Hace unos años, un periodista le preguntó a Reed Hastings, el fundador y presidente de Netflix, quiénes eran sus mayores competidores. ¿Tenía su compañía a Disney, y su infinito catálogo de programación familiar? ¿O acaso a HBO, y su enorme talento para producir series de prestigio? La respuesta de Hastings fue que Netflix no competía con otros servicios de streaming, o al menos, esos no eran sus únicos rivales. Su empresa estaba peleándose con Nintendo, Sony, Apple, YouTube, o cualquier otra compañía que estuviera intentando ofrecer algo que hacer a sus clientes durante su tiempo libre.
Netflix no estaba compitiendo por la audiencia televisiva. Estaba compitiendo por capturar la atención de sus usuarios en una época donde hay docenas de maneras de perder el tiempo.
Este análisis de Hastings siempre me parece interesante al hablar sobre ocio y tiempo libre, pero creo que es especialmente relevante cuando hablamos de política. Tradicionalmente, en esa lejana época anterior a internet de banda ancha y acceso ilimitado a todo el saber y la producción audiovisual de la humanidad en nuestros bolsillos, los partidos y candidatos podían contar con varios canales en los que siempre iban a encontrar a votantes. Los telediarios, periódicos y tertulias radiofónicas siempre estaban allí, dominando el debate, y el ciudadano medio no es que tuviera demasiados lugares donde distraerse viendo contenidos. Uno podía apagar la tele a las nueve de la noche, pero no había mucho donde escoger.
A diferencia de Netflix, el producto que venden estas plataformas es esa atención que venden a los anunciantes en forma de publicidad (usted no es cliente de Facebook, es su producto). Estas empresas destinan enormes cantidades de dinero a crear algoritmos que seleccionan contenidos que nos interesan
Internet ha desmontado este modelo por completo. El votante medio tiene esencialmente un número infinito de proveedores de contenidos, no ya en televisión, sino incluso en su propio bolsillo. Cuando alguien quiere cambiar de canal, puede hacerlo en cualquier parte, y puede encontrar sin esfuerzo algo que le interese de inmediato. Cuando los políticos están intentando transmitir un mensaje, ahora no compiten contra la apatía o el hastío de los votantes, sino que lo hacen contra esencialmente el universo entero.
Cuando un ciudadano quiere informarse sobre política, tanto antes como ahora, siempre se tiende a buscar medios y opiniones que le den la razón. Esto no tiene por qué ser malo; he hablado otras veces sobre cómo la existencia de prensa partidista es, de hecho, buena para la democracia y el debate público. Las redes sociales, no obstante, creo que funcionan de forma ligeramente distinta y potencialmente mucho más perniciosa.
Los servicios como Facebook, Twitter, TikTok o YouTube tienen el mismo modelo de negocio que Netflix: capturar la atención de los usuarios. A diferencia de Netflix, el producto que venden estas plataformas es esa atención que venden a los anunciantes en forma de publicidad (usted no es cliente de Facebook, es su producto). Estas empresas destinan enormes cantidades de dinero a crear algoritmos que seleccionan contenidos que nos interesan, manteniéndonos delante de la pantalla tanto como sea posible.
Estos sistemas, por muy automatizados que estén, representan una selección editorial. Nuestro muro de Facebook estará creado por una computadora increíblemente sofisticada, pero lo que vemos no es neutral, sino fruto de las decisiones de los ingenieros y dirigentes de esa empresa.
Las redes sociales están esencialmente en manos de tres actores: Meta (Facebook, WhatsApp, Instagram), TikTok y YouTube. Twitter es bastante más pequeña, aunque tiene un peso desproporcionado en el debate político. Estos cuatro actores son los que están tomando decisiones editoriales sobre los contenidos que vemos durante nuestro tiempo libre. Tienen también un poder descomunal para marcar la agenda pública, ya que es en sus plataformas donde la inmensa mayoría de votantes reciben información sobre qué están haciendo sus gobiernos estos días.
Imaginad por un momento que en ese viejo mundo preinternet, tres o cuatro empresas como estas fueran quienes controlaran el 95% de radios, televisiones y periódicos en Europa. Nuestra reacción, a buen seguro, sería lamentarnos del enorme poder que este oligopolio mediático tendría sobre nuestras democracias. Fueran de derechas o de izquierdas, progresistas o reaccionarios, tener a tres potentados monopolizando el debate político nos parecería un riesgo espantoso.
Ahora mismo, tres de las redes sociales más dominantes están en manos, respectivamente, de un racista filonazi sudafricano con una influencia descomunal en el Gobierno de Estados Unidos (X), una tapadera bien poco disimulada del Partido Comunista chino (TikTok), y un sociópata oportunista con tendencias reaccionarias (Meta, Facebook e Instagram). La cuarta, YouTube, está en manos de Google, una empresa condenada por monopolizar el mercado de publicidad en internet y que lleva meses haciendo la pelota desesperadamente a Donald Trump. Dejar en manos de esta gente el proceso de decisiones que determina lo que vemos en nuestras pantallas es francamente delirante.
Dar el control a otros actores
La solución, en este caso, sería que todos abandonáramos las redes sociales de una puñetera vez, pero dado su diseño adictivo, dudo que sea demasiado viable. Como alternativa, la Unión Europea puede actuar contra su posición monopolística en este mercado, algo bastante complicado, o buscar una solución regulatoria más sencilla, eliminando o limitando enormemente el control de esas redes sobre los algoritmos de contenidos que muestran. Como hacen algunas redes sociales más pequeñas (Bluesky, por ejemplo), se podría mostrar contenidos de forma estrictamente cronológica, o dar la opción de que los usuarios puedan escoger libremente un algoritmo distinto y no controlado directamente por las compañías. En otras palabras, dar el control editorial a otros actores, no a tres o cuatro corporaciones con líderes cuestionables.
Seguiría siendo una solución imperfecta comparada con extinguir para siempre esta mala idea que han sido las redes sociales, pero creo que es una reforma necesaria.
cesar
16/02/2025 09:50
Regular, limitar, controlar, influir. Propone justo lo que critica porque esas redes no ofrecen los datos como a usted le gustaría que hicieran. En lugar de exigir una educación que proporcione capacidad de criterio a las personas, para que puedan elegir y discriminar con libertad, pobrecitas, hagamos victimas incapaces de evaluar y defenderse por sí mismas. Enseñar a pensar a la gente desde el parvulario es demasiado peligroso..... para los que no creen en la libertad. La contraposición de TiK ToK a "X" como coartada, es solo eso, coartada. Saludos.
pablomariapabolaza
16/02/2025 11:47
Gracioso lo del filonazi, por el saludo del pobre Elon, dificultades de expresión.