Opinión

La viejísima 'nueva derecha'

En la Europa de 2025, Sánchez y Orbán son la expresión más clara de ambas posiciones, la cara y la cruz de una misma moneda

  • Le pen, Abascal y Orban (Patriotas) en Madrid -

En quizás, los dos mejores trabajos sobre el período de entreguerras publicados en las últimas dos décadas, The Ligths that Failed y The Triumph of the Dark, la historiadora británico-estadounidense Zara Steiner describe con una precisión quirúrgica la incapacidad de reconstruir el orden liberal tras el final de la I Guerra Mundial y sus consecuencias. Por desgracia, los años treinta del siglo pasado asistieron a su acelerado enterramiento con la destrucción de las dos instituciones básicas de la sociedad abierta: la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa. A izquierda y a derecha, los movimientos autoritarios y totalitarios se convirtieron en la respuesta al desplome de aquellas y el final de ese proceso de pánico-irracionalidad desembocó en el estallido y en los horrores de la II Guerra Mundial.

El mundo, sobre todo el europeo, no fue capaz de retornar a lo que Stefan Zweig denominó la Era Dorada de la Seguridad, definida por el predominio de los valores del liberalismo político y económico que se habían ido implantando de manera progresiva, desigual pero cada vez más amplia en el Viejo Continente desde mediados del siglo XIX hasta 1914. Ese período de paz, libertad y prosperidad, que se creía irreversible, colapsó a raíz de la Gran Guerra y dio paso a un período durante el cual los valores centrales de la civilización desaparecieron de la escena europea y se abrió el paso a la barbarie.

Nadie o, muy pocos y, en ningún caso, el ciudadano medio de esa época creyó eso posible hasta que se materializó

Las expectativas no cumplidas de la postguerra crearon frustración y resentimiento en amplias capas de la población de las potencias vencedoras de la IGM junto a humillación y deseo de revancha en los perdedores. El derrumbamiento de los imperios, el resurgir del etnonacionalismo y los demoledores efectos sociales y económicos de la Gran Depresión generaron un clima propicio y un enorme atractivo popular a los movimientos iliberales y colectivistas bajo las banderas unos de la clase y otros del nacionalismo en sus distintas versiones. El brillante mundo del ayer estaba acabado y las diversas religiones seculares ofrecían a las masas la salvación y el paraíso.

Ahora, en Occidente se asiste a un escenario similar, eso sí, en versión 2.0. Los autócratas no visten camisas rojas ni negras, no plantean de manera abierta destruir la democracia, su represión es selectiva y no necesariamente sanguinaria etc. etc. etc, pero están unidos por el mismo rechazo a la democracia liberal y al capitalismo de libre empresa. En el caso de la izquierda, esa impugnación se viste con los ropajes del globalismo, de la tiranía de la corrección política, del ideario woke; esto es, de las religiones seculares post modernas; en la nueva derecha, en concreto, en la europea articulada alrededor de Patriots se ofrece una alternativa a la gauche basada en el nacionalismo y en lo que podría denominarse wokismo derechista. En la Europa de 2025, Sánchez y Orbán son la expresión más clara de ambas posiciones, la cara y la cruz de una misma moneda.

Los paladines del ordine nuevo de Patriots y Cía consideran ese diagnóstico una intoxicación del Maligno. Sin embargo, la realidad es terca. El histórico discurso de Orbán el 26 de julio de 2014 y su mensaje “la era de la democracia liberal ha terminado” simbolizan con claridad el espíritu de la nueva derecha en Europa. Para ella, las restricciones al ejercicio del poder de la mayoría son, como para la izquierda identitaria, molestas invenciones de las élites para mantener sus privilegios e imponer su voluntad al oprimido pueblo soberano. Esto permite a las formaciones políticas y a los gobiernos ubicados en ese espacio político comportarse como villanos (destruir los fundamentos de la democracia liberal) y a la vez presentarse como víctimas. Y esta es la táctica empleada de manera constante por los populismos nacionalistas de esta hora.

Desde el final de la II Guerra Mundial, con vaivenes diversos y matices en ocasiones importantes, la corriente dominante en la derecha occidental, sobre todo en la anglosajona, pero, también en la mayoría de las formaciones europeas situadas en ese espacio político, fue la llamada por Frank Meyer fusionista o síntesis liberal-conservadora. Sus pilares básicos eran un Estado limitado a la defensa de la vida, de la libertad y de la propiedad, a establecer una red básica de seguridad para todos aquellos incapaces de adquirirla por sus propios medios y a defender y promover los valores tradicionales mediante la persuasión y la batalla cultural, pero sin recurrir a la coerción estatal para imponerlos.

En los últimos ochenta años, como desde el final del Antiguo Régimen a raíz de las revoluciones liberales del siglo XIX, ese enfoque siempre ha estado flanqueado por un sector de la derecha que nunca se comprometió del todo con el orden democrático liberal y que atribuyó a la derecha fusionista el ser cómplice del “enemigo” en la creación de un mundo decadente, inmoral y destructor del orden tradicional. La nueva derecha europea es la combinación de ambas tendencias y, de manera sorprendente, lo es también la trumpista cuando EE.UU. ha sido la única nación, el único Estado nacido ex nihilo de la modernidad liberal.

Ver en la autocracia corrupta de un país atrasado una fuente de inspiración o una especie de reserva espiritual conservadora resulta tragicómico

En este contexto no ha de sorprender a nadie la cercanía cuando no la admiración de muchos gobiernos-partidos de ese segmento de la opinión hacia Putin. El problema es que la Rusia del cleptócrata moscovita es la heredera de una tradición antitética de todo lo que representa y ha representado siempre el Occidente que las “derechitas valientes” dicen reivindicar. Ver en la autocracia corrupta de un país atrasado una fuente de inspiración o una especie de reserva espiritual conservadora resulta tragicómico. Pero nadie ha de llamarse a engaño. Lo que atrae del Putinato a grupos como los integrados en Patriots es el poder sin límites ejercido por su titular, el deseo de hacer lo mismo en sus propios países para alcanzar sus metas y, en consecuencia, su antiliberalismo autoritario. Como dijo el Dr. Johnson “el patriotismo es el último refugio de los granujas”.      

Occidente y, en especial, muchos ciudadanos de las democracias europeas padecen una extraordinaria miopía. Se lamentan en muchas ocasiones con razón del deterioro institucional, político, social y económico experimentado en estos momentos por algunas o, si se quiere, muchas de aquellas, pero olvidan que ese modelo les ha proporcionado niveles de libertad y prosperidad inéditos. Y, peor, desconocen los pésimos resultados producidos por las políticas abanderadas por la nueva derecha tan malos y lesivos como los apadrinados por sus hermanos-enemigos de la izquierda radical.    

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