Con verdadera devoción huyo del espectáculo que tiene a tanta gente entretenida a propósito de la vuelta de Juan Carlos I. Lo hago para no cansar al lector, pero también para no perder el norte de dónde está lo sustancial. El rey viejo es un espectáculo porque él quiere, de acuerdo, pero también porque los medios ayudan y de qué manera. Pero este hombre, que al menos para mí está más cerca de la lástima que del ajuste de cuentas, en nada puede modificar las cosas de este país. No perdamos el tiempo. Su influencia es cero, sobre todo desde que su hijo decidió cortar por la sano y apartarse de sus delirios.
Lo veo fugazmente por la televisión y observo su cara de hombre mayor, despistado, ido, ignorante de lo que le ha pasado, y lo que es peor de lo que ha hecho. Lleva los genes de Isabel II y Alfonso XIII. Dejémoslo ahí, con el deseo de que moleste poco, especialmente a su hijo. Explicaciones no va a dar, disculpas no va a ofrecer. Puede intentar molestar lo menos, pero viendo su llegada a Vigo no creo que suceda. Cuentan que hay más de 200 periodista en Sangenjo, y me pregunto por qué hay quien le pide a Juan Carlos discreción y recato. No depende sólo del, y en todo caso, nunca supo qué era eso.
Sánchez fuera del foco mediático
Para no querer hablar del rey viejo ya lo he hecho bastante. En realidad, me preguntaba antes de empezar a escribir como llevará estos días Pedro Sánchez, tan acostumbrado como está a ser él, y sólo él, el dueño del foco. Acabo de leer el último libro de Fermín Bocos, (Zeus y familia, Dioses, héroes y templos. Ariel, 2022) Es un libro que he leído casi como novela de aventuras. Los dioses son malos, perversos, lógicos, traicioneros y mentirosos. Muy humanos, ya ven. Me han divertido los avatares de Narciso, hijo del dios del río pero al que Némesis le hizo pagar su propio engreimiento haciendo que se enamorara de sí mismo. El final lo puede imaginar: tanto se quiso que al verse reflejado en el agua se tiró a ella y se ahogó. Felipe González lo expreso con cierta gracia cuando dijo que de éxito también se puede morir. No creo que a esta alturas les sea complicado imaginar quién o quiénes caben en la piel de Narciso en estos tiempos.
Sánchez, irascible y faltón
Aficionado como soy a seguir por la televisión las sesiones de control al Gobierno, no dejo de preguntarme por eso, por lo que le pasa a este hombre. Ha empezado a utilizar nuevamente esa muletilla que descubre sus carencias sin él pretenderlo, o pretendiéndolo vaya usted a saber, el ego que gasta. A saber: Como presidente del Gobierno; yo como presidente; pero como presidente le tengo que decir; siendo como soy presidente de este país. Ya, señor Sánchez, ya sabemos lo que es usted, y sabemos también que hay detrás de esa insistencia en afirmar que es lo que es.
La cuestión es que cuando Sánchez recuerda lo que es a los demás nos recuerda cómo llegó ser lo que dice que es, que eso fue lo que el miércoles hizo Cuca Gamarra, la secretaria general del PP que en pocas semanas de portavoz circunstancial acumula más desprecios que los que se llevó Pablo Casado a su tumba política. Y eso hace que se le descomponga la figura. Desprecia a Gamarra, humilla a Edmundo Bal, insulta a los de Vox, pero se muestra sumiso y educado con PNV, ERC y Bildu.
Andalucía, clave para el futuro
En la medida en que pasa el tiempo y se acercan las elecciones andaluzas, las autonómicas del año que viene y las generales después a finales del 23, Sánchez empieza tomar conciencia de aquello que más lo irrita en su soledad. Esa forma de arrastrase ante los de Junqueras y Rufián y Otegi, ese ir tirando p´alante, hace que se irrite pronto. Y por eso luce así de revolucionado; cumple bien como soberbio y gasta un impecable y escaso sentido del humor, pero tonto no es. Un partido en el que nadie -nadie- le hace sombra, no puede ser creación de un idiota. Sí, oigan, está más cerca de un dios que de un humano. Muchos de esos dioses murieron de éxito.
Pero a medida que se le acaba el tiempo, toma forma el disparate de haber aceptado los indeseables apoyos que la mayoría de los españoles, incluidos numerosos votantes socialistas, detestan. Y elijo a voluntad el verbo detestar, que es el mismo que aborrecer.
Los barones socialistas pagarán los platos rotos
Un presidente autonómico que se esconde lo justo cada vez que tiene que expresar lo que piensa me asegura que no se va a librar ni un solo de ellos de la patada en el culo que los españoles les van a dar pensando en Pedro Sánchez. Le digo que eso recuerda el paseo al tran tran del ternero camino del matadero, y él me responde, que así es como se sienten. Y le insisto: ¿No hay nada que hacer? Entonces, después de dar una larga calada a su cigarrillo, responde: Esperar.
La casualidad ha querido que otro barón, este sin presidencia, pero en la lucha diaria por cambiar un partido irreconocible en su tierra, se exprese como un ciudadano normal que atiende con sentido común los asuntos políticos: "Si se cumplen las encuestas y el batacazo andaluz es como nos tememos, Sánchez no podrá terminar la legislatura. El deterioro es cada día mayor, y donde mejor expresado está es la cara de Sánchez".
A tenor de dimensión del batacazo andaluz la cuestión no será dirimir si hay que adelantar las generales antes de que los resultados sean peores. La cuestión es si debe ser Pedro Sánchez el cartel del PSOE. Cierto, se ha curado de que no haya quien la haga sombra en el partido, pero ese es un argumento meramente circunstancial cuando los daños que se anuncian y prevén las encuestas pueden ser catastróficos. Por eso Sánchez se pone nervioso; por eso se irrita y falta al respeto y pierde la educación; por eso ignora a quien le pregunta y desdeña el sentido de la pregunta. Le da igual la claridad con que esté realizada la cuestión, él responde hablando de los mangantes de la Gürtel, de los ordenadores de la calle Génova, la libretita de Bárcenas y de los piolines que mandó Rajoy cuando el golpe de Estado de los independentistas. Eso luego lo hicieron presidente y le regalaron un colchón nuevo en La Moncloa. Y ahora Sánchez nos dice que con ellos en Cataluña se cumple la Constitución. No es el problema que lo diga, lo peor es que se lo crea.
Han de estar felices los policías nacionales que después de ir obligados a Cataluña, de mal comer, mal dormir y de cobrar a regañadientes las dietas les llame ahora el presidente piolines. Por cierto, ¿no fue él quien mandó 2.000 piolines en 2019 cuando las calles de Barcelona ardían? Es tal el desatino y tantas las mentiras que la falta de memoria ya no puede ser un recurso para la tranquilidad y la paz interior.
¿Pero qué le pasa a este señor que da signo de empezar a no soportarse? Qué le pasa, Vuelvo a preguntarme. Por el vicio de preguntar, ya saben