Hace dos mil trescientos años el gran Alejandro, tras desembarcar con su ejército en las costas de Fenicia, observó que en sus filas cundía el pánico ante la abrumadora superioridad numérica del enemigo. Con el fin de evitar que sus soldados abandonasen el campo de batalla, mandó quemar sus naves impidiendo así cualquier tentación de retroceso. Consumada tan drástica acción, arengó a sus hombres que, enardecidos por su valor y elocuencia y sin otra opción que la victoria, la consiguieron de forma aplastante. Cayetana Álvarez de Toledo, veintitrés siglos después de tan notoria hazaña, ha emulado al rey de Macedonia publicando un libro que expresa con rotundidad su intención de mantener sus posiciones y que, lejos de dar ni un paso atrás, manifiesta sin ambages su inalterada determinación de avanzar hasta donde haga falta en defensa de sus ideas. Lo que no es tan evidente es a qué tropas dirigirá sus futuras proclamas en el erial patrio que tan magistralmente describe en Políticamente indeseable.
Nos dice la autora de esta obra, que figurará sin duda entre las más interesantes, bien escritas y contundentes entre las muchas de carácter político que han visto la luz desde la Transición, que, pese al cúmulo de motivos para caer en el desánimo que pueblan sus páginas, sigue siendo optimista. Tal afirmación resulta admirable y revela un predominio asombroso de la voluntad sobre la realidad. Mi sospecha es que esta exhibición de porfía contra los elementos de la docta biógrafa de Juan de Palafox obedece más a motivaciones estéticas y literarias que a posibilidades reales. Mi propia experiencia en el braceo en las aguas cenagosas de la partitocracia española, algo más dilatada que la suya, me conduce a esta apreciación, sin que ello encierre intención alguna de disuadirla de mantener su empeño, entre otras razones, por el magnífico espectáculo que ofrece su valiente trayectoria.
La debilidad de carácter del señor del castillo en el que habita la entrega a la crueldad de un ogro tan acaparador como implacable
La historia que nos cuenta Cayetana Álvarez de Toledo en su primer testamento público -primero porque cierra una etapa, no una carrera, que tiene todavía mucho recorrido por delante- es la de una intrépida dama de notable inteligencia, delicada presencia, vasta cultura y maneras impecables, a la que la debilidad de carácter del señor del castillo en el que habita la entrega a la crueldad de un ogro tan acaparador como implacable. Esta descripción de su segundo intento de desarrollar un proyecto político que merezca la pena integrada en el Partido Popular no puede sino suscitar la más viva simpatía por su ejecutoria, acompañada obviamente de la más enérgica condena de la maldad de su torturador.
De hecho, la lectura de las vibrantes páginas de Políticamente indeseable suscita dos interrogantes cuya respuesta es necesariamente mortificante para sus dos protagonistas. ¿Por qué el presidente del PP la invitó a volver a primera línea conociendo las probadamente demostradas insobornable independencia intelectual y rocosa solidez moral de su requerida colaboradora? ¿Y por qué la así convocada aceptó la invitación cuando el recuerdo de su anterior intento de hacer política adulta, por utilizar uno de sus adjetivos favoritos, al servicio de un planteamiento auténticamente liberal sin complejos ni vacilaciones, debiera haberla inmunizado frente a cualquier canto de sirena ulterior?
Los mecanismos psicológicos, analíticos y éticos subyacentes a su decisión de volver a calzar las espuelas en el eterno combate por la libertad fueron todos limpios y loables sin excepción
Mi conclusión ante estas preguntas es necesariamente mucho más indulgente con la ex portavoz del Grupo Parlamentario Popular que con su jefe. Cayetana se dejó llevar, por una parte, por su vocación sincera de contribuir a la inaplazable tarea de sacar a España del hoyo en el que se encuentra y, por otra, en la confianza que puso en quien le hizo la oferta. Se la puede acusar de ingenua, de voluntarista, de idealista, pero los mecanismos psicológicos, analíticos y éticos subyacentes a su decisión de volver a calzar las espuelas en el eterno combate por la libertad fueron todos limpios y loables sin excepción. En lo que se refiere al que la indujo a error condenándola a arder en la pira de la envidia, la prepotencia y el autoritarismo que no dejaron de asediarla desde que reemprendió su regreso a la actividad política bajo unas siglas concretas, hay que descartar que le mintiera deliberadamente porque ella no hizo tratos con un cínico desaprensivo como Pedro Sánchez, pero sí hay que inferir que sobrevaloró su capacidad de protegerla, respaldarla y mantenerla ante los ataques que sabía perfectamente que la aguardaban. Eso es algo que el que la encumbró para dejarla caer apenas un año y medio después llevará siempre en su conciencia y aunque no es imposible que busque una reparación en el futuro de un fallo tan perjudicial para él y para su causa, esta rectificación deberá ir acompañada de un sereno ejercicio de introspección que le convierta de verdad en el líder que nuestra atribulada y desorientada Nación demanda en este tiempo oscuro en el que no andamos tan sobrados de faros que iluminen el camino como para apagarlos de un manotazo intempestivo.