Produce sarpullidos, cefaleas, arritmias. Desata iras irrefrenables, brotes coléricos. Colecciona insultos, descalificaciones, broncas. Soporta persecuciones, agresiones, coacciones. Vox fue el fenómeno del 10-N y se mantiene. El brujuleo de Pedro Sanchez por los territorios del mal ha multiplicado su feligresía y potenciado sus expectativas. Algo pasa con Vox que a muchos desconcierta.
Hace cuatro años, Vox apenas cosechó 58.000 votos. Ahora tiene 3,6 millones. Una proeza envuelta en un manto de sorpresa. Este verano le decían premoribundo. Los augures proclamaban su defunción. “Es un fenómeno excepcional, flor de un día”. Bastó una amable comparecencia con las hormigas y una hábil intervención en el debate electoral para que la cotización de Santiago Abascal se disparase.
Fascistas y extrema derecha
Ahí sigue. Más sereno y más moderado, sin hacer demasiado ruido salvo cuando le da a alguno por destrozar la vajilla. Los medios olisquean su rastro a la busca de algún patinazo. Un concejal con una estampita de Primo de Rivera o un primo en la Legión. “¡Fascistas!”, proclaman hiperventilados desde sus platós, micrófonos o tribunas. “La caverna, la extrema derecha”, repican los ecos al día siguiente.
Lo sabido. Un remake cansino que se precipita hacia el agotamiento. Mentar a Vox para provocar terror ya no funciona. Alarmar a la población con 'la vuelta del franquismo' mueve a la hilaridad. En especial cuando el presidente del Gobierno en funciones negocia su investidura con un partido cuyo líder cumple condena por promover una revuelta golpista y su socio de Gobierno abomina de nuestra Constitución.
Esta creciente aceptación de Vox produce desasosiego en el Partido Popular, como se comprueba estos días. García Egea: “Ni de izquierdas ni de derechas, son populismo barato”. Núñez Feijóo: “Son falaces y tramposos, coinciden con los nacionalistas en que sólo quieren echar a Feijóo de Galicia”. Alfonso Alonso: “Vox no defiende la Constitución!”. Díaz Ayuso ha sido la más sutil: “Deben centrarse en buscar dónde está el auténtico enemigo”. Cayetana Álvarez de Toledo fue la más ingeniosa, les llamó “cuentistas”, porque se la pasan contando cuentos.
El que crece es el Vox afinado en formas y maneras, que mantiene firme su oferta de acabar con los excesos o debilidades de lo que denominan el “consenso progre”
¿A qué tanta obsesión con Vox si el PP parece tener asegurado el bastón de mando del centroderecha?. Quizás porque su anunciada decrepitud no es tan inminente. Ni tan cierta. Con un Ciudadanos en proceso de evaporación, salvo que santa Inés obre el milagro, y con un PP pasmado, no es de extrañar que muchos españoles, cada vez más aterrados, fíen su futura apuesta política en el partido de Abascal. Empiezan a ver a Vox como el más férreo dique de contención Sánchez y sus acólitos totalitarios y separatistas. De ahí que Pablo Casado ni se plantee ya el juego de la abstención 'patriótica'. Lo iban a arrasar.
Todavía tienen que pulir algunas excrecencias que producen rechazo. Ortega Smith, este lunes inaceptable provocador, incurre en excesos innecesarios, en numeritos lamentables. Muy grande Almeida, enorme alcalde. Ese debería ser el Vox del pasado, que asusta y no rula. El que crece es el Vox afinado en formas y maneras, que mantiene firme su oferta de acabar con lo que denomina el “consenso progre”. A saber, la financiación de partidos golpistas, la pasividad ante la inmigración ilegal, el despilfarro autonómico, la violencia de género. El consabido catálogo de lo políticamente correcto que mueve al rechazo en amplios sectores de la población.
El nicho se consolida
Cada vez que Sánchez, Lastra, Rufián o Alberto Garzón despotrican contra la 'extrema derecha', el nicho de Vox se consolida, como se vio el 10-N. Por entonces Iceta no había dispuesto la mesa de la infamia. Cierto que los espíritus liberales, centristas o moderados, que abominan del frentepopulismo incipiente, difícilmente sintonizan con buena parte de los planteamientos ideológicos que defiende el partido de Abascal. En ese grupo milita el millón de abstencionistas de Ciudadanos que quizás busque ahora su sitio. Lo primero, frenar a los bárbaros. Luego ya se afinará la melodía.
Jorge de Palacio apuntaba en días atrás en El Mundo que no cabe calificar a Vox ni de partido 'fascista' ni de 'extrema derecha'. Ni combaten la democracia ni recurren a la violencia. Encuadra a Vox en la 'derecha radical', que acepta el Estado de Derecho, la democracia como procedimiento pero rechaza ciertos principios del sistema. Un planteamiento que lejos de agostarse, crece. De ahí los manotazos y aspavientos del PP que no consiguió siquiera sacar partido de un Ciudadanos menguante y se arriesga ahora a que el 'ciclón tranquilo' de Vox le fulmine desde la derecha. Algo pasa con Vox y más que puede pasar. Todo depende de ERC. He ahí el drama.