Tenía que pasar. El nuevo totalitarismo, este nihilismo progre, es tan puritano como acientífico. Creen que la civilización debe partir de cero porque todo se ha hecho mal: la economía, la sociedad, la cultura, la educación, las relaciones humanas, el trato al planeta y, también, por supuesto, la ciencia. En esto, la biología es un escollo porque es un marco conceptual que no se puede someter a los dictados emocionales del progresismo.
La guerra acientífica del feminismo contra Galileo no ha hecho más que empezar. Cuando la igualdad política y civil fue un hecho en Occidente hubo una parte del feminismo que no se detuvo. No se trataba solo de que se había convertido en un buen negocio, en una bandera a la que aferrarse porque generaba cargos y presupuestos, además de trincheras contra el adversario político y un pasaporte para el ascenso social, sino porque era un motor de transformación. No hay que olvidar nunca que la izquierda no gobierna, sino que transforma.
No bastó con cambiar la vida pública, tenían también que introducirse en la vida privada. De ahí que Carmen Calvo, la intelectual de los “doscientos años de fascismo”, dijera que lo relevante de la subida de la luz era quién planchaba. O que Irene Montero insista en que en las relaciones sexuales -¿a ella qué le importa cómo, cuándo, dónde y con quién?- deben ser como marque la legislación. Es la vuelta de tuerca de este totalitarismo: meterse en las costumbres privadas de la gente, en su intimidad, porque, a su entender, todo es política -desde hacer la cama a poner la lavadora- y, por tanto, debe estar controlado por el Gobierno.
No les basta con la propaganda masiva desde la administración, que cuenta con el auxilio de sus medios, sus culturetas y su hegemonía educativa
Tras la invasión de lo privado, el siguiente paso del totalitarismo es meterse en las conciencias. La ciencia y la razón se aparcan, la intimidad es un reducto patriarcal, y la libertad es cumplir sin rechistar y sin opción la ley que determina este Gobierno autoritario. La mente es la última frontera. No les basta con la propaganda masiva desde la administración, que cuenta con el auxilio de sus medios, sus culturetas y su hegemonía educativa. Es preciso legislar sobre sentimientos y pensamientos. Han convertido a Orwell en un autor costumbrista.
Este nihilismo progresista que pretende destruir todo para construir su paraíso se fundamenta, en lo que al feminismo concierne, en la mediocre obra de Simone de Beauvoir. Solo por escribir esto faltando a una de sus Matriarcas ya me he condenado, pero es mi libertad. La consentidora de Sartre decía que no se nace mujer, sino que la construye el capitalismo patriarcal. Ser mujer es una cuestión cultural, social, de mentalidades, que esclaviza a las féminas como “segundo sexo” frente al “primero”, el hombre.
Construcciones opresoras
Este feminismo podía haberse detenido en el género; esto es, en el papel atribuido a un persona por su sexo, pero no fue así. En el momento en que la culpa de la opresión es de la “cultura oficial”, es esta la que hay que demoler. Así, todas las determinaciones culturales provenientes de la ciencia, como el sexo o la edad, son presentadas por estas “feministas” como construcciones opresoras.
La construcción de la feminidad y la masculinidad, dicen, es patriarcal y opresora. Esta idea ha pasado de los grupúsculos a la política, de esta a la legislación y a la vida social. Incluso hay un anuncio por ahí de una marca de cuchillas de afeitar que denosta al “hombre tradicional” y exalta la masculinidad supuestamente femenina. Todo lo que tiene que ver con la mujer es bueno, y lo masculino es antiguo y descartable. Ser hombre es hoy políticamente incorrecto, como ha escrito Eric Zemmour.
Adiós a las listas paritarias
Destruida la ciencia como hecho diferenciador del sexo queda sin fuerza ni moral toda la legislación de “discriminación positiva” de las mujeres. Hablo de la Ley Integral contra la Violencia de Género, ya que cualquier maltratador puede registrarse como mujer y no se le aplicaría. Dejan de tener sentido las listas paritarias, la intromisión en la composición de los consejos de administración, o en los tribunales de oposición.
Se han cargado la ideología de género. Lo que no pudo hacer el movimiento conservador durante décadas lo han hecho las feministas queer. El instrumento ha sido muy sencillo: la ciencia es una construcción social y, en consecuencia, inferior al sentimiento humano y ser reconocido por la sociedad, que a su entender es igual al Estado. Cualquiera puede sentirse lo que quiera en todo momento y circunstancia, claro, pero ahora tendrá consecuencias legales.
Esto lo llaman “autodeterminación sexual”. Ahora bien, ¿por qué solo para el sexo? ¿Por qué no para la edad o la especie animal? Si el sentimiento está por encima del hecho científico no solo la Tierra es plana y el Sol sale por Antequera, sino que podemos autodeterminar nuestra edad, raza y especie.
No quiero hablar de la edad como sentimiento porque entramos en el terreno de la pederastia y me da asco, lo siento. Pero ser una cría de cebra hembra está al alcance de la mano. No se ría, porque unido a estos movimientos igualitaristas está el especismo, que considera que todas las especies son iguales y tenemos los mismos derechos. En consecuencia, si no hay diferencia entre una persona y un animal, y no importa lo que dice la ciencia sino el sentimiento, ¿qué le detiene para ir al Registro Civil y declararse especie protegida?