Opinión

Un juez en la Moncloa

Lo mismo Peinado se encuentra la puerta cerrada y las persianas bajadas… Y lo único que puede hacer al juez es ponerlo en conocimiento de la fiscalía

  • Pedro Sánchez en Moncloa. -

El juez Juan Carlos Peinado no apunta en absoluto maneras de desgarbado hidalgo presto a empuñar una lanza contra inalcanzables molinos, pero de él últimamente se ha dicho y se ha escrito casi de todo. Incluido lo de adalid de la máquina del fango. Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es la sobreactuación y estado de alarma declarado en las filas del PSOE tras el inicio de la instrucción, a pesar de que ya sabemos lo regular que le sienta cualquier tipo de investigación a los suyos. Lo que ocurre es que tanto grito desaforado y lastimera maniobra recuerdan a aquella frase atribuida “falsamente” a un fragmento de la obra de Cervantes: “Ladran, luego cabalgamos”.

En este sentido, la jauría de la que acusa el propio ministro de Justicia a quienes no defienden la honorabilidad de la mujer del César, a quien realmente persigue es al propio juez, que ofende con su trabajo y tiene la aparente manía de terminar lo que empieza: repito, una investigación. Y ahí, señores, creo que estarán de acuerdo en que Sánchez se encuentra lo suficientemente arropado por los correspondientes abogados para que, si así corresponde, demuestren en el tribunal que las aspas del molino son lisas y están limpias, a pesar de lo que hasta ahora dicen las pruebas con las que Peinado trabaja. O, al menos, lo intenta.

Época de arrebato y paroxismo. Hasta límites hace tiempo traspasados.

Porque al PSOE no le cabe en la cabeza lo mal que últimamente se llevan con determinados jueces, ¡ya es mala suerte! O mala leche. Ah, no, perdón, es persecución, según denuncia el PSOE de Sánchez a voz en grito y machaconamente. Desde aquellos retrógrados que se cargaron la impecable ley de la ex ministra Irene Montero, pasando por los del Supremo y su erre que erre con la amnistía… Y, ahora, va y les sale un instructor setentón de Plaza de Castilla empeñado en investigar los negocios de una señora que, ¡Dios santo! no es cualquier señora. ¿Acaso nadie le ha dicho a Peinado que es la mujer del presidente?

Había que actuar de inmediato

No hacía falta, pero se lo dicen, claro que se lo dicen… A cada momento, no vaya a ser que se le olvide. Es más, después de que un pedacito de la causa se la llevara Europa - ¿acusamos también a la UE de jauría? - y, a la vez, la Audiencia Provincial le haya hecho un mapa para que no se salga de lo que puede investigar, creo que el juez lo tiene clarísimo. ¿Ven cómo no había caso?, clamaron raudos y aliviados desde Moncloa, sin esperar ni por asomo que ese gris funcionario siguiera intentando desentrañar el contenido de la querella que, por reparto, cayó un buen o mal día en su mesa. Tan lejos (aún) del Constitucional… Había que actuar de inmediato y lo primero era que esa señora tan importante no hiciera su entrada en Plaza de Castilla a la vista de todos. Error, porque torres mucho mal altas que ella han cumplido con su deber de acudir a un tribunal cuando el correspondiente juez les ha llamado y, muy al contrario que Begoña Gómez, con su aparición aprovecharon para lanzar su mensaje de que van tranquilos, con la cabeza erguida, porque nada han de temer. Que se lo digan a Donald Trump y, más recientemente, al propio Joe Biden, que acompañó como padre a su hijo Hunter antes de entrar en la sala donde, él sí, iba a sentarse ya en el banquillo de los acusados.

El rol de damisela en apuros

¿Por qué no Begoña Gómez? Y no me digan que por un tema de seguridad… Seamos serios. Después de darle varias vueltas, cuesta ver algo distinto a un desmesurado privilegio de carácter personal, que, por otra parte, nos da una cierta perspectiva de lo poderosamente importante y distinta a todos que ha creído ser. Claro, que tampoco es tan raro que lo crea si finalmente se demuestra que es cierto que estaba acostumbrada a que, presuntamente, fuera lo más normal del mundo presidir una cátedra en la Complutense sin ser licenciada en nada, organizar cursos sobre captación de fondos ¡públicos! mientras su marido es presidente y programar reuniones de negocios en el mismísimo palacio de La Moncloa. ¡Como no se lo iba a creer! Igual que, en un principio, se creyó intocable. De hecho, su marido dejó sus funciones varios días para reflexionar cuando los rumores que la apuntaban se convirtieron en instrucción judicial. Eso es para sentirse especial, no me cabe duda, aunque personalmente me chirrió sobremanera que una progresista defensora del derrocamiento del patriarcado, permitiera – quizás incluso exigiera - que un hombre, aunque sea el suyo o precisamente por ello, acudiera al rescate de una mujer en apariencia independiente y emprendedora. Eligió, en cambio, el rol de damisela en apuros. Escuálida imagen, como poco.

Se me ocurrió preguntar sobre tan paradójica situación a un votante de Pedro Sánchez, quien, convencido, me explicó que los jueces son un colectivo “tradicionalmente muy de derechas”

No obstante, en este caso concreto, lo del mundo al revés está más exagerado que nunca. Todo vale. Así, de pronto, ocultarse en el interior de un vehículo para entrar en un juzgado se pintó de irrefutable indicio de que quien se esconde está siendo perseguido y acogerse al derecho a no declarar, en muestra de que uno no tiene nada que esconder… Perpleja, llegué a pensar que por el camino me había saltado algún dato de relevancia y se me ocurrió preguntar sobre tan paradójica situación a un votante de Pedro Sánchez, quien, convencido, me explicó que los jueces son un colectivo “tradicionalmente muy de derechas”. Tal cual, como si el tiempo no hubiera pasado desde el 78.

Para no perder definitivamente pie en la deriva política que divide a este país en fachosfera o sanchosfera, volví entonces a recurrir a mi personal moviola, a ver si ocurría igual que cuando lo hice hace unos días con los ERE. ¿Funcionaría también aquí y, de paso, a propósito también de la citación de Sánchez como testigo? De modo que, mientras se destripaba el artículo 412 de la LECR y se daba mil vueltas a la carta – sí, otra, le ha cogido el gustillo - que tan especial testigo dirigió directamente al juez, puse en marcha la maldita memoria. No había que rebobinar demasiado… 2018. Allí estaba funcionando, a pleno rendimiento pero aún sin patentar, eso que ahora llaman máquina del fango. ¿Recuerdan? Sí, ya sé que sí. Moción de censura. Ya entonces, consumada la misma, las preguntas que surgían ponían en evidencia la incoherencia del flamante presidente Sánchez y de sus poco fiables aliados.

Este jueves, la Comisión europea en su informe sobre el Estado de Derecho de los países de la UE correspondiente a 2024, nos daba un tirón de orejas que avergonzaría a cualquier líder verdaderamente democrático

¿Por qué quienes en 2018 criticaban la judicialización del esperpéntico órdago catalán justificaban la moción de censura al Gobierno en una sentencia que ni siquiera era firme y con un demoledor voto particular? Daba pudor ver cómo los socialistas y sus aliados se habían armado con una sentencia de la que habían subrayado un puñado de frases extraídas de un oceánico contexto de 1.687 páginas. Frases que no constituían hechos ni fundamentos de derecho, únicamente “literatura” impuesta por la “inspirada” pluma del magistrado de reconocida y radical carga ideológica progresista, José Ricardo de Prada Solaesa, que apoyó públicamente a Baltasar Garzón cuando fue condenado por prevaricación en el marco del caso Gürtel y andaba empeñado, desde el principio, en dejar escritas para la posteridad frases que, simplemente, pretendían llevar a donde se quería que llevasen. A ganar al PP en boxes, con teatrillo del bueno, dejarlo en la cuneta. Y Rajoy mordió el polvo, perdió en todas las canchas. Sin embargo, los jueces en aquel momento eran buenos… para los propósitos de un presidente, que desde el principio entendió que si uno toca la fibra popular, se alía con quien sea y a costa de lo que sea, repitiendo el mismo falso soniquete, tampoco es “tan importante” lo que dictaminen las urnas.

El problema es que sí importa cuando hablamos de un Estado de Derecho.

"Peligrosos extremistas"

Este jueves, la Comisión europea en su informe sobre el Estado de Derecho de los países de la UE correspondiente a 2024, nos daba un tirón de orejas que avergonzaría a cualquier líder verdaderamente democrático. En este sentido, por si alguien necesita consolarse, no estamos solos en la lista de pésimas calificaciones democráticas: la Hungría de Orban, la Italia de Meloni y la Eslovaquia de Robert Fico, todos ellos considerados peligrosos extremistas, también suspenden. Igualito que el progresista gobierno de Sánchez.

En nuestro caso, escandalizada, la Comisión advertía de la inadmisibilidad de los ataques públicos del ejecutivo y sus secuaces contra los jueces, así como de la peligrosa inclinación de una fiscalía al servicio no de la justicia, sino del poder. En cualquier caso, que lo diga Europa tampoco le va a quitar el sueño a ninguno de los citados. Y a Sánchez, miembro por méritos propios del club, mucho menos. Bastante tiene aquí haciendo frente a las amenazas de Puigdemont, ese sí que le da miedo porque es el único que le tiene de verdad tomadas las hechuras, como para ponerse a recibir a un juez en su despacho para que le tome declaración y responda a sus preguntas, así como a las de las partes personadas.

Abogado y fiscal, de la mano

Ya si eso, por escrito, le dijo ayer al juez, en modo didáctico: ¡Ay, Peinado, a ver si te centras! Y si lo de “inescindible” ya dejaba de piedra por sus posibles consecuencias en la línea de defensa, al final aquello que quitaba la respiración era leerle asegurando que lo que quería era colaborar con la justicia, al mismo tiempo que su abogado y la fiscalía presentaban sendos recursos contra su citación como testigo. Se espera, de momento, que el juez vaya a Moncloa con los querellantes, pero cualquiera sabe. Lo mismo se encuentran la puerta cerrada y las persianas bajadas… Y lo único que puede hacer al juez es ponerlo en conocimiento de la fiscalía. Sin comentarios.

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