Opinión

Dos o tres verdades que se ocultan sobre el catalán

El catalán-valenciano es una de las seis mil lenguas que identifican los lingüistas y que, como tantas otras veces, no sabemos si contar como una o como dos. Oficialmente son dos, en realidad son la misma.

Su ámbito de influencia se ciñe a Europa,

  • Varias personas participan junto a varios políticos en una manifestación para defender la lengua en castellano -

El catalán-valenciano es una de las seis mil lenguas que identifican los lingüistas y que, como tantas otras veces, no sabemos si contar como una o como dos. Oficialmente son dos, en realidad son la misma.

Su ámbito de influencia se ciñe a Europa, donde se habla en cuatro países, España, Francia, Andorra e Italia, si bien en ninguno es lengua independiente pues sus hablantes la conocen acompañada de otra: el español en España, francés o español en Andorra, francés en Francia, italiano en Italia. Esa lengua complemento es la que abre horizontes y de la que más se sirven en la vida cultural, nacional e internacional.

En La clasificación por número de hablantes que apareció en mi Diccionario Espasa de las lenguas del Mundo (2002), el catalán ocupaba el puesto nonagésimo (90) con una población de 7,1 millones. Algunas reseñas aparecidas por entonces elogiaron la posición. Y no les faltaba razón, pues son menos de doscientas las lenguas que cuentan con más de un millón de hablantes. Dicho de otra manera, la mayoría de ellas viven tan en precario que necesitan estar en contacto con otras más útiles. De esa convivencia solo podemos esperar un lento proceso que ha de conducir a la desaparición de las lenguas sin hablantes monolingües.

Un recuento reciente de la Secretaría de Política Lingüística de la Generalitat le concede al catalán el puesto octogésimo octavo (88) con un total de 9,1 millones de personas que lo hablan o dicen conocerlo. La cifra está probablemente inflada con usuarios esporádicos porque saber más o menos catalán no garantiza ser propietario de la lengua, condición que solo se adquiere en familia, y no con un aprendizaje académico, pues el catalán de la escolarización no garantiza un uso natural. Lenguas cercanas en cuanto a número de hablantes son el zulú, idioma de Sudáfrica, en el puesto 87, el búlgaro, en el 89, el tártaro, en el 90, y una lengua de China, el uiguro, en el 91…  

Los recuentos oficiales, en cifras redondeadas, atribuyen el conocimiento del catalán al 85% de los catalanes, el 80% de los andorranos, el 75% de los isleños y el 50% de los valencianos, si nos permiten estos últimos llamar provisionalmente catalán a su lengua. El mayor porcentaje de hablantes, el 90%, lo encontramos en la Franja de Ponent, ese territorio de Aragón donde ni es oficial ni sus hablantes desean que lo sea, que es lo que también sucede en las provincias francesas donde el porcentaje desciende al 37%. En Alguero (Italia) son el 61%.  De una población total en todos estos territorios de casi catorce millones, once aseguran entenderlo, de los cuales solo unos nueve dicen que lo saben hablar.

El hindi, pongamos por caso, que es una de las que ocupan el podio de lenguas supermillonarias en hablantes, resulta estar abocado al ambilingüismo, pues sus usuarios se sirven a diario y cada vez más del inglés

Esta estadística sería mucho más exacta si distinguiera entre la condición de lengua de hablantes ambilingües (dos son necesarias) y lengua de hablantes monolingües (con una cubren todo). El ambilingüismo es una constante en el universo de las lenguas. El hindi, pongamos por caso, que es una de las que ocupan el podio de lenguas supermillonarias en hablantes, resulta estar abocado al ambilingüismo, pues sus usuarios se sirven a diario y cada vez más del inglés. Y eso sucede también con el tártaro, que se apoya en el ruso, y con el uiguro que se sirve en su dimensión cultural del chino mandarín.

Si exceptuamos a algunos lingüistas interesados por el catalán al servicio de la investigación en grandes universidades, o becados por la Generalitat para la promoción de la lengua, poca gente se interesa en aprenderlo. Atractivo idioma, sí, pero su estudio no deja de ser una excepción, una extravagancia.

Sabemos, por otra parte, que la Generalitat gobierna para los independentistas y que margina la carrera profesional de los catalanes monolingües, los que solo hablan español. Su sable afilado es lo que llaman lengua propia, aunque todos sepamos que no existen hablantes de catalán, sino de castellano-catalán. Los estudiantes que siguen la política de inmersión lo manejan por exigencias académicas, pero una vez liberados del yugo se despejan en castellano, salvo los de familias catalanófonas que lo hacen en catalán y castellano indistintamente.

El empujón secesionista

Si conociéramos el porcentaje de familias que lo transmiten a la siguiente generación, y lo comparáramos con un estudio posterior, podríamos valorar fielmente la evolución. Pero no podemos porque a la Secretaría de Política Lingüística de la Generalitat no le interesa el dato. Tal vez no lo ha ofrecido nunca porque podría descubrir el talón de Aquiles de la inmersión. Bien mirado, por tanto, más que promocionar el catalán, interesa crear un contingente de falsos hablantes que apoyen la independencia. Saben, pero ocultan, que las lenguas que necesitan servirse de otras están en retroceso. La mengua se produce en el cambio generacional porque los jóvenes tienden a abandonar la lengua de sus antepasados y servirse de la más eficaz.

El total de hablantes, sin embargo, crece en cada uno de los sondeos de la Generalitat porque se habla más desde que se aplican los planes de inmersión y expansión. Pero si el catalán no crece en la transmisión de padres a hijos, que es lo que sospecho, los hablantes podrían desmoronarse en cuanto se desconecte la respiración asistida. Los jóvenes aprenden catalán en la escuela, lo distribuyen en grandes dosis, y luego pasan al español para mantenerlo el resto de sus vidas y transmitirlo a sus hijos, que vuelven a utilizarlo en la escuela.

Son lenguas sanas las de hablantes monolingües. No son muchas, tal vez una docena. Cuentan con una esperanza de vida que garantiza su estabilidad e incluso su crecimiento. Es el caso del español, inglés, alemán, francés, ruso, chino…

Podríamos decir que las lenguas con ayudas están heridas, o enfermas. Ninguna ha recuperado su independencia. Su futuro solo puede ser decadente. Aunque el catalán o el vasco son estables por el apoyo institucional, incluso sin hablantes monolingües, las posibilidades de revertir su estado y convertirse en monolingües son nulas.

En proceso de desaparición en Europa

Las lenguas en cuidados paliativos o abandonadas a su suerte son mayoría en el mundo. Los pocos miles de hablantes de aranés irán disminuyendo de una generación a la siguiente; el aragonés, diseminado en dialectos, no tiene futuro y el asturiano, oficial en Asturias, ha quedado como si no se hubiera votado en su parlamento porque no hay por donde cogerlo, ni siquiera se sabe qué asturiano promocionar, cómo hacerlo y donde utilizarlo porque suena ridículo hablar en una lengua tan ausente en foros culturales. Poco a poco se irá perdiendo.

Encontramos lenguas en proceso de desaparición en toda Europa. En Francia, por ejemplo, son lenguas en paliativos el bretón, occitano, vasco labortano y vasco suletino, catalán rosellonés… Cada vez se transmiten menos y pronto se olvidan los jóvenes de cómo hablaban sus antepasados.

La evolución de las lenguas es ajena a la voluntad de sus hablantes, que por razones que no pueden controlar se ven obligados a aprender otra y olvidar la propia.

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