Para un país en el momento histórico por el que atraviesa España, necesitado de liderazgos capaces de empuñar el timón del cambio, la presencia en Moncloa de un conservador de provincias sin el menor carisma es sencillamente una desgracia. Es la paradoja española: la gran empresa quiere el cambio porque sabe que hay que insuflar aire fresco al sistema moribundo; quien no parece quererlo es la clase política.

La escasa o nula colaboración que hasta ahora han ofrecido los presidentes de los grandes bancos al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para contribuir a anticipar las tormentas financieras y proteger así al Estado y a las empresas españolas más internacionalizadas, ha llevado al Gobierno a pedirles que estrechen sus relaciones con los servicios secretos y también a reconsiderar la dependencia orgánica de la unidad de Vigilancia Económica que viene operando en el propio CNI desde hace tres años.