Vivimos en España una etapa política desquiciada donde priman el ansia por el poder y las prebendas que conlleva. Ni rastro de decencia. Una reflexión sobre esta débil democracia nos lleva a a sondear en sus raices, esto es, a retrotraernos a al origen de todo, a la antigua Grecia. Para empezar, conviene recordar que 'hipócrita' es un adjetivo nacido en el mundo del teatro griego. Designaba al actor. Es una palabra de género masculino (igual que poeta o atleta) pues sólo varones ejercían esta profesión. Su etimología procede de hipo 'debajo, por debajo' y el verbo kríno, 'distinguir, decidir, juzgar'. Algo así como: 'saber por debajo'. De aquí proviene la palabra krisis 'separación, ruptura'.
Como los actores fingían, en el desarrollo de su representaicón, ser otra persona, la palabra hipócrita pasó a denominar a alguien que simulaba lo que no era o que mostraba sentimientos de los que carecía, aunque era consciente de esa verdad oculta, es decir, sabía lo que hacía. Por ello, la profesión de actor en la antigua Grecia no estaba bien vista. Hypokrités era un término técnico para referirse a un actor de teatro y estas personas no se consideraban aptas para la actividad política. No eran admitidas para cargos públicos, precisamente porque sabían mentir. La mentira era indigna e inaceptable.
En Grecia se estableció la democracia como sistema de gobierno por primera vez en la Historia. El valor de la palabra dada, de la ética y el deber para con la ciudad (Estado) estaban por encima de los intereses particulares. No existía la autocracia ni el poder absoluto. El sistema político griego fomentaba el hecho de ser popular, pero no demasiado. Esto conllevaba riesgo de destierro, llamado ostracismo, una forma original y un tanto estricta ideada para impedir que cualquiera que contase con gran apoyo social incurriera en la tentación de acaparar todo el poder, en beneficio propio. Es decir, transgrediese ese código moral que rezaba: «conócete a ti mismo», conoce tus límites, atribuido al oráculo de Delfos.
Censuran con fiereza a quienes están en desacuerdo con sus manejos y han establecido la mentira como modo de relación con el ciudadano. Llaman discreción a la opacidad y no dan explicaciones, cosa absolutamente debida en una verdadera Democracia
Si nos posamos en la España actual podría pensarse que gobiernan políticos hipócritas, que fingen, que preconizan valores muy opuuestos a los que realmente tienen, ya sea para esconder sus ambiguas intenciones o para ganarse a toda costa la aprobación de los demás. Estos políticos de lenguaje retorcido o incluso inventado, censuran con fiereza a quienes están en desacuerdo con sus manejos y han establecido la mentira como modo de relación con el ciudadano. Llaman discreción a la opacidad y no dan explicaciones, cosa absolutamente exigible en una verdadera Democracia.
Se imponen opiniones y voluntades de políticos más bien ignorantes, salidos de la nada, sin apenas conocimientos técnicos ni académicos sobre temas esenciales, como la Educación, la Economía o el uso claro e inequívoco de la Lengua común. Una actitud tan despreciable como la de aquellos que agitan el odio supremacista, pues fingen ser conciliadores, mientras provocan profundas crisis sociales.
Escasa formación y entendederas
En el anverso del 'hipócrita' aparece la palabra 'idiota', que definía a la persona que no se ocupaba de los asuntos públicos, del interés general. Es decir, de la política, término que procede de polis, ciudad y también un Estado. El idiota iba a lo suyo, a lo propio (idios) y de ahí que, aunque ser idiota no fuese un delito, tampoco era el calificativo más honorable. La insolidaridad era la excepción y la cohesión social estaba garantizada. Para Platón, el precio de desentenderse de la política era ser gobernados por los peores. Con el tiempo, en efecto, el idiota ha llegado a ser aquel al que se puede engañar, por desentendido, por cortas entendederas y poca formación.
Bien se puede decir que hay en nuestro país políticos idiotas, pues van exclusivamente a sus intereses y apenas se preocupan del bienestar común: la Democracia, propiamente dicha. Esta gente apenas puede aportar. Pero es idiota también el ciudadano de a pie que no exige de sus representantes una formación académica, un compromiso cívico, una responsabilidad ética acorde con sus responsabilidades. Ese ciudadano que abomina del hecho de que gente sin preparación o principios se incorporen a la administración a la vida pública, por la vía del enchufismo o el nepotismo. Idiotas que se dejan manipular por imágenes triunfalistas y la rastrera propaganda, sin advertir que los hechos no se corresponden con las palabras. Votantes que le dan más importancia al mensajero que al mensaje, mientras su blando bienestar siga adelante. Tenemos, pues, políticos hipócritas e idiotas: una desgracia doble.
Necesitamos un cambio de paradigma.