Hace unos días, en una entrevista publicada en el diario El País, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique dio por zanjada la polémica. "Hay algunos que quieren todos los premios para ellos... ¡que se jodan!", dijo el autor de Un mundo para Julius al referirse a la reciente polémica sobre el desacuerdo de muchos escritores con la decisión de la Feria del Libro de Guadalajara de entregarle su máximo galardón -de mucho prestigio en el mundo literario- a un autor sobre quien todavía pesa el tufillo del plagio por el que fuera señalado, en 2009.
Y ahí quedó el asunto, del que no volvió a decir palabra, ni siquiera en la rueda de prensa que dio ayer en Barcelona para presentar su novela Dándole pena a la tristeza, en la que relata los avatares de una acaudalada familia limeña. Aunque ya tenía la tenía desde hace más de cuatro décadas en su cabeza, admite el escritor que no fue hasta el año pasado, cuando fue a la península de La Punta, un lugar de 4.000 habitantes, descendientes de ligures italianos, donde veraneaba con su abuelo de pequeño, cuando afrontó el proyecto.
Muchas novelas se interpusieron entre este proyecto y este libro, de textura autobiográfica, como casi todas sus historias. Todo comenzó, dice Bryce, un día de hace más de cuarenta años, cuando fue a visitar a su vieja nana, llamada Mama Rosa, en Lima, y al preguntarle cómo se encontraba, ésta le respondió: "Aquí, Alfredito, dándole pena a la tristeza". "Y yo me dije aquí hay una novela, pero la retuve muchos años porque tenía otros temas como el de Europa, que se había metido en mi literatura".
Aunque se trata de un personaje totalmente inventado y que nada tiene que ver con su abuelo, fundador del Banco Internacional del Perú, Bryce ha desvelado que algunos de los capítulos de la obra están basados en familiares suyos ya fallecidos, algunos excéntricos, como una prima beata que acabó en un circo, muriendo en extrañas circunstancias cuando se dirigía a Panamá u otro sobre un pariente que tuvo relaciones con Ava Gardner.
A su juicio, tras leer muchas obras relacionadas con la historia del Perú o tener en cuenta otras novelas sobre familias como El Gatopardo, Los Buddenbrook o Bearn, lo que queda claro es que "las grandes familias duran tres generaciones. Hay uno que las funda, otros que consolidan la fortuna y luego llega la tercera generación que lo despilfarra todo". Su familia, entiende Bryce, "cumple todos los requisitos de las familias que van de más a menos".
En estas páginas, por tanto, aunque haya muchos personajes de ficción aparecen otros que tienen su misma sangre, desde la beata Teresa a Marcos Porras Echenique, "uno que nunca hizo nada en la vida" y al que el escritor dedicó el siguiente epitafio cuando murió: "Aquí sigue descansando Marcos Porras".Otra personalidad que marcó al escritor fue la de su progenitor, un hombre que acabó sus días sin apenas hablar con sus semejantes, a no ser que hubiera ingerido una buena cantidad de güisqui, aunque cada mañana podía escucharlo cantar en la ducha.
A pesar de que cuenta la historia de una familia en decadencia, el libro no rehuye el sentido del humor y la ironía. "Creo que las familias muy decadentes tienen una gran autoironía, se ríen mucho de sí mismas. En mi familia, por ejemplo, había mucha alegría, el único que no concordaba era mi padre con sus silencios", dijo el peruano quien, a pesar de su buena disposición para la risa no bromeó, en cambio, ni emitió palabra alguna sobre el tan cacareado Premio FIL, que no salió a colación ni una sola vez.
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