Opinión

A Pedro Sánchez

Supo usted imponerse al sentido común de aquel viejo PSOE, al que pertenecí, y que con todos sus errores y sombras supo gobernar y defender el orden constitucional

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. -

Señor presidente del gobierno:

He de serle totalmente sincero: usted y lo que representa no me gustan. He de reconocerle que aborrezco profundamente todo el guiñol organizado alrededor de usted y su gobierno para mantenerse. Sus mentiras, su arrogancia, sus tremendos errores figuran de manera ineludible en nuestra historia como uno de los capítulos más siniestros, tristes y desgraciados de los últimos tiempos.

Empero, si mi opinión acerca de su moralidad es, simplemente, que carece de ella y de cualquier noción que se asiente en un mínimo de ética, le digo de la misma manera que jamás le he tenido por tonto. Supo usted imponerse al sentido común de aquel viejo PSOE, al que pertenecí, y que con todos sus errores y sombras supo gobernar y defender el orden constitucional. Digo que usted se impuso, y es cierto. Reconvirtió el partido de los Leguina, de los Redondo Terreros, de los socialistas honestos, demócratas de buena fe y patriotas en un totum revolutum de aduladores, situacionistas y mediocridades.

He aquí sus dos logros: hacer que España haya caído a lo más bajo en prosperidad, orden, ley y prestigio internacional y, a la vez, hacer que el socialismo haya permutado en sanchismo, un PRI que anda apoyado en la primera farola que se le ofrece, a ver si vendiendo su cuerpo puede durar un día más.

Supo usted imponerse al sentido común de aquel viejo PSOE, al que pertenecí, y que con todos sus errores y sombras supo gobernar y defender el orden constitucional

Pero incluso su venalidad tiene un límite, señor presidente. Y este límite es el del cementerio. Es un lugar en el que no tienen cabida las glorias ni las pompas de este mundo, en el que vanidades y egoísmos quedan arrinconados por la única democracia verdadera que existe, la de la Parca, la que nos hace a todos iguales, hombres, mujeres, ricos, pobres, de izquierdas o derechas. Es en ese cementerio donde se ha emitido el grito más potente, indignado, cargado de razones y, singularmente, inaudible para usted. Quien le increpa señalándole acusadoramente ya no somos los vivos, señor presidente, son los muertos por ETA, los asesinados, los arrebatados a la vida por aquella horda bárbara y criminal.

Se remueven en sus sepulturas al ver cómo usted prefiere negociar con sus allegados antes que con el principal partido de la oposición. Y de sus restos convertidos en polvo – recuerde, señor presidente, que usted también es mortal – ruge la protesta de quien se ve afrentado en lo más hondo de su martirologio. Porque si de todos aquellos cadáveres ensangrentados, de aquellos hombres, mujeres, niños, inocentes, en suma, no sabemos extraer la suprema lección de la historia que nos ofrecieron a costa de sus vidas, habrán muerto en vano. Que usted ningunee y manipule alegremente a su capricho e interés personal instituciones que han permitido a los españoles convivir sin ningún enfrentamiento civil durante cuarenta años, único caso en toda nuestra historia, es de una irresponsabilidad tremenda.

Que usted ningunee y manipule alegremente a su capricho e interés personal instituciones que han permitido a los españoles convivir sin ningún enfrentamiento civil durante cuarenta años es de una irresponsabilidad tremenda

La Corona, el Parlamento, la Judicatura, nada le parece suficientemente importante como para detener su ataque en aras de monopolizar el poder. Pero el pacto con Bildu, que le apoya incondicionalmente desde el minuto cero y que le permite sacar adelante eso que usted llama eufemísticamente Decreto Anticrisis, anteponiendo la formación proetarra al Partido Popular, le hace a usted acreedor ya no del vituperio de la oposición. Es más grave. Le hace acreedor de la peor de las recriminaciones, del señalamiento más oprobioso. Porque ya no son ni PP ni Vox quienes tiene enfrente, señor presidente. Son las mil víctimas de ETA las que le están diciendo que es usted lo peor que nos ha pasado en décadas.

Le pediría que recapacite, pero juzgo inútil el esfuerzo. Que Dios le perdone. Yo, no.

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