Opinión

Un Goya al aburrimiento

Sólo atraviesan la historia aquellos discursos que se escriben desde lo más íntimo y que se quedan flotando en el aire

  • El fiasco anual de una ceremonia púmbea -

Cuando hace casi un año -allá por el mes de abril- di a luz a mi hijo, parí también un nuevo vicio o una nueva costumbre: la de observar a todas las madres con las que me cruzo a diario en la calle.

A menudo, al caminar deprisa hacia alguna o ninguna parte sosteniendo con las manos el carrito desde el que mi hijo analiza el mundo, tropiezo con madres que bostezan mientras empujan el coche de su bebé sin poder camuflar el cansancio acumulado de tantas noches en vela. Veo a madres en chándal y zapatillas, con ropa y calzado cómodo y sin gota de un maquillaje que disfrace una piel fatigada o unas ojeras tan moradas como los campos de lavanda en flor. Veo a madres vestidas “de oficina”, contando en un parque las gotas de agua que saltan del charco en el que sus hijos bailan después del colegio. Veo alguna también paseando de la mano de su pequeño con la barbilla alta y los ojos cerrados tratando de atrapar la escasa luz de invierno que golpea en sus mofletes como si sólo eso pudiera alimentarla. A menudo, en la velocidad de las mañanas, me detengo a admirar a todas las madres obligadas a dejar en la guardería, en otros brazos, a niños que han estado aún más tiempo dentro de ellas que fuera. Mujeres que franquean la puerta disparadas para llegar al trabajo o a una casa en la que seguir trabajando.

Se empeñan muchos artistas -de un tiempo a esta parte- en convertir este show en lo que no es al aprovechar su eco para resarcirse en lo político y en lo social, para soltar todo tipo de soflamas y pedir imposibles

Algo o mucho tendrán todas ellas para no ser sólo mi objetivo, sino también el de los discursos más conmovedores en estos días en los que los premios a la cinematografía se reparten como chucherías. Pongamos como ejemplo las aplaudidísimas palabras de un emocionado Eduard Solá en la recién celebrada gala de los Goya. El guionista consiguió lo que pocos premiados en esa soporífera ceremonia: que la mirada de los asistentes se tornara brillante como el cristal al decir que él y su generación son “hijos de una multitud de súper madres (…) Mujeres a las que se les exigió trabajar fuera de casa sin desprenderse del trabajo dentro de ella”. Una oda a las súper madres que no tardó en hacerse viral. También cruzó el charco esta semana a través de la red el texto que Angelina Jolie le dedicó a la suya al recibir el máximo galardón del Festival Internacional de Santa Bárbara. “Pienso en mi madre. Ella tuvo que renunciar a sus sueños de una vida creativa, pero ella abrazó ese lado mío. Mi madre escribía cartas a mis personajes (…) Durante los últimos dieciséis años, no he tenido esas cartas (…) Yo no sería absolutamente nada sin su amor”. El video con su intervención me lo envió precisamente la mía, el lunes, cuando yo todavía dormía. También ha llegado a un sinfín de teléfonos, periódicos y revistas la romántica declaración que, con el cabezón a Mejor actor de Reparto en mano, le profesó Salva Reina a su novia, la también actriz Kira Miró.

Incapaces de emocionar

Sólo atraviesan la historia aquellos discursos que se escriben desde lo más íntimo y que se quedan flotando en el aire; aquellos que producen algo, un sentimiento por muy minúsculo que sea; aquellos que -con San Valentín y sin él- destilan amor como el whisky alcohol. Pero, cuántos hubo en esa aburridísima gala del pasado sábado que no rozaron el micrófono ni alcanzaron si quiera el suelo del escenario del Palacio de Congresos de Granada. Cuántos hubo que jamás nadie recordará salvo su autor. Se empeñan muchos artistas -de un tiempo a esta parte- en convertir este show en lo que no es al aprovechar su eco para resarcirse en lo político y en lo social, para soltar todo tipo de soflamas y pedir imposibles. Se olvidan de que hay miles y miles de espectadores en casa -un 24,4% de share- deseando conmoverse hasta el tuétano con unos agradecimientos que deberían ser más de piel y no tanto de hueso. Claro que está bien que se hable de Palestina, de la vivienda, de la inmigración, de tantas guerras abiertas, hasta de la situación del Congo… sin embargo, todos esos asuntos ya tienen -pienso yo- su propio púlpito desde el que ser predicados.

El caso es que, en mi condición de madre a la que no le sobra el tiempo, tengo que seleccionar con tino lo que veo o no veo en televisión y lo cierto es que me equivoqué de pleno al pinchar la ceremonia de los Goya. Vaya coñazo con momento de empate histórico incluido. No es que me sorprenda, la verdad. Pero, me resulta curioso cómo muchos de los técnicos, directores, guionistas, iluminadores, actrices, actores y demás premiados precisamente por hacer fantasear con su trabajo a millones de personas, no sean capaces de emocionar cuando de mostrar su yo verdadero se trata. Quizá es que muerto el personaje, muerta la magia.

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