Vicente Romero ha visto unas cuantas veces la cara del 'maligno'. Este veterano corresponsal se ha sentado cara a cara con tiranos y torturadores de países de todo el mundo; y ha escuchado sus motivaciones para causar mal a otras personas. Recientemente, ha publicado el libro 'Cafés con el diablo. Descenso a los abismos del mal (FOCA), en el que relata algunos de estos encuentros y explica varios de los principales conflictos del siglo XX a partir de su propia experiencia.
En esta entrevista, Romero (1947) habla de algunas de sus vivencias periodísticas más desagradables y esclarecedoras. Lo hace con un tono que mezcla la pasión por su trabajo -por el que recibió numerosos premios internacionales- con la desesperanza por los puntos más negros de la condición humana.
Pregunta: ¿Cómo es el rostro de la muerte?
Respuesta: El de un señor o una señora común corriente, que son los que la ejecutan con unas motivaciones determinadas.
P: Usted ha visto el diablo en varias de sus manifestaciones terrenales, como cuenta en su último libro. ¿Es siempre igual de terrible?
R: Siempre es el mismo prototipo, el de gente carente de empatía, dominada por su propio miedo; gente dogmatizada que cree que debe imponer por encima de todo su punto de vista político; gente carente de escrúpulos y de ética. En realidad, es igual que sea el torturador que se emplea para los Jemeres Rojos maoístas, para Pinochet o el ejército norteamericano que defiende la libertad en el mundo sin respetar los Derechos Humanos. En el fondo, todas son personas vulgares al servicio de intereses despiadados.
P: También hay ángeles…
R: Claro, yo antes de escribir este libro sobre los malvados también publiqué otro sobre los ángeles (Donde anidan los ángeles), que era todo lo contrario. Iba sobre las personas que se sacrifican por hacer el bien.
P: A los diablos los divide entre los que pasan a la historia y los menores, que son los que sostienen los autoritarismos…
R: Los verdaderos autores del mal y los instigadores del crimen son los que se sientan en los consejos de administración de las grandes empresas internacionales, a cuyos intereses sirven sistemas políticos y ejércitos enteros. Los verdaderos demonios son los que dan las órdenes. Y no sólo es malo quien ordenó bombardear Vietnam con agente naranja, sino también las empresas químicas que lo fabricaban. Pero luego están los criados, que son los que sirven a esas instrucciones en distintos grados. Son militares y civiles. Desde un jefe de policía hasta un funcionario semi-analfabeto que custodia y tortura a los presos políticos.
P: Torturas y torturadores… Al final, muchos de los que aplican la barbarie se justifican con una frase: “Sólo cumplíamos órdenes”…
R: En el libro cito a un argentino que fue uno de los jefes del servicio de inteligencia en el Batallón 601. Dijo que a los militares se les enseña a obedecer y a matar; a no tener piedad. Esto no sale en el libro, pero yo recuerdo que en la Escuela de las Américas, los uruguayos contaban que se les hacía adoptar un perrito, de muy pocas semanas, cuidarlo y, en un momento dado, sacrificarlo abriéndolo en canal para quebrar todos sus sentimientos e imponer su obediencia por encima de cualquier sentimiento. Para quitarles lo más noble del ser humano y convertirlos en máquinas de torturar.
P: ¿Sirve de algo la tortura?
R: Los propios torturadores te dicen que la tortura no sirve para nada. Martirizan a los presos para que confiesen lo que quieren escuchar. Si a ti te torturan, te arrancan las uñas y te hacen salvajadas, al final acabas confesando el asesinato de Kennedy. Es una barbaridad… Si es que hay médicos que vigilan las torturas para que no causen daños que impidan hablar –o la muerte- antes de que el torturado haya confesado lo que ellos quieren. O incluso sacerdotes, que, por ejemplo, en Argentina manipulaban a los presos para que confesaran. Toda esa gente son también diablos e instrumentos del salvajismo político y el mal.
Si a ti te torturan, te arrancan las uñas y te hacen salvajadas, al final acabas confesando el asesinato de Kennedy.
P: En Camboya se esmeraban en la tortura, según dice en su libro Prak Khan, especialista en martirios para los Jemeres Rojos…
R: Así es. Y en Guantánamo las torturas venían definidas en una orden presidencial. No sé si has visto la película Vice, dedicada a Dick Cheney, quien fue vicepresidente de George Bush. Ese personaje es un ejemplo de la imbricación entre los negocios, la política y la barbarie. Y eso que en la película faltan muchas cosas. Mira, los últimos módulos de la prisión de Guantánamo, adecuados para la máxima seguridad, los construía la Halliurton, que era la empresa del vicepresidente. Cuando visité ese centro, encontré una placa que hacía referencia a eso. ¡Es que ni se preocupaban en ocultar el vínculo!
P: Una buena parte del libro la dedica a las dictaduras del Cono Sur. ¿Cuánta verdad cree que se sabe del Plan Cóndor?
R: Yo creo que se sabe bastante porque se encontró, afortunadamente, el archivo de Paraguay, que se puede visitar en Asunción, y donde hay copia de documentación referida a todos los países que integraron la Operación Cóndor. Por otra parte, la CIA ha desclasificado buen material desde entonces. Mira, en el libro cuento cómo el general Camps me mostró en su casa la copia del informe que había enviado al Vaticano, cuando él era jefe de la policía de Buenos Aires, en la que daba cuenta de 5.000 muertes; y en la que yo vi por primera vez en el texto, con mis propios ojos, que habían enterrado desaparecidos en el cementerio de Avellaneda. El informe que envió al Papa sigue en el Vaticano, sigue siendo secreto y hay un Papa argentino que no lo ha revelado. ¿Por qué no se hace público?
P: Hay quien relaciona el Plan Cóndor con la llamada ‘doctrina del shock’…
R: A ver, yo no soy especialista en política ni un investigador. Sólo un periodista que ha hecho entrevistas y ha preguntado. En cualquier caso, la Operación Cóndor es sólo una parte de todo el plan de represión que hubo. Yo recuerdo que una de las cosas que me han repetido más veces es que, efectivamente, en la Escuela de las Américas, se repetía la teoría de que, acabando con un determinado número de personas físicamente, se conseguía detener un cambio revolucionario sobre dos generaciones. Es decir, había que matar a no sé cuántos para que los militares se aseguraran el poder durante un buen tiempo. De eso sabemos mucho en España, pues el miedo sembrado en la Guerra Civil y en la postguerra duró hasta los 70.
El miedo sembrado en la Guerra Civil y en la postguerra duró hasta los 70 en España
P: Ernesto Barreiro: usted lo entrevistó tres veces. En el libro, reproduce una frase que le dijo: “Tiene usted huevos, señor Romero, pues ha hablado mal de mí, pero ahora se atreve a venir a entrevistarme”. ¿Alguna vez ha temido que le mataran?
R: Alguna vez, como consecuencia de las informaciones, en general, he tenido miedo. Nunca he sido un valiente ni un loco suicida. Por ejemplo, cuando entrevisté al general Ramón Camps, fui durísimo. Fueron un montón de periódicos los que reprodujeron la conversación, en la que se retrataba como lo que era. Ese militar llegó a decir que yo era un rojo que le había engañado y que la próxima vez que me viera, me mataría. Pues bien, al poco de detenerlo, fue internado en el Hospital Militar de Buenos Aires por un cáncer de próstata. Yo me fui a verlo, en una bravuconada. Como no se podía entrar por la puerta, lo hice por la cocina. Al llegar a su habitación, comprobé que había un policía custodiando el lugar y le pedí que transmitiera a Camps –que no quiso verme- que era un cobarde, pues me tenía ahí delante y no se atrevía a matarme, como prometió.
P: El final de una relación…
R: Fue un desahogo porque pasé un miedo atroz. A mí me llegó a seguir un Ford Falcon sin matrícula por Buenos Aires. Ese día, me refugié en la sede de France-Presse y, cuando llamaron desde allí a la Secretaría de Prensa para informar, reconocieron que el motivo del seguimiento era transmitir que los militares sabían que estaba en Argentina y que más me valía tener cuidado. Esa noche, me encontré a dos madres de la Plaza de Mayo custodiando mi hotel y diciendo: “A ti no se te llevan”. También me hicieron un simulacro de fusilamiento en Chile y me llegaron a atar, junto a mi mujer, las manos con alambre. Eso sí, lo que no he tenido nunca son pesadillas; y mira que he visto muertes. Los periodistas practicamos el auto-psicoanálisis. Es decir, en vez de hablar con un psiquiatra, escribimos todo eso en un papel y nos purgamos.
Los periodistas practicamos el auto-psicoanálisis. Es decir, en vez de hablar con un psiquiatra, escribimos todo eso en un papel y nos purgamos.
P: Hay una frase interesante en el libro, y es la que afirma que el mal arraiga con mucha facilidad en los hombres simples…
R: Claro. La falta de formación, de cultura y valores fundamentales predisponen a la obediencia ciega. Pero ojo, el mal también tiene facilidad para arraigar en los más poderosos y en gente formada e inteligente.