Manuela Carmena lo anunció apenas unos días atrás: creará El Madroño, una moneda de circulación local con la que pretende rescatar de la quiebra a los vendedores cuya prosperidad ella misma ha dinamitado. A la manera de Trajano, el emperador que más monedas acuñó, la alcaldesa de Madrid calienta la campaña de las elecciones regionales con una de las herramientas más antiguas de propaganda: la numismática. El Madroño de Manuela Carmena, a la manera de los billetes del Monopoly o el dinero de plástico de los parques temáticos, tiene por objeto incentivar el apaleado comercio minorista de la capital, al mismo tiempo que esparcir esa empalagosa nube de humo de su voluntarismo. Ya sabe, lector, de la serie Refugees Welcome y otros episodios.
De momento, no hay demasiados detalles. Se sabe que El Madroño tendrá paridad con el euro y que su formato será digital... y poco más. Sin embargo, queda en el tintero material para la más pintoresca especulación. ¿El Madroño de Carmena se acuñará también en papel de fumar? ¿O acaso circulará como chocolatina en forma de morocotas? Para incentivar, lo que se dice incentivar, el comercio de Madrid -cuyas ventas han bajado un 0,8% con respecto a 2017- bastaría con no romper al mismo tiempo todas las aceras del centro o procurar, si no es mucho pedir, algún control de la venta ambulante. Pero ésa sería una medida demasiado discreta, una idea que no podría desfilar en la Cabalgata de Reyes junto con la carroza de las reinas magas.
A la manera de Trajano, el emperador que más monedas acuñó, Carmena echa mano con El Madroño de la más antigua forma de propaganda: la numismática
El bien común como base del buen Gobierno es algo que hace mucho tiempo la alcaldesa Carmena no tiene en su cabeza, esa incesante quijotera –como dijo alguna vez Vicente Molina Foix- a la que sobrevuelan de tanto en tanto los mismos pajaritos preñados. La alcaldesa que siempre se pone de perfil –con la policía, con la basura, con la descoordinación de su propio gobierno-, podría imprimir el suyo en esta nueva moneda, incluso hasta podría repartirla cuando vuelva a obligar a los peatones a caminar en un mismo sentido por las calles del centro, en Navidad. Carmena, como los regidores de la picaresca, se pone ella misma a los pies de la sátira, ¡perdón!, de los caballos.
Tras 24 años del gobierno del PP en Madrid, Carmena asaltó el Ayuntamiento como la alcaldesa del cambio. Llegó al cargo arropada por una variopinta lista de concejales, a cada cual más circense una vez electos y casi esperpénticos a medida que avanzaba la legislatura. El cambio para Carmena era, pues, aquel ramillete de ocurrencias y rectificaciones. Es posible que en el pensamiento de la edil, la virtud fuese ese montón de confeti que llueve sobre la cosa pública con la misma velocidad con la que una gruesa película de orina y basura recubre la piel de las ciudad desde que ella la gobierna. Puede que pagar con ositos sea, a estas alturas, una medida social. Aunque la alcaldesa no debería echar en saco roto la posibilidad de barrer el estercolero en el que ha convertido la capital en tan sólo una legislatura.
Es posible que en el pensamiento de Manuela Carmena la virtud y el buen Gobierno fuese ese montón de confeti que llueve sobre la cosa pública
Carmena está emparentada con los alcaldes entremesiles por no pocos rasgos. Aquellos personajes que destacaban, en su mayoría, por su desconocimiento de las leyes, su corto entendimiento o su manifiesta candidez. Cervantes y Lope procuraron dejar a la vista los harapos de la mezquindad que los caracterizaba o los paños menores de su estupidez. En el repertorio que depara la ficción como quirófano de la vida real, el gobernante parece siempre una fuente inagotable de inspiración. Algunos por su manifiesta corrupción y crueldad –el de Zalamea de Calderón- y otros por su sencilla estupidez, como los aspirantes de Daganzo. Así es Carmena, la alcaldesa entremesil: esa deriva de la megalomanía y el adanismo de quienes entienden la gestión de la cosa pública como un mural inclusivo, un referéndum verbenero y ahora, por qué no, el dinero en forma de ositos -y ositas- para canjear en las fiestas de La Paloma.