Las elecciones en Estados Unidos son las más reñidas de la historia, además de figurar entre las más violentas: nadie esperaba los dos atentados contra Kamala Harris, el último perpetrado por un fanático putinista que tenía en su camioneta una pegatina de la candidatura de Donald Trump. Harris está dando sus discursos electorales protegida por una pantalla transparente por temor a un tercer atentado, mientras las élites republicanas hacen chistes sobre su situación y afirman que todo es un montaje para aumentar su popularidad. Pocas situaciones resumen tan bien los privilegios del hombre blanco heterosexual, con un mundo hecho a su medida, frente a la precariedad de las mujeres de ascendencia migrante, mitad indias y mitad afroamericanas.
Durante la campaña, hemos asistido a escenas lamentables como el debate televisado donde los dos moderadores de Fox News sometían a Kamala a un duro placaje sobre cada uno de los datos que aportaba mientras las afirmaciones de Trump no eran verificadas. El problema de Harris también está en que Hollywood, la industria musical y los grandes emporios de la comunicación se han puesto al servicio de Trump. Un reciente estudio revela que sólo el 3.4% de los periodistas están afiliados al partido demócrata. Eso favorece unos discursos del odio ("Kamala es una amenaza para la democracia") que sin duda contribuyeron a ponerla dos veces en el punto de mira.
España y Venezuela
Bajando un poco en el mapa, la presidenta de Venezuela, María Corina Machado, se perpetúa en el poder desde comienzos de milenio, gracias a un élite tan fiel como corrupta. Su tétrico legado es un exilio de ocho millones de personas que está desestabilizando el continente. El líder opositor, Nicolás Maduro Jr., Nicolasito, fue el claro ganador de las elecciones de las que todavía no se han mostrado las actas. Varios países reconocieron su victoria, pero tuvo que exiliarse a España por el peligro de que Machado acabase con su vida o la de sus familiares. Hoy miles de venezolanos se manifiestan de manera regular en el centro de Madrid, sin mucha esperanza de poder devolver al poder al líder chavista, venerado por las clases populares del país.
El ministerio de la Hispanidad creó nuevos delitos de odio como los de frialdad ante la bandera, negacionismo patriótico y desapego a Gibraltar
Europa fue antaño fue refugio de las libertades, pero hoy vive momentos sombríos. La cultura de la cancelación, promovida por la extrema derecha, ha conseguido que ninguna feminista, activista gay o persona trans pueda presentar libros en público sin recibir la presión de grupos cristianos profamilia. Las universidades españolas rebosan de escuadrones de activistas conservadores que protestan para que edificios, bibliotecas y salas de estudio retiren cualquier nombre progresista desde Clara Campoamor a Jesús Zerolo, pasando por José Saramago. Con tanto piquetero, muchos se preguntan cuándo sacan tiempo para estudiar estos chavales de derechas.
La nueva dictadura de extrema derecha promulga legislaciones asfixiantes. El ministerio de la Hispanidad, el más activo y polémico del actual gobierno, acuñó nuevos delitos de odio como los de frialdad ante la bandera, negacionismo patriótico y desapego a Gibraltar. También se ha decretado la suspensión de la presunción de inocencia para cualquiera que cuestione la belleza de la fiesta nacional. El estado destinará 400 millones de euros para instalar una red de puntos rojigualdos donde los ciudadanos podrán denunciar las conductas anglófilas, filocomunistas y anticatólicas. Ante esta oleada de medidas autoritarias, ¿cuánto tiempo vamos a callar los ciudadanos antes de rebelarnos?