El reparto de papeles en los gobiernos de coalición es habitual. En el caso andaluz, PP y Cs van a ofrecer un pacto de gobierno cerrado, dispuesto a abrirse a izquierda (PSOE y Podemos) y a derecha (Vox) cuando sea necesario. Por eso piensan dar entrada en la Mesa a todas las fuerzas parlamentarias, para dejar por sentado que es un planteamiento inclusivo, dispuesto a hablar con cualquiera. Ahora bien, los socios de gobierno tienen estrategias distintas.
Cs necesita demonizar a Vox por varias razones. La primera es mantener el absurdo envite de Manuel Valls. El socialista francés fue quien tuvo la ocurrencia de hablar de “cordón sanitario” contra Vox, precisamente en Cataluña, donde es más necesaria que nunca la unión de los constitucionalistas frente al supremacismo. Un tierra, además, donde nació el acuerdo que fue el principio del fin del consenso político y el empujón al “procés”: el Pacto del Tinell, destinado a marginar al PP hasta su extinción.
Además, Ciudadanos ha cerrado un acuerdo en Bruselas para ir a la sombra de Macron en las elecciones europeas. De ahí los ataques de Rivera a Santiago Abascal, al que tienen por un populista equiparable en Europa a Marine Le Pen, Salvini, el holandés Geert Wilders, o el húngaro Viktor Orbán, cuando no a Trump o Bolsonaro. Desde la victoria de Macron en mayo de 2017 ha sido evidente la ansiedad de Rivera por tener al francés como referente de centrista joven que llega al poder frente a la crisis de los partidos tradicionales. Y, claro, un año de negociación con Macron no se va a echar por la borda por una foto con Santiago Abascal.
Finalmente, los de Rivera saben que el centro-derecha está ahora superpoblado. La aparición de Pablo Casado con un discurso limpio, con personalidad, liberal-conservador, que atesora las mismas supuestas virtudes que Rivera, frena el traspaso de votos de la era Rajoy. Amortizada la denuncia de la corrupción, solo les quedaba la cuestión identitaria. Ya dijimos en octubre que “lo español” iba a ser la clave fundamental para decidir el voto de la derecha entre tres formaciones que podían capitalizarlo: PP, Cs y Vox. La aparición de los de Abascal y la resurrección del PP de Casado en la defensa de esa identidad española resta rentabilidad electoral a esa cuestión.
La salida lógica de Ciudadanos para seguir creciendo como opción de centro, en consecuencia, es hacerse con el voto moderado de izquierdas que no soporta a Pedro Sánchez. Por esta razón ha sido Juan Marín, y no Villegas, quien ha asumido el encargo de pactar públicamente con las izquierdas; de hecho, ha estado tres años y medio haciéndolo. Era el hombre apropiado. No en vano estar todo este tiempo junto a la desastrosa Junta de Andalucía de Susana Díaz no les ha restado un voto. Es tan evidente que hasta puede ser Cs quien ceda un lugar en la Mesa del Parlamento para que lo tenga Adelante Andalucía.
Marín intentará el beneplácito de las izquierdas para lo que tiene que ver con las políticas sociales y la igualdad de género planteado en el acuerdo de gobierno con el PP. Quizá, a cambio, y eso sería lo terrible, las alfombras andaluzas solo se levanten para ver el suelo y echar más polvo debajo.
En ese reparto de papeles, al PP le ha tocado hablar con Vox. Es lo apropiado. Están más cerca de la formación de Abascal por ideas e historia, y el electorado popular no demoniza a esa formación, sino que es percibida como una organización familiar. Es más; es muy conocido que Vox nació en 2014 para resucitar al “verdadero PP”, enterrado por el marianismo.
Estratégicamente es muy práctico este rol para los de Pablo Casado. Por un lado, los populares ensayan un pacto con Cs mucho mejor que en Madrid o Murcia, preludio de lo que puede ocurrir tras las elecciones de mayo de 2019 y las próximas generales. Evitar los suicidas pactos de investidura, como en la capital de España, es primordial. Por otro lado, se acercan a los de Vox para demostrar que nunca debieron irse de la casa común de la derecha. El PP será indispensable para acercar a los de Francisco Serrano, ofreciendo, entre otras cosas, la rebaja de impuestos o el cuestionamiento de la andaluza ley de memoria histórica.
El acercamiento a Vox se ha dejado para última hora porque a PP y Cs les convenía ir con todo cerrado, en este ensayo general donde la política quiere ser arte. Ahora bien, que nadie se engañe, ese retraso y casi ninguneo es muy útil a la formación de Abascal, ya que la convierte en protagonista, como hasta ahora, remarcando su papel imprescindible para el cambio de régimen en Andalucía. Vox creció como una opción anti-establishment y contraria a la corrección política que, como en otros lugares de Occidente, vive de la propaganda que le hace el adversario. Y parece que, por cálculo de unos y otros, así seguirá siendo.