Las relaciones del PSOE con la familia militar no se han recompuesto desde la humillación a la que Rodríguez Zapatero la sometió en Irak. Gallinitas, pío, pío, les cacareaban los aliados cuando aquella fuga forzosa. Carme Chacón, "capitán, mande firmes", lejos de enmendar la afrenta, puso al frente de los ejércitos a un general que devino en chambelán bolivariano de Pablo Iglesias. Julio Rodríguez, apodado 'el rojo'... Pedro Sánchez, por seguir esa línea de "las atrocidades del resentimiento", que diría Azaña, otro que tal, aterrizó en Moncloa con un titular, de una demagogia adolescente, bajo el brazo: "Sobra el ministerio de Defensa y falta presupuesto contra la pobreza". Quizás entonó luego el 'Soldadito boliviano'.
Y entonces apareció Margarita Robles, quien aterrizó en el Ejecutivo procedente del Supremo y del club de fans de Sánchez, con una hoja de servicios brillante y frondosa y una vocación política incontenible. Primera mujer en presidir una Audiencia y tercera en llegar al Supremo. Y primer miembro del actual Gobierno en tratar a Torra como lo que es, un energúmeno atacado de hidrofobia. "Alguien que antepone la política a una cuestión así, no merece ser llamado político". "Día a día los catalanes se dan cuenta de que Torra les miente". "Si actúa por su cuenta, se tiene que quedar fuera de la política". Nada de president. Nada de honorable. Un trato de delincuente. A su vera, Salvador Illa, el titular de Sanidad, cuota PSC, peón de Iceta, componedor de mesas secesionistas, inexpresivo, impertérrito, el Buster Keaton del Vallés, no daba crédito.
Robles forma parte de ese cuarteto de la agonía designado por Sánchez para enfrentar la pandemia. Está también el mentado Illa, a doce mil kilómetros de enterarse de lo que hay que hacer. Está Ábalos, todavía delcyherido. Y está Nadia Calviño, la otra figura guerrera de un Gobierno que se ha desintegrado entre las bajas por los contagios en la marcha feminista y por su propia liviandad. Margarita y Nadia más. Es lo que hay.
Preteridas, arrinconadas, esquilmadas, la familia militar recompuso sus filas tras el lamparón abominable del 23-F y, desde entonces, ha cumplido el mandato constitucional
Súbitamente, las Fuerzas Armadas se han convertido en uno de los protagonistas sobrevenidos de este cruel drama. En tiempos socialistas tan sólo se contaba con ellas para los insultos o los incendios. Preteridas, arrinconadas, esquilmadas, la familia militar recompuso sus filas tras el lamparón abominable del 23-F y, desde entonces, ha cumplido fielmente el mandato constitucional con mayor entrega y lealtad que, al menos, la mitad de los semovientes que ahora se sientan en el Consejo de Ministros.
Junto a sanitarios, transportistas, cajeros, limpieza, fuerzas de Seguridad, los soldados se han convertido en referente imprescindible en este infierno devastador. Desinfectaron primero instalaciones estratégicas. Luego entraron en Bilbao. '¡Esto es un 155!' clamaba Urkullu. Hicieron luego lo propio en la Diagonal, entre aplausos loquitos de la activista Colau, convertida ya en la alcaldesa desmadejada, y el acomplejado silencio de Torra. Y luego, España toda. Más de 4.000 efectivos desplegados en medio centenar de localidades. Desde Vitoria a Las Palmas, desde Huelva al Ferrol. La Legión, en Almería. Y la proeza en Madrid, un hospital de emergencias con 5.500 camas levantado en 18 horas.
El Gobierno de concentración
Robles, nerviosa y menuda, con episodios chirriantes en su hoja de servicios y momentos cumbres en su trayectoria (impulsó, y no logró, el procesamiento de Pujol en Banca Catalana), no sólo ha rescatado al Ejército del ángulo oscuro en el que la izquierda le había postrado sino que le está sacando brillo con una actitud prudente y valerosa. Ha puesto tapado la boca a Torra, por lo demás, un cobardón sin paliativos, como es frecuente entre el nacionalismo, ha bajado los humos a Urkullu y su chulangaría de aldea y está redondeando una gestión imprescindible en la pandemia. Con Sánchez atribulado, Iglesias demediado, Carmen Calvo, de baja y los cuatrocientos ministros desaparecidos, ya sólo se escucha la voz de Robles como único destello de resolución y solvencia en el Gabinete de los horrores.
Los cenáculos politicos madrileños, ahora sin manteles y colgados del móvil, la incluyen en el listado de un futuro gobierno de concentración, al frente de un grupo de técnicos y demócratas. Todo se andará. Basta de momento con que ponga algo de orden en sus filas, con que mantenga a raya a los golpistas de la estelada y con que no afloje en la batalla contra la pandemia. Mi generala, por el bien de todos, ¡mande firmes!.