Opinión

Males muy graves, peores remedios

Es innegable que el tiempo de Rajoy y de su equipo de burócratas incoloros, inodoros e insípidos se ha agotado y que España necesita urgentemente un liderazgo dotado de vigor moral y claridad de ideas

  • El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Tito Livio describió en las Décadas la crisis de la república romana con una frase transida de desesperación: “Llegó un tiempo en que no podía soportar sus males ni sus remedios”. Si el magnífico historiador clásico hubiera vivido el final del sistema del 78, al que estamos asistiendo angustiados los españoles, hubiera repetido sin duda su lúgubre descripción de una situación en la que no sólo lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, sino que lo que está acabado se niega a reconocerlo y lo que está despuntando es todavía demasiado prisionero de lo periclitado.

No es sólo el Partido Popular el que agoniza, es todo un edificio constitucional, una estructura territorial y un entramado institucional los que se derrumban mientras los encargados de su correcta administración y funcionamiento, lejos de advertir la gravedad sustancial de sus deficiencias y de intentar corregirlas con un replanteamiento a fondo de la obra de la Transición que la reoriente por completo sin destruirla, se enredan en maniobras tácticas, se empecinan en proyectos tan nocivos como imposibles y desperdician sus energías en enfrentamientos partidistas.

¿Cómo se desenreda este embrollo? Obviamente, con la convocatoria de elecciones y que sean los españoles los que decidan a quién quieren confiar el Gobierno"

Es innegable que el tiempo de Mariano Rajoy y de su equipo de burócratas incoloros, inodoros e insípidos se ha agotado y que España necesita urgentemente un liderazgo dotado de la claridad de ideas, del vigor moral y de la firmeza de convicciones indispensables para afrontar sin vacilaciones las amenazas existenciales que la acechan: el desafío del golpismo separatista en Cataluña que aspira a borrarnos del mapa y el sectarismo rencoroso del populismo colectivista y liberticida que transformaría aceleradamente el país en un erial.

Desde esta perspectiva general, la posibilidad de un Gobierno encabezado por Pedro Sánchez y apoyado por el comunismo chavista y el secesionismo racista produce escalofríos. El mero hecho de que el Secretario General del PSOE contemple la opción de llegar al poder aupado por los enemigos mortales de la Nación que aspira a gobernar demuestra hasta qué punto ha perdido el norte y el ansia por ocupar La Moncloa le nubla el entendimiento y disipa el poco patriotismo que le quedaba, si es que alguna vez tuvo alguno. Afortunadamente, sobreviven en la centenaria organización que dirige el suficiente número de personas sensatas como para hacerle ver que semejante disparate sería su tumba política y de paso la de sus siglas. El precio que tendría que pagar, el indulto de los golpistas procesados tras su condena y el levantamiento incondicional del 155, le mancharía indefectiblemente con el estigma de la traición. En cuanto al PNV, está pactando con Bildu un Estatuto que resucita lo peor del Plan Ibarretxe y que el PSOE se vería obligado a aceptar para disponer de los cinco escaños correspondientes. Ese es otro vórtice que lo engulliría al abismo. En este contexto, sin el concurso de los nacionalistas, Sánchez requiere, además del respaldo de Podemos, de los votos de Ciudadanos para cuadrar una mayoría absoluta, pero los morados y los naranjas son como el agua y el aceite, no miscibles.

El mero hecho de que Sánchez contemple la opción de llegar al poder aupado por los enemigos mortales de la Nación que aspira a gobernar, demuestra hasta qué punto ha perdido el norte"

¿Cómo se desenreda este embrollo? Obviamente, con la convocatoria de elecciones y que sean los españoles los que decidan a quién quieren confiar el Gobierno en las difíciles circunstancias que atravesamos. Después del espectáculo lamentable que han sufrido en esta legislatura, no parece difícil predecir que los votantes se inclinarán por fórmulas que les garanticen estabilidad y políticas que conjuguen la racionalidad, el realismo y el coraje para emprender las reformas estructurales sin las cuales el camino hacia el fracaso seguiría imparable. Para que esta solución prospere, Sánchez debería aceptar que su estancia en La Moncloa sea muy corta, las semanas justas para llamar a las urnas. Por consiguiente, hay una salida factible al complejo laberinto en el que estamos encerrados que pasa por que el impulsor de la moción de censura anteponga el interés nacional al suyo particular, aunque, teniendo en cuenta todos los factores en presencia, a poco que reflexione se dará cuenta de que ambos coinciden. Si concurre a las elecciones como el hombre que ha dado a sus compatriotas la oportunidad de ejercer su soberanía después de haber desalojado del puente de mando del Estado a la borrosa figura que hoy encarna la suma de los vicios de un ciclo histórico caduco, la sociedad española le premiará. Si comete el error monumental de encaramarse a la Presidencia del Gobierno a cambio de entregar su país a los que pugnan por hacerlo pedazos, su propia infamia lo sepultará.

Los días que se avecinan pondrán a prueba la calidad humana, la altura de miras y la talla ética de los protagonistas de nuestra escena política. Es en las ocasiones de peligro extremo y de exigencia máxima cuando se puede calibrar el fuste de cada cual y si bien es verdad que algunos están de sobra retratados, no cabe duda de que nos disponemos a contemplar acontecimientos que darán el trazo definitivo tanto a perfiles castigados por los años como a rostros de más reciente aparición.

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