A los periodistas se nos agotan ya las metáforas y andamos importando desde hace semanas material que describa 'LA' situación. De tal suerte que el último hallazgo para definir la carrera hacia el abismo electoral que protagonizan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, con menos glamour que el actor James Dean, Rebelde sin causa, es ese chicken game o "juego del gallina" .
Pablo sabe que Pedro dijo hace ya varias semanas en privado aquello de que si PSOE y Unidas Podemos sumaran una mayoría absoluta de 176 diputados "tendría que comerme con patatas" (sic) un gobierno de coalición, sentarse codo con codo en el Consejo de Ministros con quien hace tan solo cuatro años soñaba con hacerle el sorpasso por la izquierda.
Obsérvese la sola formulación. Denota la escasa estima que tiene el presidente en funciones por su interlocutor, básico para entender lo que (no) ha hecho en el tiempo transcurrido desde las elecciones del 28 de abril: no ha iniciado negociación digna de tal nombre; porque no puede llamarse tal la mezcla de Podemos con PP y Ciudadanos en esas rondas, a la espera de que uno te apoye y los otros se abstengan gratis.
Iglesias sabe que aunque haya repetición electoral, Sánchez va a necesitarle para seguir en La Moncloa, dada la actitud de Rivera; y le está poniendo a prueba
Resulta inocente, si no fuera porque en política nada lo es. Así que habrá que entenderlo como una variante hispana, una especie de chicken sin cabeza, juego novedoso al que parece apuntarse también Albert Rivera cuando dice eso de "yo ya no tengo nada que hablar" (sic)... con el presidente del Gobierno sobre su investidura.
Y en medio de todo esto, llega el barómetro del CIS de junio a ponerle en suerte la victoria con un 40% en intención de voto. Haría bien el presidente, no obstante, en tener cuidado con esa jugada, porque la puede cargar el diablo. Mariano Rajoy pasó de 123 diputados en las elecciones de 2015 a 135 en las de 2016, y los sondeos del CIS también eran excelsos por aquel entonces. Y lo peor para Rajoy es que el problema siguió ahí tras la repetición, como el 'dinosaurio' de Augusto Monterroso.
Porque se puede compartir con el presidente la idea de que meter a Iglesias en el gabinete es contraproducente para ganarse el apoyo de un PNV que ve con recelo los ataques en el País Vasco de quien aspira a ser -también- socio suyo en el gobierno de Madrid. Cierto. Pero una cosa es eso y otra ningunear al adversario metiéndole -otra vez- en el mismo saco de contactos con Casado y Rivera. "Haya repetición de elecciones o no, vas a seguir necesitándome de socio tal y como está Rivera", parece que estuviera pensando.
Por eso, el de Podemos, que tiene un sentido teatral innato y sabe que es poco menos que imposible que él se siente en una vicepresidencia o en un ministerio, ha decidido elevar la apuesta: que sea el Congreso el que decida el día 23 si quiere un gobierno de coalición; y si sale que no, él y Podemos renunciarán a entrar en el Ejecutivo. Parole, parole, dicen en La Moncloa conteniendo la respiración, no vaya a ser que PNV o ERC le cojan gusto a la propuesta y Sánchez tenga que formar el gobierno que no quiere.