Sucedió en Archy, el famoso local de la madrileña calle Marqués del Riscal. Corría el mes de febrero de 1999, y aquella tarde hacía frío, un frío que fue aumentando con la llegada de la noche. Tan gélido estaba el ambiente que, pasadas las 22.30 horas, el encargado del local mandó al personal recoger enseres y proceder a una discreta retirada. Pero hete aquí que, de pronto, un grupo de buenos mozos, con el entonces príncipe Felipe a la cabeza, hizo su entrada en el local en medio de gran jolgorio. Sorpresa, quietos parados, y urgentes órdenes de ¡todo el mundo a sus puestos!, reapertura de las cocinas y sonrisas de oreja a oreja para servir a visita de tan altos vuelos.
La comitiva tomó apetitivos, cenó, bebió a gusto y disfrutó de la música casi en la intimidad. Hasta que, sobre las dos de la madrugada, el grupo se fue desintegrando paulatinamente sin que nadie se dirigiera al encargado para pedir la cuenta y abonar lo consumido. Los últimos en hacerlo fueron precisamente el Príncipe y un amigo, y a ellos, armándose de valor, se dirigió el responsable del local.
-Señor, perdóneme, pero… ¿quién se hace cargo de “esto”?
Felipe puso cara de chino recién aterrizado en Triana, evidenciando que las cuestiones de intendencia no eran precisamente su 'métier'. Momento de desconcierto roto por un joven pintón que, tras observar el gesto sorprendido del Príncipe desde la calle, entró raudo al quite:
-¿Mi señor, le están molestando? (sic)
El encargado (“Nunca se me olvidará esa frase”) recuerda perfectamente cómo el currutaco, uno de los mejores amigos del Borbón, le entregó con aire displicente una tarjeta de visita, al tiempo que musitaba un “parece mentira”, frase que salpimentó con un contundente “tendrá noticias nuestras”. Y, en efecto, las tuvo, porque a la mañana siguiente uno de los socios de Archy llamó, manos a la cabeza, al encargado para afearle la iniciativa, parece mentira, Fulano, que hayas tenido el poco tacto de cobrar al príncipe Felipe y bla, bla, bla…
Desde aquel mes de febrero de 1999 ha pasado mucha agua bajo los puentes y han sido muchas las vivencias que han trasformado el estilo de vida de un príncipe convertido en junio de 2014 en Rey de España. Su discurso del 3 de octubre de 2017 quedará en la memoria colectiva como un ejemplo del liderazgo moral que necesitaba un país acosado por la jauría separatista, en las antípodas de la atroz cobardía de Mariano Rajoy. El comportamiento de su padre, el exrey Juan Carlos I, ahora Emérito, un asunto del que todo el establishment madrileño estaba al cabo de la calle desde los ochenta, ha terminado estos días por ser pasto del pueblo llano a resultas de las revelaciones de Corinna Larsen, la examante real, y de la existencia de dos cuentas bancarias en el exterior que apuntan a Felipe VI como heredero.
La corrupción juancarlista ha colocado a la Corona en una posición muy delicada, hasta el punto de que, de pronto, la única institución que parecía aguantar con solidez los embates de unos tiempos tan líquidos como los actuales ha empezado a dar síntomas alarmantes de debilidad. Nada casual. Todo a tono con el Gobierno social comunista instalado en Moncloa, cuyo objetivo último parece fijado en la demolición de la España constitucional, de la que el rey Felipe es garante como jefe del Estado.
A la labor de desescombro se ha apuntado TVE, la televisión pública cuyos déficit sufragamos religiosamente los españoles a través de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). El sábado 21, poco después del Telediario de las nueve de la noche, la primera cadena emitió un 'Informe Semanal' sobre la Corona cuyo solo título era ya indicativo de por dónde iban a ir los tiros: “Monarquía en estado de alarma”. De sesgo claramente antimonárquico, una voz en off fue relatando la serie de desgracias que se han cernido sobre la institución hasta colocar a Felipe VI poco menos que en el disparadero. Sin la menor concesión a la obligada neutralidad de un medio de comunicación público. Todo de un izquierdismo rampante. “Un duro golpe para la Corona” (…) “Una crisis que puede demoler su imagen y poner en peligro la propia institución” (…) “Muchos vieron en la abdicación un cortafuegos” (…) “Anoche se escucharon caceroladas contra el Rey” (…) “Estamos ante la mayor crisis reputacional de la historia de la monarquía” (…) “El rey Felipe necesita un cordón sanitario para no contaminar la institución…” Y así muchas más, con el añadido de la puesta en solfa (“Siempre según la Casa Real”) de las explicaciones dadas por Zarzuela.
Cinco invitados en pantalla y solo uno, Javier Cremades, dispuesto a denunciar “los ataques a la arquitectura institucional”. El resto, un profesor de la Universidad de Barcelona que ha defendido las tesis de los condenados por el procés, un “politólogo” que en La Sexta trasiega diariamente opiniones de todo tipo con general insolvencia, un periodista que vivió tiempos gloriosos en El Mundo y otro que dirige un digital de izquierda radical y que igualmente predica a diario desde La Sexta al lado de García Ferreras. “Que Cerdán y Escolar sean los periodistas de referencia para tratar un tema tan sensible como el que nos ocupa da idea del desmadre que reina en RTVE”, asegura un ex alto cargo del Ente. Un Ente dirigido por una tonta de libro a quien utiliza un engreído. La tonta es Rosa María Mateo, colocada en el puesto por un Iván Redondo dispuesto a manejarla a su antojo. Y el engreído es Enric Hernández, exdirector de El Periódico, un tipo de ambición desmedida que coqueteó con el independentismo y a quien Pedro Sánchez colocó personalmente al frente de los Informativos sin pasar por el filtro de Redondo.
Una televisión pública de partido
Unos jugando la carta de Sánchez y otros la de Pablo Iglesias, en el caldo de cultivo de una redacción tan numerosa como costosa, gente que se cree la dueña del Ente hasta el punto de considerar que a los ciudadanos no les queda más papel que pagar la cuenta y callar. Con unos sindicatos convertidos en “sumos sacerdotes” a quien nadie se atreve a desafiar, y con el “pontífice” Fran Llorente y su claque, un tipo convencido de que ningún Gobierno puede darle instrucciones y mucho menos “un rey que no ha sido elegido por los ciudadanos”.
De modo que ya tenemos a TVE, la televisión que pagamos todos, alineada contra el orden constitucional y la Monarquía como clave del arco del mismo. Lo cual supone un salto cualitativo de extraordinaria gravedad, porque es pasar de las musas al teatro de lo concreto: este Gobierno quiere acabar con el régimen del 78 que consagra nuestra Constitución, y para hacerlo ha decidido martillear las defensas de la torre que habita Felipe VI, aprovechando para ello la artillería de escándalos dejados por Juan Carlos I en su retirada por la puerta falsa de la Historia. El Rey que se corrompió y, de paso, decidió corromper con él a todo un país. Acabar con el régimen del 78, naturalmente, siempre que los españoles de bien se dejen, siempre que las clases medias, de centro derecha y de centro izquierda, que componen la columna vertebral de nuestro país, lo consientan. Razón de más para volver a enfatizar que los demócratas españoles deberán estar listos para salir a la calle a defender sus libertades, si no quieren regresar de nuevo a otro de los periodos negros de nuestra a menudo triste historia.
La sensación de soledad que hoy transmite Felipe VI es abrumadora. Con el Gobierno claramente al ataque y la oposición desaparecida sin haber entrado en combate. Y con el CNI infiltrado por Iglesias. Ni una reacción (excepto un editorial de El Mundo) en los medios contra la desvergüenza de ese 'Informe Semanal' convertido en auténtico misil contra la Corona. Y a todo esto, ¿qué hace Felipe VI? Nadie lo sabe estos días. Teóricamente conducido de la mano por Jaime Alfonsín, jefe de la Casa, y por el secretario general, Domingo Martínez Palomo, teniente general de la Guardia Civil, todo apunta a que, en contra de la máxima ignaciana, el Rey está obligado a hacer mudanza en estos tiempos de tribulación, porque ya no valen, no le valen, los cortesanos que en 1999 preguntaban aquello de “¿Mi señor, le están molestando?”, y es urgente que sepa rodearse de talento nuevo con la mayor celeridad. Mucho talento. Talento joven, muy en contacto con la empresa y con la calle, rociado por el viento de los nuevos tiempos. Le va en ello la Corona y a nosotros seguramente la paz y prosperidad de que hemos disfrutado en estos últimos 45 años.