Como no hemos parado de ir y venir a las urnas desde hace cuatro años, parece que las siguientes elecciones generales son inminentes. Esa sensación de tensión favorece mucho a algunos de los principales actores que se toman la vida pública como una serie de televisión. La nueva política crea y destruye a toda velocidad, sin que haya terminado una digestión hay que tragarse el siguiente objeto contundente que alguna de las partes suelta para su ingesta a discreción. La celebración de elecciones en abril, mayo y noviembre ha generado tal estrés a la vida política española que hasta se hacen encuestas de intención de voto, como si mañana se cerrará el plazo legal para publicarlas.
A este ritmo, dentro de cuatro años, el agotamiento y el desgaste van a pasar factura, pero el estado general de jaleo parece que ha hecho piel y costumbre. Sánchez ejecuta el plan que tiene diseñado Iván Redondo, a cuyas manos el presidente del Gobierno ha entregado el cuidado de su poder. En estos primeros meses, tanto al sanchismo como a Vox les interesa que se pise el acelerador para desgastar y conseguir más eliminados. Rivera está fuera, su partido camino de la irrelevancia, e Iglesias amaestrado por el aroma del Boletín Oficial del Estado. Le toca quedarse fuera del juego al PP.
Lo siguiente es una reforma del Estatuto de autonomía que incluya la soberanía por la vía de los hechos, dando a Cataluña determinadas atribuciones propias de un Estado
Lo que se ha empezado a ver, en menos de quince días, es que Sánchez ha cambiado una rebaja de la condena a los sediciosos por una investidura y los presupuestos. La reforma exprés del Código Penal, reduciendo el tiempo de cárcel para el delito de sedición, es el precio para que ERC apoye al Gobierno durante toda la legislatura. Entre medias, los separatistas de Junqueras podrían alcanzar la Presidencia de la Generalitat con el apoyo del PSC.
A partir de ahí, lo siguiente es una reforma del Estatuto de autonomía que incluya la soberanía por la vía de los hechos, dando a Cataluña determinadas atribuciones propias de un Estado aparte. Por supuesto que el País Vasco completará lo que le falta para ser otra nación, sin que se note, diferente al resto de España. Cuando llegue ese momento el Tribunal Constitucional tendrá la mayoría necesaria, se llamará progresista pero sentenciará la involución de la España del 78, para dar a la palabra nacionalidad el sentido que piden los separatistas. Y sobre que parezca que nade se haya roto aunque la realidad divida en territorios, bien protegidos por sus respectivas leyes orgánicas, la soberanía nacional.
Unos y otros confluyen contra el partido de Casado que sigue sin enterarse; ni el PSOE ni Vox quieren que el PP vuelva a ser alternativa
Para completar la faena se estigmatizará con el brazalete de la crispación a todo aquel que lo denuncie o se oponga. Sánchez va a asumir todo el riesgo al principio. Dentro de cuatro años, dirá que todo está resuelto gracias al diálogo y a un referéndum legal. El plan del sanchismo diseñado por Redondo es empezar con lo que peor se traga al principio porque como todo va tan deprisa, lo de hoy es viejo ya mañana, dentro de cuatro años nadie se acordará de cómo fue la primera temporada de la serie. Por si faltara algo, Vox es un regalo para la factoría de Redondo. El objetivo de ambas partes, sanchismo y populismo de derechas, dañar a un PP que no acaba de rehabilitarse. Como en la campaña, unos y otros confluyen contra el partido de Casado que sigue sin enterarse; ni el PSOE ni Vox quieren que el PP vuelva a ser alternativa. La portavoz de Vox, Rocío Monasterio, deja bien claro que en Madrid están contra “las leyes del PP”.
Hasta la aparición de Vox, la izquierda señalaba al PP por ser la extrema derecha. Ahora le basta con acusar a Casado de contagiarse de los inventos de la ultraderecha. Las concesiones de Sánchez a los separatistas para mantenerse en el poder, al menos dos legislaturas, van a ser acompañadas de señuelos y trampas que distraigan de lo esencial. Vox se frota las manos; cuanto más jaleo, mejor, su objetivo no es el PSOE. Lo de la ministra Celaá no fue lapsus sino un ejemplo. Contra Vox, que se quite el PP, se gobierna todavía mejor.