• El nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, este domingo. -

El triunfo de Javier Milei en las elecciones a la Presidencia de la República Argentina constituye una derrota sin paliativos no ya de un partido, el Peronista, sino de las ideas representadas por éste que han dominado la escena política, social, económica y cultural de ese país durante casi un siglo. El movimiento fundado por el general Perón logró construir un sistema que se había perpetuado y logrado sobrevivir a pesar de haber llevado Argentina a una brutal decadencia. Desde la Revolución Libertadora de 1955 que sacó al poder a Perón hasta la actualidad, ningún Gobierno se propuso y logró desmantelar el modelo estatista, clientelar y autoritario creado por aquel. 

La izquierda ha intentado e intenta situar al nuevo presidente argentino y a su partido en la extrema derecha. En España, esa  proclama ha sido transmitida una y otra vez desde hace meses por los medios de comunicación afines al nuevo Movimiento Nacional encarnado por el caudillo Sánchez, por sus compañeros de viaje y por miembros del Gobierno y dirigentes de la coalición gubernamental. Esta actitud es lógica en quienes han emprendido un proyecto en la Vieja Piel de Toro muy similar al encarnado por el peronismo.  Pero la mentira tiene las patas cortas y, en este caso, cortísimas.

El ideario de Milei supone la recuperación y actualización de la tradición liberal que hizo posible la conversión de Argentina en una de las naciones más ricas y libres del mundo desde 1870 hasta 1940. Esa época de esplendor no fue producto de ningún milagro, sino de la creación de un modelo, el establecido por la Constitución de 1853, definido por el imperio de la ley, la división de poderes, la garantía de los derechos y libertades individuales, una economía de libre mercado, la apertura comercial y financiera al exterior y la disciplina monetaria y fiscal.

El peronismo aplicó siempre una táctica habitual de las dictaduras, buscar la cohesión nacional y social a través de la creación de un enemigo externo sobre el cual cargar la responsabilidad de todos los males

Esas fueron las causas determinantes del éxito argentino manifestado en unos datos espectaculares. En los años veinte del siglo pasado, Argentina tenía uno de los diez PIB per cápita más altos del mundo; superior al de la mayoría de países europeos, entre ellos Italia y España; similar al de Francia o Alemania; mayor que el de Japón. Desde mediados del siglo XIX, la República Austral fue capaz de absorber, integrar en la sociedad, así como ofrecer oportunidades y salarios más elevados que los promedios en Europa a un enorme flujo de inmigrantes; en términos relativos, parejo al recibido por los Estados Unidos.

El golpe de Estado de 1943 y el posterior ascenso de Perón a la Presidencia en 1946 acabaron con ese modelo para imponer una mezcla de bonapartismo y fascismo, caracterizado por la destrucción de las instituciones de la democracia liberal, por el control de la economía y de la sociedad por el Estado, por la autarquía y por la represión de las fuerzas opositoras. En paralelo, el peronismo aplicó siempre una táctica habitual de las dictaduras, buscar la cohesión nacional y social a través de la creación de un enemigo externo sobre el cual cargar la responsabilidad de todos los males. Esos rasgos fundamentales, adaptados a los tiempos, han sido y son el fundamento del movimiento justicialista; la excepción, con sus aciertos y numerosos errores fue la Presidencia de Menem.

Milei se ha definido como un anarco capitalista teórico, cuya comprensión de las restricciones de la realidad le convierte, según ha declarado él mismo, en un liberal clásico. Su estilo oratorio y la estrategia de confrontación empleada frente a sus rivales han sido calificados de populistas. Ahora bien, sus propuestas no lo son. Están sustentadas en las ideas de campeones de la libertad como Mises, Hayek o Friedman, por ejemplo, cuyo pensamiento no sólo está en las antípodas del populismo, sino es por definición anti populista. La confusión interesada del fondo con la formas para situar al adversario en un terreno propicio para desacreditarle es tan viejo como la política.   

Nada de eso tiene que ver con el populismo abanderado por todas o, muchas, de las formaciones de la llamada “nueva derecha” que han emergido a lo largo de las últimas dos décadas en todo el mundo

Si se analizan las principales reformas planteadas por Milei, cualquier acusación de populismo se derrumba. La restauración del Estado de Derecho, de la división de poderes, la garantía de los derechos de propiedad y la santidad de los contratos; la eliminación de todo el sistema de subsidios que han encerrado a los argentinos en una trampa de pobreza subvencionada; la dolarización de la economía para conseguir la estabilidad monetaria y acabar con la inflación; la liberalización de los mercados de bienes, de servicios y el laboral; la reducción drástica del gasto público para reducir el déficit y alcanzar el equilibrio presupuestario; la apuesta por el libre comercio etc. etc etc. Nada de eso tiene que ver con el populismo abanderado por todas o, muchas, de las formaciones de la llamada “nueva derecha” que han emergido a lo largo de las últimas dos décadas en todo el mundo.

Por otra parte, la victoria de Milei es una magnifica noticia en un continente, el Hispanoamericano, en el cual la izquierda revolucionaria e iliberal se ha hecho con el poder en la mayoría de los Estados. En este contexto, la debacle peronista, el triunfo de un candidato absolutamente contrario a lo representado a esa gauche carnivora, aliada de los regímenes más execrables del planeta, es una esperanza para los defensores de la libertad en la región. Una Argentina convertida en baluarte de la democracia liberal puede ser un poderoso contrapeso a los gobierno autoritarios y totalitarios existentes en Latam.

Sin duda, la puesta en marcha de una revolución liberal en la Argentina no es una tarea fácil. La resistencia al cambio será dura. Ahora bien, Milei ha recibido un evidente y nítido mandato de reforma radical por parte de la sociedad argentina. Ha ganado con un margen sobre Massa superior a 10 puntos y mayor del obtenido por Macri cuando derrotó a Scioli en 2015. Ahora, todo depende de él y deberá mostrar que las dudas sobre su mercurial personalidad se disuelven ante su visión de estadista y su capacidad de configurar una mayoría en el Congreso que facilite su acción de Gobierno. El peronismo no está muerto. Ha sufrido un descalabro histórico y, por vez primera, a manos de un candidato que ha expresado de manera clara su deseo de romper con lo que él representa. 

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