Criticar a los medios de comunicación es justo y necesario. Entre otras cosas, porque quien paga manda y eso genera un alud de presiones que, generalmente, aterriza sobre la cabeza de Peláez. Es decir, del último mono. Del periodista. Siempre he defendido que el mundo donde vivimos está menos condicionado por el mal que por la estulticia. En los medios de comunicación, hace más daño un inseguro que un malvado. El segundo puede llegar a pervertirse. El primero siempre piensa que, si quiere sobrevivir, no le queda más remedio que hacerlo.
Enumerar todas las lacras de esta profesión equivaldría poco menos que a poner en fila todos los granos de arena de una playa. No obstante, hay una frase de la película Primera Plana que explica, en parte, el porqué los medios transmiten a su público una visión sesgada e incompleta de la realidad. Decía así: “Al infierno el terremoto de Nicaragua. Me importa un pimiento que haya cien mil muertos. ¿El campeonato de liga? Inclúyelo. Y no toques al comandante Bart y a los pingüinos. Esos son temas de interés humano”.
Si en Nicaragua hubiera una petrolera con intención de anunciarse en prensa, el diario dedicaría un generoso espacio al sismo. Pero si la empresa extractora no quisiera que el desastre natural perjudicara su negocio, el medio destinaría todavía más recursos a transmitir tranquilidad a los inversores. Por ejemplo, con una entrevista al presidente de la compañía en la que se pueda demostrar que no hay mejores sastrerías que las que operan dentro de los medios de comunicación.
¿Adivinan por qué los medios están abarrotados de informaciones que aseguran que los cosméticos más baratos y efectivos los vende el mismo supermercado? ¿Le han indicado a usted en algún lugar que eso es contenido publicitario? Desde luego, si esa empresa estuviera en una zona de alto riesgo de terremotos, la prensa lo omitiría.
¿Adivinan el porqué los medios están abarrotados de informaciones que aseguran que los cosméticos más baratos y efectivos los vende el mismo supermercado?
Se ha generado estos días un intenso debate sobre los medios de comunicación y en Moncloa deben estar dando palmas, pues mientras los periódicos dedicamos tiempo -me incluyo- a ahondar en esta polémica, la economía del país se viene abajo (10,9% de previsión de caída del PIB), los focos de coronavirus se multiplican, las empresas ven peligrar su solvencia y los ciudadanos, su trabajo.
El caso es que la conversación la inició ese tipo siniestro y deslenguado llamado Pablo Echenique, quien hace un par de días volvió a sacar a pasear su alma venenosa y la emprendió contra Vicente Vallés. Su líder, Pablo Iglesias, le secundó y lo hizo con ese tono arrogante con el que pronuncia sus argumentos.
Dina y su panfleto
También lo hizo el entorno del partido, en el que se encuentra ese panfleto llamado La Última Hora!, que apareció de la nada hace unas semanas y que, por arte de magia, dirige Dina Bousselham, quien fue situada al frente del proyecto justo cuando más dudas arroja la investigación sobre el misterioso robo de su tarjeta SIM. Como poco, parece demasiado casual que la exasesora de Pablo Iglesias haya asumido esta 'responsabilidad' en este momento tan embarazoso para su ex profesor. Pero ya se sabe, conviene no pensar mal para evitar desvelos.
En ese periódico, este miércoles se apelaba a la necesidad de garantizar un periodismo independiente a los ciudadanos españoles, cosa que llama la atención, pues esa petición, en boca de los responsables de esa publicación, bien podría equivaler a que el dueño de un burdel de mala muerte apelara a la abstemia y el decoro.
En uno de los vídeos que figuraban en su portada, se aseguraba que todos los grandes grupos de comunicación españoles tienen a los bancos en su Consejo de Administración, cosa que es radicalmente falsa y maliciosa. También lo es que la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) no se pronunciara sobre los vetos de Vox a algunos medios de comunicación de izquierdas.
Para rematar esa sarta de estupideces, Bousselham afirmaba: "El periodismo necesita su propio 15-M". Entonces, cualquiera podría pensar: con ese tipo de argumentos y esa abundancia de patrañas, es normal que algunos piensen que la pataleta y el cabreo son las únicas herramientas con las que cuentan para intentar hacer valer sus opiniones, pues, desde luego, con la razón y la verdad lo tienen complicado.
En vista de que Pablo Iglesias se ha echado al monte y se ha empeñado en mantener su teoría de la cloaca mediática -en la que parecen tener cabida todos los que no comulgan con sus postulados-, las ministras Carmen Calvo, Arancha González Laya y Margarita Robles han respaldado este miércoles la libertad de expresión. Esta última ha definido a los medios como "oxígeno para la democracia".
Tibio Sánchez
Pedro Sánchez ha evitado pronunciarse de forma contundente respecto a las palabras de Iglesias sobre la prensa ("hay que naturalizar los insultos"), aunque ha defendido el derecho a la crítica mediática y ha valorado las informaciones espinosas que han publicado sobre el rey emérito estos días. Es decir, ha salido al paso de las voces de Podemos que hablan del silencio mediático sobre los Borbones.
Sobra decir que todo esto evidencia las tensiones existentes en el Gobierno, pero también la delirante voracidad de la cúpula de Podemos, comandada por un Pablo Iglesias a quien su capacidad de odiar se le ha ido de las manos casi tanto como la de celebrarse a sí mismo.
Hace falta tener muy poco pudor para defender la pureza de espíritu de un sector tan corrompido y mendaz como el de los medios de comunicación, plagado de vanidad, malas prácticas y dinero sospechoso. Pero aún peor es tratar de acorralar a los periodistas críticos a través del insulto y del matonismo.
Hace unas horas, la revista estadounidense Harper's publicaba un manifiesto firmado por 150 intelectuales en el que se advertía de la peligrosa deriva de la izquierda radical, que ha optado por amedrentar a quienes exhiben opiniones contrarias a las que dictan sus inquisidores; y por someterlos a juicios sumarísimos cuya consecuencia más grave es la muerte civil. Pablo Iglesias ha copiado ese estilo y, como Sánchez lo consienta en Moncloa, tarde o temprano lo pagará caro. Es el precio que pagan los integristas y quienes consideran que la única vía para no morir es la de matar. Es convertirse en Tony Montana.