Algo nos ha pasado para que la pervivencia del llamado imperio de la ley sea motivo de discordia entre nosotros. El imperio de la ley es un concepto jurídico -y también político- consustancial a la existencia de la democracia, y eso es lo que está en riesgo en este momento. Sin la preponderancia de la ley la democracia es una ensoñación y el Estado, un retal. Y por eso hay que ser torpe para confrontar las leyes con propaganda y confusos editoriales de periódico acompañados de la voz de tertulianos que dudan de que aquellos que estamos en contra de los indultos estamos en la venganza y fuera de la concordia. Quizá sea mucho pedir que el del barranco, servidor del PP de Monago y esclavo del PSOE de Pedro Sánchez sin que le se la caiga la cara de vergüenza, sepa o haya sabido alguna vez que las democracias van precisamente al barranco cuando la ley queda por debajo de la política.
El señor de la quebrada, víctima incierta de un capítulo televisivo en el que el poder por el poder es el único argumento, debería saber eso tan conocido que Abraham Lincoln dijo sobre la mentira, que puedes engañar a todo el mundo algún tiempo; puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo. Incluso no han podido engañar a buena parte de los votantes socialistas que el pasado cuatro de mayo decidieron irse con su voto a otros lugares en los que su dignidad ciudadana y sus ideas de siempre no estuviera en almoneda. A los que se fueron, a los que se han quedado y a los que nunca estarán por apoyar semejante contradiós, Sánchez les dice que el indulto "será una decisión que nos permita transitar de un mal pasado a un futuro mejor". Otra vez el titular. Otra vez la frase hecha. Presidente, presidente, y eso cómo lo sabes. ¿Un futuro mejor con el de Waterloo, con Junqueras…?
Sucede que son tantas las mentiras que ya no hay espacio más que para la exageración y la propaganda. Basta que sea uno de Podemos el que declare que el tiempo de los jueces ha terminado, basta que semejante barbaridad sea dicha desde ahí, para que millones de españoles piensen lo contrario.
Vuelve la equidistancia política
Últimamente, eso tan cursi del pensamiento binario facilita mucho las cosas. No hay que estudiar ningún tratado de ciencia política para entender quién pretende la desigualdad y, por extensión, la destrucción de todo lo que este país ha conseguido desde 1978. Y por eso, si en algún momento de nuestra historia reciente la equidistancia ha resultado repugnante, es este. Y peor si la equidistancia sólo pretende, como parece, volver a dar una oportunidad a los que la democracia no ha hecho otra cosa que favorecer, beneficiar y ofrecerles prebendas y salidas del que llaman conflicto que siempre fueron insuficientes y ahora humillantes.
Todos los gobiernos sin excepción han sido pusilánimes con el nacionalismo. Todos sin excepción les han concedido favores y han cedido soberanía nacional con tal de que sus votos abrieran la puerta de La Moncloa. Aznar creyendo que pactaba con partidos de derecha, a pesar de que olían a cera, pólvora y sacristía. Felipe y Zapatero intentaron cuadrar el círculo de una izquierda que prefería unir sus intereses con estas formaciones conservadoras con tal de no pactar con el PP. Ni el PP con el PSOE. Y de esa ceguera, tan pertinaz como la sequía, estos tiempos aciagos.
El nacionalismo, un monstruo insaciable
Hace algún tiempo, y siendo Xabier Arzalluz presidente del PNV con tan buenas relaciones con el PP de Aznar que hasta dio una rueda de prensa en la sede de Génova (¡que no habrá pasado ahí!), decía en un almuerzo,
-"El nacionalismo es como la escalera de un edificio sin terminar. Uno sube los primeros escalones y se detiene en el rellano. Sube los siguientes. Llega al tercer piso. Descansa nuevamente en el rellano. Sube al cuarto, al quinto. Piensa que en algún momento la escalera terminará, pero siempre hay escalones. La escalera nunca termina". Y el exjesuita terminó así: "Además no nos interesa que esa escalera tenga fin".
Y así estamos, en una escalera infinita. Nunca hay ni habrá satisfacción para el nacionalismo. Y esta, que es una lección básica, no la ha aprendido ningún gobierno. Y menos que ninguno este, que hoy se ve obligado a sobrevivir a golpe de editoriales y soflamas de tertulianos a los que se les nota al hablar la vergüenza torera que les desborda y humilla. Entre las mentiras que leemos esta esa de que los indultos van a ser un gesto -¿un gesto?- que quizá no merezcan los Junqueras y pusdemones, pero sí el pueblo catalán. Mala cosa cuando se empieza hablar del pueblo catalán como si los periódicos que alientan al Gobierno hubieran hablado con todo el pueblo. Una parte ha votado una y otra vez a los que hoy están en la cárcel. Y lo ha vuelto a hacer hace unas semanas. No hay ninguna diferencia entre los que votan y los que declaran durante un minuto la republica catalana. Ninguna.
¿Y si hacemos caso a Junqueras?
Muchos creemos que los políticos presos no merecen el indulto, sobre todo porque ni lo han pedido ni lo quieren. Esto tan sencillo y fácil de entender ha calado en la opinión publica, y a eso le teme el gobierno y el PSOE. Quizá convenga recordar aquello que decía Junqueras a finales de 2019:
-Que se metan el indulto por donde les quepa.
En estas condiciones, resulta un escarnio las explicaciones de los que ligan los indultos a la concordia y al bien común. Cada vez que España y los españoles lo han intentado han fracasado. Nunca será suficiente, porque el único fin es la ruptura. Ahora se nos venden los indultos como un intento de normalizar lo que, recordemos una vez más, no desea ser normalizado.
Llegarán los indultos rápidos, limitados y reversibles, como decía El País el domingo. Sí, serán rápidos, este mismo verano. Sí, serán limitados, porque tras el informe del Supremo no queda otra. Y, claro, serán reversibles porque todo aquel delincuente que ha sido indultado y vuelve a delinquir retrocede al lugar del que nunca tuvo que salir, la cárcel.
La concordia como fórmula para durar en el poder
El Gobierno de Sánchez necesita a los de Junqueras en Madrid para mantenerse el tiempo suficiente y aprovechar la ola de la previsible recuperación económica. No hay otra explicación. Y puede que no haya tiempo. Si el Supremo tumba los indultos y los nacionalistas complican aún más las cosas, este Gobierno tendrá los días contados. Y si Puigdemont, el padre de todo este esperpento que no ha sido condenado, y por tanto no puede ser indultado, vuelve a España, Sánchez habrá acabado su tiempo como presidente.
Entonces el daño que acusará España por los que cambiaron la ley por la necesidad política y la supervivencia será enorme. Lo aprovecharan los de siempre. Y por eso no se esconden ante la debilidad del Gobierno: compartiremos Estado pero no nación, pronostican. Y en eso estamos. Y hacia eso vamos mientras deberíamos hacer caso a Oriol Junqueras e irnos metiendo los indultos por donde nos vayan cabiendo. Sí, justo por ahí, por donde usted y yo estamos pensando.