífero del orden de los eulipotiflos que puede encontrarse (en cualquiera de sus 16 especies) prácticamente en todo el planeta salvo en las zonas polares. Hay erizos en Barcelona, ya sean erizos europeos, erizos morunos o erizos orejudos; los hay en Minnesota, en Washington, en Bruselas y en Escocia. En todos lados.

Los erizos son animalitos obstinados, tercos y cabezotas; quizá por eso apenas han cambiado en los últimos quince millones de años. Se alimentan principalmente de insectos, carroña o bichos más pequeños; casi nunca pasan de los 25 centímetros ni del kilo de peso y así, a primera vista, son adorables. Son una mascota extraordinariamente popular por su aspecto mimoso, chiquitín y hambriento de cariño.

¿Saben qué? Todo eso son patrañas. El erizo, el amoroso erizo, el tierno y melindroso erizo, es un bicho con toda la piel llena de púas que, en cuanto se enfada (cosa frecuente) o en cuanto se considera agredido (cosa todavía más frecuente, le agredan de verdad o no), se convierte en una bola de pinchos que pueden hacer mucho daño.

Dicho de otro modo: se encierra sobre sí mismo para que no le llegue nada del exterior, ni los golpes (si los hay) ni las ideas, reflexiones o puntos de vista que pudieran llevarle a pensar de otro modo, porque tonto no es, ¿eh? Lo que pasa es que no quiere. Seguro como está de sus convicciones, fanático irreductible, cree que es mejor sacar las púas. Hay algunas especies que no se limitan a hacerse bola y defenderse, no; es que atacan con las puñeteras púas. Y luego, cuando les zurran, ponen su carita de víctimas y gimen que la culpa la tiene la Guardia Civil.

Unos hipócritas, los erizos. No hay que fiarse de ellos. A pesar de su carita, que engaña mucho.

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