En estos días ha sido objeto de la atención de los medios y también de un intenso debate político la decisión de la presidenta de la Comunidad de Madrid de negarse a una reunión con Pedro Sánchez dentro de la ronda de contactos que el jefe del Ejecutivo está realizando con todos los máximos responsables de las Autonomías para discutir, con cada uno de ellos por separado, el nuevo esquema de financiación autonómica. La razón por la que Isabel Díaz Ayuso ha rechazado el encuentro con el falsario profesional que habita La Moncloa no ha sido, como algunos comentaristas han apuntado frívolamente, con un enfoque más propio de prensa del corazón que de análisis político de fondo, el alud de descalificaciones mutuas que han cruzado en los últimos tiempos sobre las actividades presuntamente delictivas de sus respectivas medias naranjas, sino porque este tema trascendental debe ser tratado por todos los primeros mandatarios sub-estatales conjuntamente en la Conferencia de Presidentes o por sus respectivos consejeros competentes en la materia en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. La convocatoria sucesiva por parte de Sánchez de los presidentes autonómicos con presentación diferenciada de sus requerimientos y necesidades en documentos específicos de cada territorio que acabarán en la papelera monclovita, no tiene por objeto el conocimiento directo de los puntos de vista y las demandas de sus interlocutores, sino ofrecer una imagen de sumisión de los barones del PP a su augusta prepotencia y enmascarar la tropelía anticonstitucional de otorgar a los golpistas catalanes, además de los indultos de sus fechorías y la amnistía que las borre, un cupo a la vasca que permita a la Generalitat nacionalista recaudar y regular la totalidad de los tributos pagados en su jurisdicción y pactar seguidamente con el Estado una supuesta cuota de solidaridad y otra de contribución a los servicios comunes por una cuantía ¡fijada por la propia Generalitat!. Ayuso, con buen criterio y a diferencia de sus dóciles y despistados homólogos, que han acudido mansamente al palacio del autócrata, ha rehusado prestarse a este teatro engañoso.
El primer aspecto que llama la atención en este incidente es la falta de un criterio homogéneo en la dirección de los populares sobre un asunto tan relevante. Esta carencia de ideas claras ha tenido como resultado la proyección de una imagen de desunión debido al desmarque de Ayuso y de debilidad del liderazgo de Feijóo, incapaz aparentemente de establecer una pauta general en este tema y de controlar a su baronesa madrileña. El segundo radica en el desconcierto del PP frente a las fechorías sanchistas, cada una de mayor calado que la anterior en una serie creciente de atropellos al orden constitucional y de abusos intervencionistas que entran ya de lleno en el método bolivariano de eliminación de la separación de poderes y de anulación de los mecanismos de alternancia. El último, el decretazo para apoderarse sin disimulo del consejo de administración de RTVE, agresión tan brutal al pluralismo y a la independencia de los medios de comunicación públicos, que ha suscitado incluso la alarma de la Comisión Europea.
Aunque suene algo inmodesto, no estaría de más que los dirigentes del PP que asistieron a la concentración en la plaza de Castilla el pasado domingo repasen con atención lo que dijimos en esa magna reunión las voces de la sociedad civil que intervinimos ese día
Todo lo anterior enlaza con una cuestión que en la planta séptima de Génova 13 no acaban de comprender y que tiene a sus moradores sumidos en el desconcierto, confusión mental que les conduce a posiciones tan peregrinas como la apelación a la “institucionalidad” para justificar que Prohens, Mañueco, Moreno Bonilla, Azcón, Mazón, Guardiola y demás primeras espadas regionales de la fuerza que representa la posibilidad de liberarnos del horror que los españoles venimos padeciendo desde la moción de censura fraudulenta, se postren ante el inaudito ser al que Santiago González se refiere sistemáticamente con notable precisión descriptiva como “el psicópata”, se hagan una foto sonrientes mientras estrechan la mano que está destruyendo España -¿de qué sonríen, se pregunta uno a la vista del panorama desolador que contemplamos todos los días?- y colaboren así con sus siniestros y arteros designios. La invocación a la institucionalidad para caer en las trampas del gran mistificador, que no hace otra cosa que pisotearla, resultaría graciosa si no fuera patética.
El coraje necesario
Lo que no entienden en la cúpula -minarete que diría Miguel Herrero- del PP es que no se puede hacer oposición en el marco de las reglas del sistema frente a un gobierno que se las salta continuamente. Esto no significa que la alternativa deba también volverse desaprensiva, inmoral y corrupta, nada de eso. La estrategia del combate político e ideológico contra unas gentes que no respetan ningún límite ético ni normativo, que gobiernan una nación con aquellos que quieren liquidarla y que hozan en el barro de las más repugnantes bajezas con tal de seguir en el machito, no puede ser comportarse como si tales desmanes no sucedieran y no adaptar el discurso, los gestos, las actitudes y hasta el lenguaje corporal a la terrible gravedad de la situación. Aunque suene algo inmodesto, no estaría de más que los dirigentes del PP que asistieron a la concentración en la plaza de Castilla el pasado domingo repasen con atención lo que dijimos en esa magna reunión las voces de la sociedad civil que intervinimos ese día. Quizá si lo hacen con buena disposición y recordando lo que representan, consigan por fin ganar credibilidad y ofrecer una verdadera esperanza a millones de sus conciudadanos que desean ardientemente poder votar con entusiasmo a un proyecto de la solidez, ambición y coraje que España necesita en esta época sombría.