Decía recientemente un buen amigo que Vox es el partido que afirma en público lo que muchos españoles defienden el domingo, en la comida en casa de la suegra, pero ocultan el lunes al llegar a la oficina. Y, ciertamente, pone voz a una parte de la ciudadanía -que ya veremos lo amplia que es- cuya forma de pensar ha quedado a la sombra del discurso mayoritario y de lo polite. Santiago Abascal lo sabe y por eso, el pasado 19 de marzo dejó en sus redes sociales el siguiente mensaje: “Feliz día del padre a todos los que han tenido la fortuna de serlo (…) me acuerdo especialmente de tantos padres que hoy no pueden ver a sus hijos”.
Mientras cientos de miles de personas se manifestaron el pasado 8 de marzo en la jornada de huelga feminista y mientras los partidos mayoritarios han situado en el centro del debate la igualdad entre hombres y mujeres, Abascal se ha desligado del discurso mayoritario y hace este tipo de referencias porque sabe que hay una parte de los hombres que se considera discriminada en situaciones como los divorcios (y no creo que sea un fenómeno mayoritario, pero existe) y a la que nunca se sitúa en el papel de víctima, cuando, a veces, también lo es, por pura estadística. Sus familias, ellos y ellas, son partícipes de estos problemas y, evidentemente, no asumen como propios los argumentos de las principales fuerzas políticas. Quizá no lo reconozcan en público, dado que ese pensamiento se encuadra dentro del farragoso terreno de lo políticamente incorrecto. Pero el hecho de esconder el malestar no significa que no exista. Y de ese malestar, surge Vox. La cuestión es saber cuán grande, en términos demográficos, es ese sentimiento.
El caso es que, pocas horas después de que Abascal difundiera ese mensaje, se conoció que un juez italiano ha concedido la custodia de sus hijos al exmarido de Juana Rivas. El redactor de la sentencia incide en que la madre hizo cuantiosos esfuerzos por poner a los muchachos en contra del padre y sugiere que no está en sus cabales. Sobra decir que, durante unos cuantos meses, la mayoría de los medios -y algunos grupos políticos- compraron sus mensajes delirantes y situaron al hombre a la altura de un chacal. Y alguna que otra asociación feminista aprovechó para sacar tajada, en una actitud carroñera que no debería quedar impune, pues la primera perjudicada ha sido la propia Rivas. Este tipo de noticias y actitudes han generado el perfecto caldo de cultivo para que este partido pueda desarrollarse. Es simple acción-reacción.
La otra España
Vox se dirige a la España que está a la sombra de la 'política de género', a la que el discurso de los principales líderes de opinión le suena a chino. También a la que considera inaceptable que el independentismo le desprecie o los partidos de izquierda la emprendan contra la misa de TVE, la Semana Santa, los toros o la caza. Es obvio que se puede estar en desacuerdo con este pensamiento y, de hecho, me parece desacertado en buena parte, como casi todo lo que deriva del sentimiento trágico de la realidad. Pero también es evidente que este sector de la población no es de extrema derecha ni responde al franquismo sociológico al que tanto invocan interesadamente quienes también tienen interés en sacar provecho del auge de Vox.
Abascal exagera, resulta paródico e incluso roza el ridículo cuando repite una y otra vez aquello de la “derechita cobarde” y de la “dictadura progre”. Pero sabe que la fórmula es efectiva para que sus palabras lleguen a quien se dirigen, del mismo modo que cinco millones de electores apoyaron hace unos años al líder que decía lo de “la casta parasitaria”, el “PPSOE” y el “tic tac”. En ambos casos, influye el descontento con lo establecido, aunque Podemos y Vox se encuentren en las antípodas ideológicas.
Abascal exagera, resulta paródico e incluso roza el ridículo cuando repite una y otra vez aquello de la “derechita cobarde” y de la “dictadura progre”. Pero sabe que la fórmula es efectiva.
Lo que ha quedado claro esta semana es que a Abascal -que en la oratoria no es precisamente un as- no le hace falta aparecer en los grandes medios ni organizar actos de prensa para marcar el rumbo del debate, lo que posiblemente juegue a favor de sus aspiraciones en esta primavera electoral.
El último ejemplo, en este sentido, se ha producido con la publicación de una entrevista en una publicación minoritaria sobre armas, en la que expresaba la necesidad de que los españoles tuvieran derecho a la autodefensa. En otras palabras, que quien quiera dormir con una pistola debajo de la almohada por si entra un caco en su casa y necesita neutralizarle, pueda hacerlo. Y si le dispara para evitar daños personales, no se coma unos cuantos años de cárcel.
Vox defiende que los ciudadanos que no tengan antecedentes penales ni taras psicológicas conocidas puedan tener un arma de fuego en casa, que tengan la posibilidad de emplearla en situaciones en la que su vida corra peligro real, dentro de su domicilio, y que puedan portar en la calle armas no letales para neutralizar a atracadores o violadores.
No parece que en esta España tan dada a la autodestrucción sea la mejor idea permitir que todo hijo de vecino que tenga inmaculada la hoja policial pueda tener una pistola en casa. Sin embargo, Vox tampoco ha propuesto que esto se convierta en una especie de Fart West ibérico, como han dado a entender unos cuantos medios de comunicación, que, pese a ir ideológicamente a la contra de esta derecha populista, le benefician con sus constantes ataques, que realizan a sabiendas de que generan debate y audiencia. Ambos obtienen réditos, aunque lo nieguen con una insoportable hipocresía.
El underdog en las elecciones
Es difícil saber cuál es el techo electoral de Vox y si su discurso tendrá la fuerza suficiente como para concederle en el futuro un papel más importante que el de partido bisagra. Pero lo cierto es que otros partidos de derecha radical del mismo pelaje -o similar- han afrontado elecciones desde la posición del underdog y han tenido un éxito inesperado. Quizá eso debería hacer reflexionar a las formaciones que aspiran a ocupar esa posición tan transitada como inexistente, llamada 'centro', sobre el trato que han dispensado al ciudadano de a pie en los últimos años, en los que la crisis ha dejado la vaca famélica y a su dueño, sin mucha moral para escuchar determinados discursos, como los que se emiten desde el noreste del país.
Parece difícil que un partido tan dado a caer en la hipérbole (para muestra, frikis como ese tal Fernando Paz, negacionista del holocausto, ya dimitido), en el patrioterismo más rancio y en la moralina obispal sea capaz de ofrecer soluciones milagrosas a los grandes problemas. Máxime en un momento en el que los grandes poderes hacen que cada vez el Parlamento parezca más pequeño e insignificante.
Pero no conviene olvidar -y suele olvidarse en los editoriales que analizan su irrupción- que Vox no es culpable de lo que ha ocurrido por estos lares durante los últimos años. Eso es cosa de quienes han optado por aplicar su catecismo ideológico o el 'patadón para arriba' cuando han encontrado cuestiones que necesitaban resolverse. Más bien, Vox es consecuencia de todo esto, que es lo que ha generado un descontento que quizá no ha sabido interpretarse en los tan sesudos análisis de mesa de tertulia. De donde ahora pescan los partidos, por cierto. Curioso fenómeno.