Las arcas públicas catalanas no sólo van a usarse para avalar ante el Tribunal de Cuentas a los políticos independentistas condenados por malversación, sino que también se disponen a soportar el coste del último delirio feminista de la alcaldesa de Barcelona.
La Ciudad Condal, que antaño fue un referente español y europeo en libertad y modernidad, se ha transformado, con el curso de los años, en una ciudad decadente desde el punto de vista económico y cultural. Un declive propiciado no sólo por el independentismo sino también por el activismo demagógico que la inane Ada Colau practica desde la corporación municipal. Las consecuencias de su infame gestión han sumido a la capital catalana en la inseguridad y en la miseria.
Una de las numerosas derivadas de la decadencia de Barcelona ha sido el notorio incremento de la violencia homófoba. Es habitual encontrar en los medios noticias sobre ataques contra personas por razón de su condición sexual.
Pero para desgracia de los barceloneses y de los turistas que visitan la ciudad, la intención de Inmaculada no es abordar las verdaderas razones del problema para minimizarlo o atajarlo, sino instrumentalizarlo políticamente en beneficio de esa agencia de colocación y dispendio en la que han transformado al feminismo.
"Cumplir los roles"
Este lunes, la señora alcaldesa y su concejal de “Feminismos y LGTBI”, Laura Pérez, comparecieron para anunciar que habían llegado a la sesuda conclusión de que la causa última de estos ataques radica en la vinculación existente entre masculinidad y agresividad. La solución al problema propuesta por tan brillantes mentes pasa, oh sorpresa, por crear un nuevo chiringuito llamado “Centro de Nuevas Masculinidades”, que abordará “la necesidad de trabajar estas cuestiones con los jóvenes para flexibilizar esta masculinidad tan estricta que hemos tenido hasta ahora". En palabras de la edil, "ser hombre no significa responder de forma agresiva, ni señalar al distinto que no cumple con los roles de lo que se supone que tiene que ser un hombre".
Ahí siguen, tirando de discursos engolados que pretender achacar todos nuestros males al patriarcado occidental, por más que sea patente y notorio que el origen del problema radica en una religión oriental. El feminismo exculpando al islamismo para salvar los muebles de su tristemente célebre “Welcome refugees”. Pero la triste realidad es que los dogmas de fe del primero chocan frontalmente con los del segundo. El islam no es inclusivo, ni feminista ni tolerante con la diversidad sexual, por mucho que intenten adornarlo los teólogos del buenismo insufrible.
Al otro lado del estrecho, el artículo 489 del Código penal marroquí castiga a quien practique «un acto desviado con una persona del mismo sexo» a tres años de prisión
En trece países musulmanes, entre los que se encuentran Afganistán, Irak, Siria, Pakistán o Somalia, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son constitutivas de un delito de sodomía que se castiga con la muerte. Más cerca, al otro lado del estrecho, el artículo 489 del Código penal marroquí castiga a quien practique «un acto desviado con una persona del mismo sexo» a tres años de prisión.
Quienes son criados en las creencias musulmanas, no digamos ya bajo el yugo de la sharia, tienen serios problemas de integración en sociedades como la nuestra, en la que el respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales no sólo rige nuestra convivencia cotidiana sino que legitima y delimita la actuación de los poderes públicos. Lo que aquí es libertad, en su países es pecado, una ofensa a Alá, un acto contra natura.
Dejen de gastar nuestro dinero en chiringuitos inútiles que pretender diluir la responsabilidad atribuyendo culpas a una cualidad biológica
No es su sexo lo que los convierte en violentos, señora, Colau, sino su religión y/o educación. El respeto a su cultura y sus creencias ha de terminar donde empieza la vida, la integridad física y la dignidad personal de los demás. Como país limítrofe con el mundo musulmán, que además ha experimentado recientemente cómo se pueden usar las fronteras para desestabilizar y aterrorizar a la población, tenemos la obligación moral y legal de intervenir para garantizar la convivencia y hacer que se cumpla la ley. Mientras continúen soslayando esta realidad tras acusaciones de racismo o de xenofobia, más daño harán a los colectivos a los que supuestamente pretenden proteger. La Justicia, esa a la que denuestan cada día, puede castigar a los culpables, pero no es su cometido hacer política migratoria ni de prevención de la delincuencia. Dejen de gastar nuestro dinero en chiringuitos inútiles que pretender diluir la responsabilidad atribuyendo culpas a una cualidad biológica. Tal y como nos advirtió Popper, en una sociedad abierta la tolerancia debe ser intolerante con la violencia. Quienes la justifican contra quienes se sienten atraídos por una persona de su mismo sexo son los verdaderos intolerantes, no quienes advertimos de ello.