Salieron el mismo día, con el mismo lenguaje, con la misma solemnidad, con idéntica celeridad, advirtiendo al nuevo Ejecutivo español de los males y medio asociados a políticas tales como la subida del salario mínimo, un leve aumento del gasto público o el anuncio de revertir ordenadamente ciertas reformas distópicas, como la reforma laboral del anterior Ejecutivo del PP. Nos referimos al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, o a la propia Comisión Europea, cuyos miembros sin duda rivalizarían con ese personaje de ficción hispano llamado Torrente, el brazo tonto de la ley. Todo ello en una semana donde ciertas voces liberales patrias, encuadradas dentro de la tradición del liberalismo político, económico, social y democrático, avisaban de la actual deriva de las democracias liberales. En sus análisis, personajes como Antonio Garrigues Walker o Manuel Pimentel, empiezan a entender la actual deriva del Neoliberalismo, plasmado en un aumento de la desigualdad y un deterioro nítido de las condiciones de vida de la mayoría de la población.
El Neoliberalismo no solo ha sido incapaz de evitar el aumento de las desigualdades, la pobreza y las crisis de deuda y producción, sino que en realidad las activó
Determinados dirigentes políticos -deriva actual de PP y Cs-, y ciertos responsables de organismos multilaterales -FMI, Banco Mundial o Comisión Europea-, desde sus puestos, sus discursos, o sus recomendaciones, están alimentando a esa bestia negra que creíamos desterrada, el autoritarismo, el fascismo. Resulta ignominioso el rechazo de algunos a la subida del salario mínimo. Resulta igualmente ignominiosa la sugerencia de subidas adicionales en impuestos tan injustos como el IVA, o peticiones de endurecimiento de la reforma laboral. Todo ello resulta más sangrante a las puertas de una nueva recesión global, la segunda fase de la Gran Recesión, donde, sin duda, tras otear lo que hicieron en la primera fase de la Gran Recesión, intentarán de nuevo aplicar otra vuelta de tuerca a la ciudadanía. El Neoliberalismo, como sistema de gobernanza, sabe que ha perdido, que está finiquitado. Pero intentará morir matando. Acongojados por el poderío creciente de China que, desde un estado autoritario, está siendo mucho más efectivo económicamente que las otrora democracias occidentales, el Neoliberalismo se ha quitado definitivamente la careta, y no dudará, llegado el caso, en alentar derivas antidemocráticas conservadoras para frenar el posible estallido social.
¿Morir matando?
Porque recordemos que estamos en los albores de lo que en su momento denominamos la Segunda Fase de la Gran Recesión y que inexorablemente conllevará el final de un ciclo secular iniciado a mediados de los ochenta, el súper ciclo de la deuda. Supondrá el final del Consenso de Washington y la teoría neoclásica que daba soporte a la misma. Desde un punto de vista político, el Neoliberalismo está evolucionado desde una visión cínica de la democracia, el Totalitarismo Invertido, hacia una deriva autoritaria, el clásico fascismo. Creen que así competirán con China. Será su desaparición definitiva pero generará previamente un sufrimiento innecesario.
El Neoliberalismo no solo ha sido incapaz de evitar el aumento de las desigualdades, la pobreza y las crisis de deuda y producción, sino que en realidad las activó. Solo bajo el consenso keynesiano y el activismo de la izquierda clásica las clases trabajadoras lograron mejorar sus condiciones de vida y el ascensor social funcionó. Los defensores a ultranza del liberalismo, aquellos que se alzan contra el papel del Estado en la economía, no solo no han manifestado especial interés hacia el bienestar de las clases trabajadoras ni deseo de elevar sus salarios, sino que han negado toda justicia al empleo de los poderes gubernamentales con ese propósito.
Los defensores de la ortodoxia neoliberal se han quitado la careta, y no dudarán en alentar derivas antidemocráticas para frenar el estallido social
La doctrina liberal dominante se ha entremezclado, además, con las teorías que arrojan sobre las leyes de la Naturaleza la responsabilidad de la miseria de las clases trabajadoras, y fomentan una profunda indiferencia y culpabilidad hacia sus padecimientos. Por ello los liberales condenan la intervención gubernamental respecto de las horas de trabajo, del tipo de los salarios, del empleo de las mujeres, de la acción de los sindicatos, proclamando que la ley de la oferta y la demanda es el único regulador verdadero y justo. Han ignorado de manera sistemática la monstruosa injusticia de la distribución actual de la renta y la riqueza.
Por un nuevo contrato social
La salida a la actual crisis sistémica pasará ineludiblemente por una reestructuración de un sistema bancario sobredimensionado, y de una deuda global en líneas generales impagable. Pero también requiere de una defensa ineludible del salario. Disiento profundamente de quienes dicen que al Estado no le incumbe ocuparse del nivel de los salarios, ni del salario mínimo o máximo, ni de la jornada laboral, ni del salario de las mujeres. Todo lo contrario, el aumento de los salarios es un fin legítimo de la política económica. Elevar y mantener los salarios es el objetivo que deben buscar todos aquellos que viven de los mismos, y los trabajadores tienen el derecho de defender toda medida que conduzca a este resultado. En realidad el liberalismo que emergió con la llegada de Margaret Thatcher y Ronald Reagan al poder tenía como objetivo último debilitar al factor trabajo y reducir los salarios. En ese contexto el único elemento de mejora social fue la deuda, diseminada además por un sistema bancario que fue desregulado y abandonado a la suerte de la autorregulación, toda una infamia económica. Pues bien es ese súper ciclo de deuda el que está a punto de estallar.
Es hora de que se renueve y/o se rehaga ese contrato social que ciertas élites económicas y políticas escondieron en cajones oscuros. Es hora de que se devuelva el ascensor social a los más débiles. Es hora de forzar a los más poderosos y, sobre todo, a las grandes corporaciones empresariales, a que apoquinen y contribuyan al bienestar de sus conciudadanos si no quieren que todo acabe como el rosario de la aurora. Para ello, como ya expresamos en nuestro último blog, desde una perspectiva complementaria, se debe reconstruir lo que siempre ha caracterizado a Europa, un estado de derecho y de bienestar, de manera que aquellos que no cumplan estándares laborales, medioambientales e impositivos, no juegan, se les expulsa. ¡Cuánta razón tenían aquellos que hace tiempo avisaban de la actual deriva neoliberal, del Totalitarismo Invertido al fascismo!