Mi primer contacto con el mundo sindical en TVE se produjo con el programa "Juego de niños" cuando lo presentaba Javier Sardá. Se grababa entre semana por la tarde en los estudios de TVE en Sant Cugat y yo le hacía los guiones a Javier. Era el primer programa que presentaba -en aquel tiempo también hacía “La Bisagra” en RNE donde servidor ejercía de jefe de guionistas e iba, íbamos, de cráneo- y los nervios estaban a flor de piel. Bueno, pues estábamos a media grabación cuando todo se detuvo de pronto con la misma rapidez con la que Jacques Prevert describió al sábalo que restaba inmovilizado en el río ante la visión de una caña. "¡Hora del bocadillo!", gritó un mocetón que, según supe después, era delegado sindical.
El tiempo se detuvo y en manos que se tarda en decirlo, el plató se quedó vacío de personal. Quédeme asombrado, patidifuso y ojiplático. No comprendía que personas ya un tanto talluditas tuvieran la necesidad de merendar, y mucho menos que eso tuviera como resultado interrumpir una grabación. Me puse en todos mis estados y les dije si también tenían hora del patio. Una buena persona me agarró del brazo y, por lo bajini, me susurró que si estaba loco, que no podías meterte con los del sindicato, que el convenio lo ordenaba.
Luego, comprobé que cuando una ENG, una unidad móvil, se desplazaba para grabar una entrevista a cualquier piernas, se desplazaba el periodista, el chófer, el cámara, el de sonido, el que aguanta la antorcha, o sea, el iluminador, el que se ocupa de desenrollar el cable, no fuese caso de que se enredara como una madeja de lana en manos de una persona aquejada por el baile de San Vito, en fin, Cecil B. de Mille llevaba menos gente en Ben Hur que en aquellas salidas en las que, por supuesto, la hora de la merienda se llevaba a rajatabla y todo giraba alrededor de una hoja de ruta.
El convenio, la burocracia y cierta predisposición al dolce far niente ha hecho de las televisiones públicas unos mamotretos farragosos y carísimos
Si en la hoja, Santo Grial inamovible, ponía “Entrevista frente al número cuatro de la calle de Fulano” y no se podía, porque el ayuntamiento había tenido a bien colocar una zanja, y sugerías grabar enfrente, no se podía porque la hoja de ruta no lo preveía. El convenio, la burocracia y cierta predisposición al dolce far niente ha hecho de las televisiones públicas unos mamotretos farragosos y carísimos. Hoy en día, cuando cualquier ciudadano puede grabar con su móvil lo que sea donde sea todo sería razonable desmontar ese andamiaje que, seamos sinceros, sirvió para colocar adeptos, amigos, conocidos y demás. Créanme si les digo que en los medios públicos hay auténticas sagas familiares.
De ahí que mi parecer respecto al monstruo que llamamos televisión pública sea negativo. Es un gasto tremendo que, además, instrumentalizan los políticos. Recuerdo los “viernes negros” cuando gobernaba el PP. No he vuelto a ver ninguno con Sánchez, y no será por falta de motivos. ¿Quiere eso decir que en TVE no existen profesionales competentes, serios y capacitados? Claro que sí. Pero el maridaje político-sindical es tan poderoso que aplasta cualquier intento de cambio. Esta es una realidad que no quieren ver los políticos, porque intentar modificarla supondría un follón tan grande para quien tuviese las narices de hacerlo que no hay pelendengues.
Digo esto porque quienes crean que los problemas en aquella casa se circunscriben a los políticos, al consejo de administración y a la presidencia cometen un error de enfoque. ¿Y si empezamos por la hora del bocadillo y los sindicatos a los que les gusta tanto merendar?