Para las especies oceánicas, los seres humanos somos como ese vecino que pone la música a toda pastilla hasta las 5 de la madrugada… cada día de la semana. Nuestra actividad ha modificado por completo el paisaje sonoro del mar y ha alterado la vida de centenares de especies marinas. Tanto, que en algunas zonas del planeta como el Mar del Norte el ruido antropogénico puede llegar a ser ensordecedor: al trasiego constante del tráfico marítimo o las plataformas petrolíferas se suman las explosiones de bombas de la Segunda Guerra Mundial que quedaron en el lecho oceánico y que la pesca de arrastre activa a menudo por accidente. “En esta zona hay explosiones marinas prácticamente a diario”, explica el biólogo español Carlos Duarte, quien publica este jueves en la revista Science una completa revisión de la literatura científica sobre el ruido oceánico. “Explosiones fortuitas, producidas por bombas arrastradas por las redes, que se suman a todo el resto del ruido de origen humano”.
En este nuevo artículo, Duarte y su equipo reúnen las pruebas más sólidas hasta la fecha sobre los devastadores efectos de esta “antropofonía” en los diferentes hábitats desde la era preindustrial y propone la adopción de estrategias de mitigación globales que reduzcan este impacto. “Hemos revisado más de 10000 artículos científicos para ver cómo afecta nuestro ruido a las diferentes especies”, asegura a Vozpópuli el biólogo, que desde hace unos años investiga en la Universidad de Ciencia y Tecnología King Abdullah (KAUST), en Arabia Saudí. “El ambiente acústico del océano se ha deteriorado progresivamente durante el último siglo debido al aumento de la actividad de los humanos, que han ido añadiendo cada vez más nivel de ruido y más componentes”, explica. “Pero no solo eso, a la vez hemos silenciado los sonidos propios del océano, los que usan los animales para comunicarse o alimentarse, porque hemos reducido su abundancia al menos a la mitad y hemos perdido al menos la mitad de los hábitats”.
Además del ruido los barcos y las plataformas petrolíferas, en el Mar del Norte estallan bombas de la IIGM a diario
El impacto sonoro es especialmente perjudicial en los océanos debido a su ubicuidad y su largo alcance. “En tierra, un águila puede ver a su presa a 5 kilómetros de distancia”, explica Duarte. “En el océano, en cambio, es imposible ver mas allá de una decena de metros, pero es posible oír a distancias de cientos de kilómetros, de forma que todos los animales, desde los bivalvos a las ballenas y hasta las medusas, usan el sonido en el mar para reproducirse o comunicarse entre ellos”. Un ejemplo muy notable, subraya, es lo que ha sucedido en la Gran Barrera de Coral, en aguas australianas, donde el sonido producido por el proprio arrecife se ha reducido una cuarta parte debido al deterioro del ecosistema “Y ese ruido es la pista fundamental que guía a las larvas y les ayuda a navegar y encontrar ese hábitat, de modo que ahora muchas de ellas derivan durante días sin llegar a poder establecerse en donde pueden crecer”.
Una “antropofonía” ensordecedora
Una de las principales conclusiones del trabajo es que le océanos e ha hecho cada vez más ruidoso desde la Revolución Industrial. Para poder comparar el nivel de ruido actual con el del periodo preindustrial, no existen registros previos - como pasa con los temperaturas-, pero el equipo de Duarte ha extrapolado los datos a partir del sonido que emiten las diferentes especies y la reducción de sus poblaciones. “Y además tenemos perfectamente caracterizados los sonidos que introduce ahora la actividad humana y los que hacía hace 100 años”, asegura. Para conocer mejor estas diferencias, los autores también se han servido de situaciones excepcionales en las que la actividad humana se ha reducido súbitamente y se ha podido documentar con precisión la reducción en el nivel de ruido oceánico, como lo sucedido durante la pandemia de coronavirus.
“Ya tenemos evidencia de que el 5 de abril de 2020 se llegó al pico de confinamiento humano durante la pandemia por covid-19 y un 60% de toda la población, 4500 millones de personas, estaban confinadas de una forma u otra”, asegura Duarte. “Pues bien, el nivel de ruido se redujo aproximadamente un 20-25%, que no parece mucho, porque los pesqueros seguían con su actividad, pero eso ha sido suficiente para que de todo el mundo se produjeran avistamientos inusuales de animales marinos en puertos, en estuarios y en otros lugares donde hacía décadas que no se veían”. Este hecho, a su juicio, indica que estamos ante “un problema de salud del océano a escala global”, tan importante como otros como la sobrepesca, la destrucción de hábitats y la contaminación química, aunque no se cite con tanta frecuencia en los trabajos sobre la emergencia climática mundial.
Cómo bajar el volumen
Estas reducciones de actividad humana son un ejemplo de que, a pesar del alto impacto del sonido, existe una ventaja frente a otras formas de contaminación humana. “Frente a otros impactos, la recuperación puede llevar décadas o siglos, como en el caso de los plásticos”, explica Duarte, “pero en el momento en que bajas el volumen del ruido la respuesta es prácticamente inmediata; las actuaciones son conocidas y los beneficios serían muy rápidos”. Dado que el mayor “vector de ruido” a escala global es la navegación, el transporte marítimo, ahí es muy fácil actuar”, argumenta. “Cambiando el diseño de las hélices para que disminuya esa cavitación, no solo se reduce el ruido, sino que se consiguen mejores rendimientos energéticos”. Esto lo comprobó recientemente la gran compañía naviera Maersk, apunta el biólogo, que modificó cinco de sus grandes buques y vieron una mejora de la eficiencia energética. Este no es un cambio inmediato, pero mediante el establecimiento de normativas para la construcción de nuevos barcos - como ya se hace con coches y camiones para el ruido - se podría dar un gran salto adelante.
Un 15% de los buques contribuyen a más de la mitad de todo el ruido que genera toda la industria
Esas normativas, insiste Duarte, podrían aplicarse incluso los materiales de los cascos, para que absorban la turbulencia en vez de reflejarla en forma de ruido. Algunas intervenciones, como la que se ha hecho en el Mediterráneo oriental, regulando una velocidad máxima de los buques, ya han demostrado que no solo se reducen los impactos directos en las colisiones con ballenas y otros animales, sino también reducen notablemente el ruido. “Teniendo en cuenta que se ha calculado que un 15% de los buques contribuyen a más de la mitad de todo el ruido que genera toda la industria, no necesitarías una intervención tan global”, sostiene el investigador. Y también se podría regular la construcción de aeropuertos junto a la costa, apunta, “pues el estruendo ensordecedor de los aviones al despegar y aterrizar es una fuente importante, y a menudo insospechada, de ruido en el mar”
Otra gran fuente de ruido oceánico son las prospecciones sísmicas en busca de bolsas de gas y petróleo, que consisten en lanzar un cañón de aire para impactar sobre el lecho marino y obtener una imagen de su estructura hasta 5000 metros de profundidad. Ya existe la tecnología que permitiría tomar estos datos a ras de suelo en lugar de atravesar toda la columna de agua, con el impacto eso tiene, apunta Duarte. Y lo mismo con las instalaciones de torres de energía eólica marina, como las grandes extensiones de aerogeneradores offshore de Dinamarca, cuya instalación - al fijar los pilares al suelo - generan una gran cantidad de ruido. "Ya hay soluciones como cortinas de burbujas capaces de disipar la energía en forma de ruido, igual que en obras en tierra se ponen cortinas acústicas”, defiende Duarte. “Deberían ser prescriptivas en todas las obras de trabajos marinos”.
Las “cortinas de burbujas” que absorben el ruido deberían ser obligatorias en todas las obras de trabajos marinos
En definitiva, resumen los autores del trabajo, el problema de la alteración del paisaje sonoro del océano es “el elefante en la habitación del cambio oceánico global”. “Es una época en la que las sociedades están buscando cada vez más en la “economía azul” una fuente de recursos y riqueza”, concluyen, “es esencial que los paisajes sonoros oceánicos sean manejados responsablemente para asegurarse su uso sostenible”.
Referencia: The soundscape of the Anthropocene ocean (Science)