No es el hombre más guapo ni el más inteligente, pero es un hombre gracioso. Es el actor de moda. Hoy toca arrumbar la acidez y el sarcasmo para analizar a Daniel Rovira. En cuatro días, que diría un señor de orden, este joven malagueño de 33 años ha pasado de ser un monologuista de éxito conocido en algunos círculos a convertirse en uno de los rostros más reconocibles por todos los espectadores del cine y la televisión. Su desternillante papel en Ocho apellidos vascos es una de las grandes claves del éxito de esta película que bate todos los récords de audiencia y recaudación. Y en la mediocre serie B&B de Telecinco también destaca como lo mejor, o como lo único gracioso.
El talento no se compra ni se vende. Se tiene o no se tiene. Rovira lo posee en altas dosis. No es Marlon Brando ni Robert de Niro, obviamente, pero desprende una gracia natural que nadie en su sano juicio puede negar. Gracias a su humor típico andaluz, con sus dejes y sus tópicos, con su simpleza y sus chistes previsibles, este actor y monologuista está sobresaliendo porque consigue hacer reír al más serio. A quienes le vieron actuar sobre el escenario de El Club de la comedia no les podrá sorprender su innegable triunfo en las pantallas. A continuación sigue un ejemplo de cómo son sus monólogos:
Escrutar al detalle la calidad de Ocho apellidos vascos es harina de otro costal y, además, críticos muy lúcidos (y amargados) lo han hecho ya. Centrarse en la polémica de si se debe banalizar o no sobre un asunto tan serio como la necesidad de disponer de ocho apellidos como muestra de pureza, ignominia ideada por el racista Sabino Arana, tampoco suena apetecible y, como en el caso anterior, articulistas muy sesudos (y desmesurados) lo han hecho en todos los periódicos. En todo caso, aunque la película se cimiente en un guión muy inteligente y muy sencillo (ambas cualidades pueden darse al mismo tiempo) de Borja Cobeaga y Diego San José, lo decisivo es, aquí como en cualquier comedia, que los actores cumplan su función correctamente.
Pese al guión inteligente y sencillo de la película, el alma de 'Ocho apellidos vascos' es Rovira, que capta y conquista al público por su gracia
Y ahí es donde despunta la figura de Rovira. En su primera película, este actor borda a su personaje. Tanto es así que supera con creces al resto. Clara Lago, Carmen Machi y Karra Elejalde cumplen, alguno mejor que otro, claro está, pero el alma de la historia, el tipo que capta la atención del público, primero, y logra conquistarlo, después, es Rovira. Por su acento perfecto, por su fingida inocencia, por sus gestos personales y, en definitiva, por esa gracia andaluza que precisamente por ser habitual en muchas personas es más difícil de sublimar para un cómico que aspira, como mandan los cánones, a sorprender a la audiencia.
En la serie B&B que emite Telecinco pasa otro tanto de lo mismo. Esta ficción sobre periodistas no va a pasar a la historia de la televisión en España. Los esfuerzos de Belén Rueda, Gonzalo de Castro, Paula Prendes o Fran Perea no se pueden reprobar, pero tampoco son suficientes. Como ocurre en la película citada, el personaje de Rovira es lo mejor (o lo menos malo) de la serie. Y, en este caso, a pesar de ocuparse de un papel secundario. Por momentos da la sensación de que el actor se interpreta a sí mismo (chico incauto, torpe y de provincias que llega como becario a un medio en Madrid) en la redacción de B&B. Pero consigue que quien se sienta a ver un capítulo paladee algunos momentos divertidos. Y eso, ráfagas de risa entre tanta bazofia y tanta crisis y tanta chabacanería y tanta sombra, es lo que algunos buscamos al zappear.