A estas alturas seguimos abrumados ante la avalancha de crónicas y análisis sobre lo ocurrido durante la última semana en Afganistán y, sin embargo, tenemos la impresión de que aún queda mucha verdad por descubrir y mucha (des) información que limpiar.
Las imágenes de la estampida de los occidentales y sus colaboradores afganos abandonando el país a toda velocidad son la contundente prueba de la derrota militar, política y moral que han sufrido las democracias liberales en Afganistán.
Resulta difícil creer que esta salida casi de emergencia sea el resultado de un verdadero acuerdo entre los Estados Unidos y los líderes talibanes. De haber sido así, ¿por qué esta huida enloquecida y caótica? Si hubo un pacto, alguna de las partes no lo ha cumplido. Esta misma semana ha habido informaciones que en las que se aseguraba que Estados Unidos ha congelado 8.100 millones de euros del Banco Central de Afganistán para evitar que caiga en manos de los talibanes. Cabe entonces preguntarse qué ha sucedido con todo el material bélico del que disponían la OTAN y los norteamericanos en el país. Ni siquiera ha habido tiempo de sacarlo del país o de destruirlo.
A pesar de las muy inquietantes informaciones que llegan desde el terreno testimoniando ejecuciones y desapariciones, y del terror general visible en la presencia masiva de afganos tratando de acceder al aeropuerto o en las largas colas -a 40°y un sol de justicia- delante de las embajadas occidentales, así como las llamadas de socorro en redes sociales y medios de comunicación que están haciendo cientos de mujeres profesionales, periodistas o activistas no es difícil entender que las cancillerías occidentales -con alguna excepción- y la Unión Europea, hayan mantenido una actitud bastante prudente con respecto a la victoria de los talibanes.
Todavía necesitamos unas semanas en las que poder despegar del aeropuerto de Kabul para poner a salvo a nuestro personal desplazado y a las familias de los afganos que durante estos 20 años han colaborado con nosotros. Además, cabe suponer que haya canales abiertos con algunos gobiernos menos hostiles hacia los talibanes y con representantes afganos de las provincias, de las distintas tribus y etnias en cuanto al tipo de gobierno que los extremistas piensan constituir (algunos de sus representantes han asegurado que será un gobierno incluyente). Esa es, seguramente, la razón por la que hemos escuchado afirmaciones que pueden sorprendernos: hay que hablar con los talibanes y ver cómo se comportan y qué decisiones toman.
Lo cierto es que no deberíamos esperar mucho de uno de los grupos de orientación wahabista más intolerantes y violentos de todo el espectro radical suní. No sólo tenemos la experiencia ya vivida durante el anterior gobierno de los talibanes, también sabemos cómo han ejercido el poder durante estos años en los territorios que han seguido controlando. Aunque es conocido que los talibanes no son un grupo homogéneo y que en las negociaciones de Doha en 2018 se manifestaron serias discrepancias entre ellos, les une la interpretación más supersticiosa, anacrónica y salvaje de la “sharía”, esa que -además de otras cosas- reduce al mínimo la libertad y la dignidad de las mujeres y de las niñas. Allá dónde mandan los talibanes, las mujeres tienen prohibido reír fuerte: no debe escucharse su voz.
La nueva versión talibán que se ofrece a la comunidad internacional -cuyo reconocimiento parece ser una verdadera prioridad para los vencedores- se ha modernizado en el mensaje, se ha suavizado en apariencia, pero no deja de insistir en que su única ley es la “sharía”. Por otro lado, los afganos y afganas que durante estas dos últimas dos décadas habían apostado por un país abierto y democrático no dejan de advertirnos sobre la verdadera naturaleza de los nuevos dueños del país, hoy mejor armados que hace 20 años.
Los talibanes han sabido aprovechar tanto los errores de las fuerzas de ocupación extranjeras como la incapacidad y la corrupción de los gobernantes afganos"
Los talibanes han sabido aprovechar tanto los errores de las fuerzas de ocupación extranjeras como la incapacidad y la corrupción de los gobernantes afganos. Financiados gracias al tráfico de heroína, resistiendo en sus feudos y en la zona tribal de Pakistán, los líderes talibanes han ido tejiendo una estrategia de acuerdos y compromisos con los dirigentes locales y jefes de tribu de la que, aparentemente, la inteligencia occidental no se ha enterado. Por otro lado, desde que Obama dio por finalizada la acción de combate en 2014, hasta la retirada pactada por Trump en 2020, los talibanes han estado preparándose para el asalto definitivo a Kabul mientras Occidente perdía todo interés por Afganistán.
A fecha de que hoy todo está perdido, el esfuerzo -que iba a ser largo, evidentemente- de construcción de una sociedad democrática se ha esfumado y nadie sabe, incluidos los nuevos jefes talibanes, cuál será el destino de Afganistán.
Una cosa sí sabemos: desde la salida del poder de los talibanes el índice de nacimientos por mujer ha caído radicalmente en el país y el porcentaje de niñas que acuden a la escuela primaria ha aumentado un 80%. Esos eran los primeros síntomas de la emancipación de las mujeres afganas que había que sostener durante años. Hoy, para ellas, el tiempo camina hacia atrás, sobre eso caben pocas dudas.
"¿Dónde está la ONU?"
Los países occidentales deben ejercer la máxima presión para impedir un nuevo apartheid de las mujeres afganas y la instauración de un régimen teocrático al margen de la ley en Afganistán. Tenemos que atenernos los hechos que ponen seriamente en cuestión los discursos de los nuevos talibanes. La comunidad internacional, con Naciones Unidas a la cabeza, debe desplegar en el país una sólida y sostenida acción humanitaria que permita proteger a los millones de afganos que tienen un infierno por delante. ¿Dónde está la ONU?
La organización revolucionaria de mujeres de Afganistán (RAWA en sus siglas en inglés) nos enseñó las 29 principales prohibiciones para las mujeres que los talibanes imponen en sus dominios. Una de ellas es la prohibición de reír. No demos ningún crédito a quienes no permiten reír a las mujeres.