Opinión

El señorito

No sé si ya habrán visto ustedes la película La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona. Les recomiendo vivísimamente que lo hagan. Es una obra maestra.

No sé si ya habrán visto ustedes la película La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona. Les recomiendo vivísimamente que lo hagan. Es una obra maestra. Los doce Goyas que se llevó el otro día son una pura justicia, lo mismo que el Globo de Oro, que el premio del público en el festival de San Sebastián y que el Oscar a la mejor película de habla no inglesa que fácilmente podría llevarse el 10 de marzo.

Es un canto a la voluntad humana, a la determinación de vivir y de vencer a las peores adversidades. No voy a romper nada si les cuento de qué va porque la historia es conocidísima y ya ha sido llevada al cine: ahí está la célebre ¡Viven!, que Frank Marshall estrenó hace treinta años. Bayona vuelve sobre el terrible accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya: un chárter que, en 1972, llevaba hacia Chile a un equipo entero de rugby (todos jóvenes, todos alegres, todos cristianísimos y despreocupados) y que se estrelló en un glaciar de los Andes. En el avión iban 45 personas. Al final, después de 72 terribles días, sobrevivieron 16. Para ello tuvieron que alimentarse con los cadáveres de sus amigos. Pero lo consiguieron.

La película de Bayona es sencillamente extraordinaria. Eligió a un montón de chavales casi o completamente desconocidos, muchos de los cuales en su vida se habían puesto delante de una cámara. Bayona logró que pareciesen consumados actores profesionales… después de adelgazar, en algunos casos, más de 25 kilos para ofrecer el aspecto esquelético que todos tenían al final. El rodaje se hizo en los propios Andes y en Sierra Nevada, con nieve de verdad y frío de verdad; los chicos las pasaron canutas. Técnicamente, el filme es impecable: Bayona está entre los directores mejor preparados del mundo, como demostró ya en Lo imposible y en Jurassic World, el mundo caído.

El espectador “empuja” sin remedio desde la silla, desarrolla una empatía inmensa hacia los chicos y las lágrimas llegan cuando muere el último… Pero eso mejor descúbranlo ustedes

Pero lo más importante es lo que le pasa al espectador: está sin respiración durante 144 minutos. Si no supiésemos desde el principio que la cosa acaba bien, se me antoja que la película sería casi insoportable de ver, porque la tensión dramática es brutal y uno tiende a pensar que, después de todo lo que les pasa, es imposible que sobrevivan. Pero el espectador “empuja” sin remedio desde la silla, desarrolla una empatía inmensa hacia los chicos y las lágrimas llegan cuando muere el último… Pero eso mejor descúbranlo ustedes. Solo por esa escena, estremecedoramente interpretada por Enzo Vogrincic, merece este filme pasar a la historia.

En la ceremonia de entrega de los premios Goya, que se celebró en Valladolid ante 3.000 personas (pero había 2,7 millones más viéndolo por televisión), le tocó a Pedro Almodóvar entregar el último premio, el mayor, a la mejor película. Y fue, naturalmente, para La sociedad de la nieve. Almodóvar, sin ponerse nervioso en absoluto, dijo que en la sala estaba presente un político que días atrás había dicho que el cine español era una pandilla de señoritos que vivían de las subvenciones públicas y que hacían películas muy malas que no interesaban a nadie.

El político aludido era Juan García Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León. Sí, claro que estaba allí. Le habíamos visto pasar por la alfombra roja (que en realidad era fucsia) metido en un esmoquin a lo Bogart, con chaqueta blanca. Caminó sonriendo y saludando con la mano como si fuese el protagonista de la noche. No lo era y la verdad era que nadie le saludaba a él; mientras todos los actores y actrices se iban junto a las vallas para hacerse selfis con el público que se lo pedía, el excelentísimo señor vicepresidente caminó por el centro de la moqueta saludando al aire. Luego se perdió entre la multitud y todos nos olvidamos de él hasta que habló Almodóvar.

Lo peor de lo que dijo García-Gallardo no es que sea mentira; es que él sabe que es mentira. Y quienes le escuchan saben que él sabe que está mintiendo. No importan ahora mucho las cifras, los datos concretos de espectadores y recaudaciones, porque son clamorosos: el cine español está viviendo una edad dorada gracias al talento de genios como Bayona (que es uno entre cientos), a las plataformas digitales, a la multiplicación de series que dan trabajo a muchísima gente y a una calidad incuestionablemente creciente. Nadie serio discute eso.

Sigue pensando lo que le gruñeron alguna vez: que el cine español es un nido de rojos, lo cual es simplemente imposible porque son demasiados miles de personas como para que todos marchen al mismo paso

Pero este sujeto, García-Gallardo, que tiene las luces que tiene y ni un vatio más, se ha quedado (como suele) en los eslóganes de su partido, que es la extrema derecha; en las consignas cien veces repetidas, por más viejas que se hayan quedado. Señoritos, dice. Sigue pensando lo que le gruñeron alguna vez: que el cine español es un nido de rojos, lo cual es simplemente imposible porque son demasiados miles de personas como para que todos marchen al mismo paso. Pero eso a este tipo le da igual.

García-Gallardo no tiene ninguna función concreta como vicepresidente. Teóricamente está encargado de la “Dirección de Coordinación e Interacción Social”, que básicamente consiste en ocuparse de sí mismo y de nada más. También se dedica (en teoría) a las víctimas del terrorismo, que en Castilla y León son, como se sabe, varias decenas de millones. Vamos, que no hace nada. Va en moto por ahí, asiste a actos y hace declaraciones como esta de los “señoritos”. Ese es su agotador trabajo.

Entró en política hace casi un suspiro, cuando ya remitía la pandemia; fue un fichaje poco menos que improvisado porque las encuestas decían que la ultraderecha iba a crecer mucho en la meseta y… necesitaban gente con la que llenar las candidaturas. Y alguien propuso a este abogado de Burgos que en su vida había roto un plato, pero que admiraba mucho a Franco, era muy activo en redes sociales y decía cosas como que había que “heterosexualizar el fútbol”, según él un deporte “lleno de maricones”. Era un provocador a tiempo parcial, un matón verbal como hay tantos. Abascal ni lo conocía, se vieron dos o tres veces antes de que el Jefe decidiese que bueno, que más o menos daba el perfil y que, hala, si no había otra cosa, pues venga. Las encuestas acertaron: la extrema derecha creció mucho en las elecciones de 2022 (no hace ni dos años). El PP les necesitaba para conservar el poder en la región y este muchacho de 30 años, tan echao p’alante, se vio de pronto convertido en vicepresidente.

Hay que ser muy, pero muy cortito para insultar al cine español y a quienes lo hacen, y luego disfrazarte de Humperi Bogart y plantarte en la ceremonia de los Goya como si fuese tu finca

Es el dolor de muelas de presidente castellano-leonés, Fernández Mañueco, un salmantino sosegado y prudente. Se llevan cordialmente fatal y peor se llevarían si Mañueco no lo necesitase. Cuando Almodóvar dijo lo que dijo sobre García-Gallardo delante de todo el mundo, Mañueco, que estaba a cuatro sillas de distancia, se puso a aplaudir, mientras el otro puso la cara de chulo vinagre que le caracteriza. Una cara que recordaba a la del “señorito Iván” magistralmente interpretado por Juan Diego en Los santos inocentes, de Mario Camus; otra obra maestra que el señor vicepresidente por accidente no habrá visto porque es cine español, es decir cosa de rojos.

Hay que ser muy, pero muy cortito para insultar al cine español y a quienes lo hacen, y luego disfrazarte de Humperi Bogart y plantarte en la ceremonia de los Goya como si fuese tu finca. La vergüenza que pasó delante de todo el mundo, empezando por su presidente, le está muy bien empleada.

Los castellano-leoneses somos gente de buena memoria y cierta sorna un poco cabrona que suele durar muchos años. Este García-Gallardo, que ya se ha visto que no destaca precisamente por su inteligencia, por su utilidad ni por su habilidad política, ha hecho un ridículo de los que en mi tierra salen caros. Pasará sin pena ni gloria. Desaparecerá de su puesto, que ocupa no por su valía sino porque no había otra cosa a mano, más temprano que tarde, en cuanto en su partido encuentren algo más presentable o en cuanto los votantes decidan que ya vale de pasar vergüenza ajena por causa de este chaval.

De momento, vayan ustedes a ver esa maravilla, La sociedad de la nieve, y olvídense de este implado (así se dice en mi tierra) señorito. Porque el señorito es él, no la gente del cine.

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