Opinión

Qué hay detrás de las leyes Trans

Todas las reformas, especialmente las que atañen a asuntos sensibles, deben acometerse siempre con tacto, prudencia y sentido común, nunca bajo la presión de activistas interesados

  • Dos personas sostienen una bandera trans durante una concentración convocada frente al Congreso de los Diputados. -

De la noche a la mañana, el estallido de la "ideología trans" ha impregnado la política, el lenguaje, el mundo académico, los medios y parte de la sociedad. En algunos países, cualquiera puede inscribirse legalmente como hombre o mujer, según su voluntad, sin requisito alguno. Sin embargo, bajo esta amable superficie subyace un fondo de coacción, censura, amenaza y descalificación para quienes osan cuestionar, incluso matizar, estos planteamientos. Y un grave daño al segmento más vulnerable: los menores. 

La nueva ideología no es una creación de transexuales sino de activistas encuadrados en el movimiento "woke", una difusa constelación de agitadores con causas diversas, entrelazados por compartir una cosmovisión rabiosamente antiliberal, autoritaria y antioccidental, un neopuritanismo completamente refractario a la crítica, el debate o la discusión. Cada activismo dice apadrinar un grupo social, supuestamente víctima, se arroga su representación e induce en la gente un sentimiento de culpa al pregonar que cualquier opinión discrepante con sus postulados constituye un delito de odio, un ataque a todo el grupo que simula representar. Impone así la censura y el silencio. 

Se identifican fácilmente las células del entramado por los insultos que usan los agitadores para denostar a quienes no comparten sus argumentos

El activismo trans, desconocido hace pocos años, ejerce ahora un papel dominante por su fulgurante ascenso en el orden jerárquico woke. Se identifican fácilmente las células del entramado por los insultos que usan los agitadores para denostar a quienes no comparten sus argumentos: machista (feministas radicales), homófobo (activistas gay), tránsfobo (activistas trans) o islamófobo (activistas islamistas), entre otros. 

Los woke siempre reverenciaron al islam por considerarlo un potente rival de Occidente, siendo la "islamofobia" uno de los más graves anatemas. Pero el acoplamiento del islamismo con feministas radicales y activistas gay resultaba complejo: obligaba a sostener que mujeres y homosexuales están oprimidos y discriminados en Occidente… pero no en países regidos por un islamismo radical. Aunque este malabarismo se mantuvo durante un tiempo, el encaje final consistió en encumbrar al activismo trans, mucho más compatible con el islamista. De hecho, el Irán de los ayatolas siempre permitió la transexualidad porque el pecado más grave, la homosexualidad, desaparece tras un oportuno cambio de sexo. 

Así, el ascenso del activismo trans, y la caída de feministas radicales y activistas gay, parecen ligados al creciente peso del islamismo en el entramado. Tal como sostiene Ayaan Hirsi Ali en Why Islamism became woke, desde la caída del Estado Islámico de Irak y Siria, el yihadismo más violento fue perdiendo atractivo entre los jóvenes; muchos islamistas se trasladaron al más pacífico activismo woke

El actual predominio de la ideología trans pone en cuestión el propio concepto de homosexualidad como atracción por el mismo sexo: cualquiera podría convertirse en homosexual (o en heterosexual) involuntariamente… si su pareja se declara súbitamente trans. También golpea a un sector del feminismo radical que, muy alejado de planteamientos liberales, impulsó una política sectaria de desigualdad ante la ley, culpabilización de todo el colectivo masculino y demonización de quienes criticaban sus políticas. Tras haber allanado el camino a todo lo que surgió después, ahora están probando una buena dosis de su propia medicina de injurias y amenazas, mientras observan cómo hombres oportunistas se registran como mujeres para acceder a las ventajas y privilegios que estas feministas contribuyeron a establecer. 

Los actuales activistas y gobernantes no distinguen estos transexuales de los individuos que, por oportunismo o confusión, se limitan a declararse del otro sexo (o género) o a inscribirse en el registro sin requisito alguno 

El nuevo activismo trans ha frivolizado la propia transexualidad, un fenómeno tan serio como minoritario, convirtiéndolo en una moda, un capricho al alcance de cualquiera. Los verdaderos transexuales, personas con fuerte convicción, acometían un proceso siempre duro y doloroso, cambiando legalmente de sexo tras cumplir ciertos requisitos. Con una sociedad cada vez más abierta y tolerante, fueron ganando la aceptación de la gente. Pero los actuales activistas y gobernantes no distinguen estos transexuales de los individuos que, por oportunismo o confusión, se limitan a declararse del otro sexo (o género) o a inscribirse en el registro sin requisito alguno.  

Autodeterminarse como hombre o mujer, incluso como alguna de las supuestas opciones intermedias, es una opción poco problemática en una sociedad liberal, donde cada uno puede expresarse y sentirse como desee. Pero el propósito de la nueva política no es fomentar la libertad individual; más bien al contrario. Se trata de forzar al resto de la sociedad a aceptar, por las buenas o las malas, que el sexo de cada persona depende de una simple declaración o de la cumplimentación de un formulario. Y recurren para ello a la manipulación, a la intimidación o a ciertas leyes penales que imponen el lenguaje, el pensamiento y los usos sociales "correctos". En Canadá, por ejemplo, es delito mencionar a alguien por un pronombre distinto del que arbitrariamente elige, que puede ser masculino, femenino, neutro, singular o plural. Estas políticas no solo destrozan las reglas gramaticales; también atentan gravemente contra la libertad de opinión, expresión y conciencia. Porque respetar a los demás nunca incluyó la obligación de acatar sus criterios en contra de los propios. 

Daños en niños y adolescentes

Ahora bien, los más afectados por el nuevo activismo trans han sido los menores. Ha crecido exponencialmente el número de niños y adolescentes que pretenden cambiar su sexo, siendo el nuevo afectado típico muy distinto del transexual de antaño. Esto sugiere que muchos de ellos no son realmente trans sino preadolescentes y adolescentes inseguros, fácilmente influenciables por el ambiente y el intenso aleccionamiento.  

Los verdaderos transexuales comienzan a sentir angustia con su sexo biológico desde muy corta edad y son mayoritariamente varones (80%). Los de la nueva hornada surgen a edades mucho más tardías y predominan las mujeres (80%). Algunos autores sugieren que la mayoría son simplemente homosexuales que, inducidos por la inestabilidad o la falta de aceptación del propio cuerpo, típicas en la adolescencia, y empujados por políticos y educadores, acaban declarándose trans. Muchos se decantan por contagio, en ambientes donde otros compañeros ya dieron el paso. Esta nueva ideología resulta especialmente atractiva porque proporciona respuesta a la inseguridad de muchos jóvenes, les permite encajar en un grupo y, sobre todo, traslada la culpa de su insatisfacción, propia de la edad, al resto de la sociedad por no reconocerlos como tales. Se diría que el cambio de sexo es hoy la piedra filosofal, el remedio definitivo a todas las inestabilidades y problemas de adaptación que siempre experimentaron los adolescentes.     

Es típico hacer creer a estos pequeños que son, al mismo tiempo, víctimas y héroes, incitándolos a acometer un camino que incluye vestirse como el sexo opuesto, cambiar de nombre y pronombre, recibir hormonas y, finalmente, cirugía

Los padres suelen conocer el carácter voluble de niños y adolescentes, su inclinación a cambiar de opinión. Pero el entorno político, activista y educativo parece desconocerlo al impulsar la afirmación positiva, un protocolo que apoya y refuerza, sin contraste ni cuestionamiento, la repentina decisión del niño que se declara trans, impidiendo cualquier diagnóstico de profesionales competentes. Es típico hacer creer a estos pequeños que son, al mismo tiempo, víctimas y héroes, incitándolos a acometer un camino que incluye vestirse como el sexo opuesto, cambiar de nombre y pronombre, recibir hormonas y, finalmente, cirugía, siendo estos últimos pasos especialmente graves e irreversibles. En una flagrante incoherencia, el sistema considera a los niños capaces para cambiar de sexo, y asumir todas las consecuencias posteriores, pero niega su responsabilidad en muchos otros aspectos. 

El nuevo enfoque no se molesta en distinguir los pequeños que son realmente trans de los que serán simplemente homosexuales. En un estudio de niños varones con marcadas identidades femeninas, Richard Green, profesor de psiquiatría en la UCLA, observó que, de cada cinco de estos niños, cuatro llegaban a la edad adulta como gays o bisexuales y solo uno como trans. La intervención temprana podría beneficiar a estos últimos, pero a costa de infligir daños físicos y mentales a muchos otros menores, que seguramente se arrepentirán en el futuro. Ante la duda, la prudencia dicta evitar el daño, esperar a que los niños tomen la decisión con plena conciencia y responsabilidad cuando sean personas maduras. 

Un punto de inflexión

Desgraciadamente, la búsqueda de la utopía suele desembocar en distopía. Unos cuantos países van tomando conciencia del daño a los menores y planteando la necesidad de dar marcha atrás en las improvisadas leyes. Ciertos episodios, como la entrada de presos que se declaran trans en las cárceles de mujeres o la inclusión de trans en el deporte femenino, generaron enormes problemas y fuertes polémicas. Hace un par de semanas, World Athletics prohibía la participación de trans sobrevenidos en el atletismo femenino y, al parecer, otros deportes seguirán el mismo camino. Al chocar con la realidad, la disparatada marea ideológica comienza lentamente a revertirse. 

Todas las reformas, especialmente las que atañen a asuntos sensibles, deben acometerse siempre con tacto, prudencia y sentido común, nunca bajo la presión de activistas interesados. Deben proteger a los menores de peligrosos experimentos y velar por los derechos de todos, no solo de los grupos supuestamente representados por los agitadores. Y, sobre todo, preservar las libertades básicas, cada día más amenazadas por el avance de la ideología woke. Porque no hay nada más absurdo e infantil que pretender eliminar la libertad de expresión, o el debate de ideas, con el pretexto de que hiere la sensibilidad… de algunos activistas vocingleros.  

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