Jeffrey Tambor empezó fuerte: su debut en Broadway tuvo lugar en 1976 junto a George C. Scott a las órdenes de Arthur Penn, y casi inmediatamente logró un papel de –adivinen– abogado compañero de Al Pacino en Justicia para todos. Sin embargo, la televisión se cruzó en su camino y en ella se quedó desde finales de los 70 con papeles dramáticos y cómicos en series tan dispares como Kojak y Los Roper.
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Durante los 80, ese aspecto de ‘John Q. Citizen’, de tipo común, le sirvió para encadenar personajes puntuales en algunas de las ficciones más memorables de la época. Valía para todo: fue pasajero en Vacaciones en el mar, tuvo tres papeles diferentes en Apartamento para tres, se las vio con el sobrino político de Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen, apareció en una de las últimas temporadas de M*A*S*H, trató de frenar la hipocondría de Dorothy como médico en Las chicas de oro… Lo suyo era cambiar constantemente de registro y lanzarse a cualquier proyecto por extraño que pareciera. Podía ser un juez, como en Canción triste de Hill Street, o convertirse en el ambiguo jefe del reportero estrella de un todopoderoso canal de televisión, como en Max Headroom, una relativamente desconocida joya cyberpunk de la productora Lorimar –la misma detrás de Falcon Crest o Padres forzosos– que fue cancelada sin llegar a completar la segunda temporada.
Tuvieron que llegar los años 90 para que Tambor lograra asentarse en una comedia de éxito. Lo hizo, de hecho, en una de las más recordadas de la época, The Larry Sanders Show. Ambientada en la trastienda de un late night de la televisión estadounidense, la serie se mantuvo durante seis temporadas y en todas ellas Hank Kingsley, el calmadamente hilarante colaborador del programa interpretado por Tambor, luchó sin éxito por conseguir que alguien tomara en serio lo que hacía. En la ficción no ocurría, pero ese personaje de eterno segundón le valió para recibir cuatro nominaciones –infructuosas– al mejor actor secundario de comedia en los Emmys.
Tras el éxito de The Larry Sanders Show, en 2003 llegó el momento de dar vida a George Bluth, el patriarca de una alocada familia de millonarios venidos a menos, en Arrested Developement. Él mismo lo ha contado: su personaje estaba destinado a tener una única aparición en el primer episodio, pero el equipo creativo comandado por Mitchell Hurwitz y Ron Howard no dejó escapar a Tambor, que se convirtió en un secundario de lujo. Durante un tiempo, los Bluth fueron la familia disfuncional favorita de Estados Unidos y Tambor obtuvo dos nominaciones a los Emmys como mejor secundario de comedia, pero la audiencia acabó dando la espalda al formato y Fox decidió cancelarlo en 2006 tras tres temporadas. Para entonces ya se había convertido en un fenómeno de culto y sus seguidores no pararon de pedir su retorno durante años. Se llegó a hablar de una película basada en la serie, pero finalmente la producción cayó en manos de Netflix, que estrenó una cuarta temporada en 2013.
Entonces apareció Jill Soloway, la productora que dio forma a A dos metros bajo tierra, con el papel que iba por fin a conseguir la redención del eterno secundario. Era él quien se pasaba por su mente mientras, inspirada en sus propias vivencias con su padre, construía la historia de Mort Pfefferman, un hombre divorciado que anuncia a sus tres hijos adultos que es transexual y comienza una vida pública como Maura Pfefferman. La intuición no podía haber sido más acertada: en Transparent, Tambor concentra toda la sabiduría de sus variopintas décadas de oficio para dotar al personaje de las dosis justas de humor, serenidad y cercanía, haciendo comprender la liberación final de quien durante toda su vida se sabía diferente de como los demás le veían. Al igual que Maura, él también ha acabado por decir ‘aquí estoy yo’.