Esta pandemia ha sido un espejo para muchos, en especial para los millennials. Los jóvenes guais, modernos, cosmopolitas, sociables, populares. Los jóvenes que basaban su felicidad en las salidas, en las cenas con amigos, en las relaciones sexuales, en comprar ropa y complementos, en asistir a eventos, en dejarse ver. Solos pero rodeados, adolescentes tardíos. También para otro tipo de jóvenes, aquellos que basaban sus días en estar con sus colegas en un banco, fumar porros y tontear con el/la de turno.
El coronavirus y las restricciones sanitarias los dejaron sin el eje de sus vidas. Se les hizo una montaña no poder salir de fiesta, no echar el polvo correspondiente, no divertirse en quedadas, no beber cervezas ni divagar sobre el mundo. Es sus casas no había nada de esto: estaban ellos solos consigo mismos.
Muchos lo pasaron mal, y a otros les vino bien: se dieron cuenta de que su vida estaba vacía, que no tenían vínculos fuertes con nadie. Que sus amigos sólo eran amigos, personas que van y vienen, y no su familia. Que igual malvivir en un piso enano en el centro de la ciudad y trabajar de lo suyo a cambio de un mísero sueldo no era un plan bueno de vida. Cuando al alcohol, el sexo esporádico y sin compromiso y las sustancias alegres dejaron de condimentar sus vidas, se vieron a sí mismos y lo poco que habían construido en sus últimos años de existencia.
Algunos reaccionaron, se replantearon hacia donde iban, volvieron a sus pueblos de origen y comenzaron a afrontar la vida de otra forma. La pandemia ha sido un salvavidas para muchos jóvenes, pues se han dado cuenta de lo que realmente es importante en la vida. Muchos de ellos han encontrado un refugio en las parroquias, aquellas que sólo pisaban en bodas, bautizos y comuniones, si eso.
Jóvenes que buscan refugio y sentido en la fe
Hablo de los jóvenes porque es lo que más conozco y porque es lo que le da sentido a esta columna, pero quizá cualquier persona puede haberse sentido identificado con las líneas anteriores, sobre todo los modernos que renuncian a tener una familia.
Yo era de esas. ¿Quién quiere atarse con un hijo pudiendo vivir la vida libremente? ¿Quién quiere vivir con una pareja pudiendo tener una casa para sí mismo y hacer lo que le plazca? En realidad, casi nadie. Durante los últimos meses me replanteé muchas cosas y sentí una especie de llamada hacia la iglesia, hacia la fe.
¿Por qué de pronto tenía ganas de ir a misa si mi único contacto con el catolicismo fue hacer la Comunión y poco más? ¿Por qué tenía tantas ganas de escuchar a los párrocos y de estar en contacto con la Iglesia? ¿De casarme y de plantearme tener hijos? ¿Le habrá ocurrido a más gente, a más jóvenes? Obviamente, sí.
Al padre Juan Manuel Góngora, 32 años, sacerdote y diocesano de la Diócesis de Almería, en la parroquia de Oria, donde lleva un año, lo tiene claro: "La pandemia nos ha hecho darnos cuenta, a todos los niveles, de lo que es verdaderamente importante importante en la vida, como son las relaciones familiares, el amor hacia los demás. Lo que en la vida cotidiana pasaba más desapercibido, ahora se le da más importancia. El confinamiento ha sido un shock tan fuerte que ha empujado a muchos a hacer examen de conciencia".
En los jóvenes que vienen a la parroquia veo que les hace falta algo autentico en sus vidas, y más auténtico que la fe poco van a encontrar en este mundo. El tener fe te provee de una moral, de unos procedimientos en tus actos, de una armadura
Esta crisis sanitaria ha empujado a mucha gente a "redescubrir la fe, que no es otra cosa que el encuentro con Cristo resucitado. (...) Los jóvenes que vienen buscan cosas verdaderas, lo auténtico de la vida ante el muestrario que tenemos (medios, avances digitales...), pues muchas veces nos quedamos en un mar de artificio. Lo que veo cuando hablo con ellos –e intento rascar un poco– es que les hace falta algo autentico en sus vidas, y más auténtico que la fe poco van a encontrar en este mundo. El tener fe te provee de una moral, de unos procedimientos en tus actos, de una armadura".
El padre Góngora también es millennial, por eso quizá entiende tan bien a los jóvenes que acuden a su parroquia: "Los de nuestra generación hemos vivido una buena época, luego nos pilló la crisis económica en 2008 y desde ahí ha sido todo cuesta abajo. Nos vamos desanimando, y el único sitio donde encontramos recursos es en la familia y en la fe". Algo difícil de construir cuando "la sociedad nos empuja a la autorrealización para supuestamente ser felices, pero con esto te quedas sólo con el yo-mí-me-conmigo; la verdadera felicidad es la entrega de uno mismo a los demás".
La caridad está acercando a los 'millennials' a las parroquias
El padre Manuel Navarro (36), párroco en Carabanchel Bajo (Madrid) y capellán en la Universidad Politécnica, no ha notado que desde marzo acudan más jóvenes a misa: "El tema del sacramento sigue igual, pero sí viene mucha gente joven a colaborar con Cáritas y a ayudar a gente. Y son personas nuevas y muy jóvenes".
Los camiones de Cruz Roja que les llegan a la parroquia necesitan ser descargados por voluntarios, y la gente joven es la que más se ha animado, desde abril, a ayudar en esta labor. "Han venido muy rápido, nos ayudan en todo: desde sacar el material hasta llevar alimentos a personas que no podían salir de sus casas por unas razones u otras".
No es una cuestión de fe cristiana: "Hay muchas familias que están sufriendo, y aunque algunos medios de comunicación intenten ocultar ciertas cosas, las colas que se forman para recibir alimentos las ve todo el mundo. Los jóvenes las ven y vienen a decirnos que en qué pueden ayudar".
Esta caridad la están usando párrocos como Navarro para atraer a los millennials hacia la iglesia: "Los curas estamos aprovechando ese gancho, ese deseo de hacer el bien y de colaborar, para que conozcan realmente qué hacemos en las iglesias".
Muchos millennials ni siquiera están bautizados y nunca se han planteado el cristianismo, pero aun así, desde el inicio de la pandemia, están acudiendo a las parroquias no sólo para ayudar, sino también para hablar con alguien
Muchos millennials ni siquiera están bautizados y nunca se han planteado el cristianismo, pero aun así, desde el inicio de la pandemia, están acudiendo a las parroquias no sólo para ayudar, sino también para hablar con alguien: "Necesitaban un desahogo, que alguien les escuche, confesarse. Se les ha vendido que disfrutar de la vida era tener sexo con muchos y estar rodeado de gente, y me doy cuenta, cuando hablo con ellos por separado, de que se están replanteando las cosas ante la realidad que están viviendo. Van sacando su corazón y buscan que alguien les hable del amor y la entrega".
Es interesante lo que cuenta Navarro, pues él no nació en el catolicismo, como muchos jóvenes, y quizá por ello entiende bien qué puede hacer para atraerlos a las iglesias: "Eso no quiere decir que los fundamentos de la fe haya que cambiarlos, pero tenemos que cambiar la dinámica porque no vivimos en la misma época. Hay mucho desconocimiento entre los jóvenes de lo que hacen las parroquias. Y como dice el Evangelio, 'venid y lo veréis'".
Al margen de las creencias: las iglesias proporcionan contacto humano
Al margen de las parroquias y la fe, es importante entender esta necesitad de muchos jóvenes de acercarse a las iglesias desde un punto de vista sociológico. Fernando Broncano, filósofo y catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, lo explica estupendamente y ratifica lo dicho por los párrocos.
"En la religión hay varios elementos: uno es el de las creencias y luego hay otro elemento que es central, que se basa en los contactos vitales que proporciona la religión. En una experiencia histórica como esta, la pandemia, surgen sentimientos de desbordamiento, ya que tenemos la propia impresión que nadie sabe lo que ocurre", asegura.
Ya lo decía Primo Levi, que en los campos de concentración los creyentes resisten mejor, y no sólo porque creen en la otra vida, sino porque se relacionan mejor unos con otros
"Es la necesidad de tener contacto con otras personas. Esto es lo que han cubierto las iglesias desde siempre, y por eso sobreviven. La necesidad que tenemos de contacto humano es cada día mayor. Se han cortado todos estos contactos desde la pandemia, lo que producen estados emocionales de carencia tremendos".
"Hay mucha gente irritada y con sentimientos a flor de piel, y la religión ofrece o es un lugar en el que eso puede darse. La necesidad de ritos en común, ritos para sentirse acompañados en una situación. Y esto es muy independiente de creencias: hay necesidad de poner en común lo que ocurre. Las religiones crean comunidad y proporcionan contacto, y esto es la necesidad humana absoluta".
Y quizá buscar este contacto humano en las iglesias haga más felices a las personas, pues "ya lo decía Primo Levi, que en los campos de concentración los creyentes resisten mejor, y no sólo porque creen en la otra vida, sino porque se relacionan mejor unos con otros".
Las parroquias están abiertas para todos: ricos, pobres, guapos, feos, creyentes, agnósticos, católicos, budistas... Y puede ser un lugar a tener en cuenta en esta crisis que vivimos. Quizá nunca debimos dejar de ir a las parroquias, quizá sea hora de mirarlas desde otra perspectiva. De verlas como una brújula, un templo donde despertar, poder respirar y conectar con nosotros mismos y con los demás, con lo verdaderamente importante de la vida y, quizá, también con Dios.