La cortina de humo es, junto al pucherazo, el soborno o el transfuguismo, una de las más artimañas políticas más solicitadas. Pedro Sánchez, que fracasó en la segunda aunque lo volverá a intentar, es un virtuoso en la primera. La factoría de ficción que montó en La Moncloa, con casi mil asesores y un visionario al frente, ha recurrido a este truco añejo y elemental tantas veces como su persona lo hace al Falcon.
Iván Redondo, en sus tiempos de arúspice presidencial, se consagró como un prodigioso maestro en el arte de embaucar, de enfocar las cámaras hacia un descomunal trampantojo a fin de ocultar los aspectos más molestos de la realidad. Sus hitos en esta especialidad son tan numerosos y excesivos, algunos tan intragables, que se hace difícil creer que hayan existido. No puede ser cierto que la sociedad de la cuarta economía de la UE (latiguillo de analistas tediosos) haya comulgado con semejantes pedruscos de molino. Pues sí, lo hizo. Y todavía sestea bajo el encantamiento de esos enredos de ilusionista de feria.
Puso en marcha Redondo los aplausos de las 8 de la tarde, los interminables aló presidente, "hemos derrotado al virus", "hemos salvado 450.000 vidas" (ya 500.000 en la versión de este domingo), la superproducción del Valle, el prodigioso vuelo de los huesos de Franco, el retorno del fascismo, el destierro del Emérito, los indoloros indultos, Otegi es bueno, ETA nunca existió, España tampoco, es solo un puzzle por armar, el PP es una banda criminal y Vox su profeta. Un surtido interminable de añagazas expedido a tan acelerado ritmo que una trola sepultaba a la siguiente. Solo los tragos de Fitzgerald podrían igualar ese frenético compás.
Las quejas no trascendían. Las protestas apenas se escuchaban. Cuando el engaño era excesivo, casi indigesto, se recurría a la cortina de humo y hasta otra. La hipnosis es el estado natural de quien apenas valora la libertad
Tres años de sanchismo, un bienio de pandemia y de cortinas de humo, mentiras envolventes, inventos ridículos que se materializaban luego en una cascada de decretos, órdenes, edictos, leyes y demás quincalla que convertía al un BOE en un catálogo de disparates, una afrenta cotidiana al ordenamiento jurídico y al Estado de Derecho. No pasaba nada. Las quejas no trascendían. Las protestas, apenas se escuchaban. Cuando el engaño era excesivo, casi indigesto, se recurría a la cortina de humo y hasta otra.
Las cosas se antojan ahora más difíciles, reconocen en Moncloa. Los problemas se amontonan, los contratiempos se disparan. Resulta muy complicado mantener hipnotizada a la opinión pública. Un Bolaños gris marengo ha sustituido al mago de Oz al frente del aparato fabulador, secundado por dos killers del negocio, los Migueles (Barroso y Contreras), aquellos visitadores del zapaterismo que controlan ahora todo el colosal aparato de propaganda del Gobierno.
Como gran hallazgo, acaban de rescatar la vieja palinodia de la corrupción del PP. María Dolores de Cospedal en la comisión de la Kitchen, ese sucio asunto con Fernández Díaz y Bárcenas como telón de fondo. Carnaza para las teles, carroña para los micros, el roído argumento que expulsó a Rajoy de la Moncloa. ¿Pero qué es la Kitchen?. Ya nadie se acuerda, por Dios. Eso ya no funciona, ya está, cumplió su cometido. Tendrían que inventar diez veces de nuevo la Sexta para que el morbo resucitara, para que el asunto rodara. La gente ya no pica. Solo lo hacía, voluntarioso y esforzado, el veterano Ónega en su homilía radiofónica del viernes. Y la portada de El País, de chirriante excepcionalidad.
Confirmó que no está amnésica, que no ha metido la mano en la caja y retó a un interviniente del grupo sedicioso catalán a que esas insinuaciones se las repitiera en la calle
Digna y desafiante, Cospedal guardó silencio en su comparecencia ante los señores diputados (su causa está sobreseída, pendiente de recursos), confirmó que no está amnésica, que no ha metido la mano en la caja y retó a un interviniente del grupo sedicioso catalán a que esas insinuaciones se las repitiera en la calle. No osó hacerlo el tal Pagès, un cuitadín de lacito amarillo y neurona apolillada. Y se fue. La que fuera gran dama de la derecha se despidió y hasta otra, ahí os quedáis. El montaje fracasó. Poca artillería para encandilar las audiencias, escasa chicha para alimentar al tertuliano voraz.
Tan enorme es el desagarro, tan inmenso el estropicio que Sánchez, conducido por los migueletes, se aferra al zapaterismo como fórmula de salvación. Aquello de nuestra economía en la champions league. Dijo el actual que España es guía y faro de Europa y que todos nos imitan, en especial Alemania, porque vamos por delante en recuperación y buen hacer hacer, tanto pandémico como económico. Por favor, no se rían.
Empresas en quiebra, desempleo voraz, previsiones inquietantes, fondos que poco alivian, reticencias europeas, inflación demoledora, costes de la energía, el recibo de la luz, el depósito del automóvil, la cesta de la compra, el malestar social (de los policías a los transportistas, de los peluqueros a los loteros), el niño de Canet, la turra de los etarras todos en casa...No hay cortina de humo que pueda pintar de rosa este dramático mural. En Moncloa, sin embargo, siguen en su empeño. Dos consejos de ministros a la semana. Prohibido fumar en el coche. Y, atentos, este lunes, ¡Rajoy con la 'Kitchen'!, venga camarógrafos, corran los reporteros...segundo plato de carroña. Así andan.
"Esos ánimos agitados, esos espíritus ariscos se calmarán arrojándoles un poco de polvo", cantaba Virgilio. ¡Más humo!, claman desesperados en la sala de máquinas de la Moncloa cual si fueran los hermanos Marx reclamando más madera. No, guacho, así no aguantáis dos años.