Cultura

Rafa Nadal y la lección de una raqueta rota: Asumir la culpa para cambiarlo todo

Su marcha del tenis, anunciada este jueves, es una gran oportunidad para reflexionar sobre la educación y sus consecuencias

Rafa Nadal ha sido y será un modelo de superación personal, un gran deportista y un modelo a seguir por los más jóvenes, al ser una persona que ha sabido reconocer su vulnerabilidad y superarla. Su marcha del tenis, anunciada este jueves, es una gran oportunidad para reflexionar sobre la educación y sus consecuencias, ya que, lo que siempre se ha hecho en este sector no tiene porque ser lo mejor ni lo contrario, lo nuevo no tiene porque ser lo bueno, como dice Luri. Por eso es un buen momento para que nos paremos y pensemos… ¿Para qué educa nuestra sociedad, para el éxito o para el fracaso? ¿Qué queremos los padres de nuestros hijos? ¿Hacia dónde va nuestra sociedad? 

José Antonio Alcázar Cano, pedagogo, escritor, profesor y consultor de Identitas, lleva años pregonando una verdad fundamental sobre cómo educamos, más por lo que somos, que por lo que hacemos o decimos. Es decir, vaya por delante nuestro ejemplo, nuestra coherencia. Lo que educamos lo tenemos que vivir, si es que queremos transmitir. 

Estoy tan acostumbrado a tener la culpa yo que para nada hubiera imaginado que era la raqueta la que me hacía perder

Educación en el fracaso

Una idea muy anidada en educación en nuestra civilización es la imagen del triunfador como alguien que consigue el éxito fácilmente y sin esfuerzo, cuando lo normal es lo contrario. Bastaría preguntar fuera del ámbito escolar a deportistas de élite como Cristiano o Messi si han acertado o fallado más goles a lo largo de su vida. Igual habría que  preguntar a Nadal, Alcaraz cómo llegan a alcanzar ese nivel de concentración para no salirse del partido y ganar, o cómo remontan si se han ido. Digamos que, estos deportistas insensibles al desaliento, son casos de superación personal, de intolerancia a la frustración, que podemos resumir su trayectoria, diciendo que han aprendido a superarse en los momentos difíciles. 

Rafa Nadal, suele decir que no cree que las cosas cambien por sí solas, sino que uno las tiene que hacer cambiar. Tan marcada tiene esta idea que en un torneo en Tarrasa, cuando tenía 15 años, estaba perdiendo y no sabía por qué. Un amigo de su tío Toni le dijo que estaba jugando con la raqueta rota. Cuando cambió de raqueta empezó a remontar. Pero aún así no ganó. Después del partido, su tío le preguntó cómo no era capaz de darse cuenta de que tenía la raqueta rota, después de tantos años jugando, él le contestó:  “Estoy tan acostumbrado a tener la culpa yo que para nada hubiera imaginado que era la raqueta la que me hacía perder”.

Sin embargo, a nuestros hijos les alabamos y elogiamos, pero en muchos casos no les ayudamos a rebasar las “cuestas arriba”. Para lo que sí que educamos en una gran mayoría de los casos, es a protegerse de su error, porque los vemos como nuestros y porque un hijo es un hijo. Les motivamos con frases del tipo “eres el mejor”, cuando en realidad los fracasos son habituales en nuestras vidas, porque estamos en un proceso de aprendizaje. Son escalones, compañeros y aliados diarios de la vida para crecer como personas. La pregunta es ¿por qué no educamos para asumir el fracaso, en la fragilidad, en la vulnerabilidad? 

Educar para el fracaso es diferente al fracaso escolar. Lo primero busca el autoconocimiento y generar una cultura del esfuerzo y de superación, en cambio lo segundo es lo contrario: fruto de la falta de autoconocimiento y de esfuerzo,  no se  superan unos mínimos, y cosechamos un fracaso previsible. Es decir, no es lo mismo no aceptar la limitación que no poner los  medios para superarla.

Decía el pedagogo español Tomás Alvira, que la educación consiste en ayudar a crecer al educando. Y esta es tarea es tanto del padre como de la madre, como de  todos los que participan subsidiariamente de esta potestad de los progenitores como familiares o profesores. Y esta disposición a crecer supone ayudar a reconocer y aceptar su finitud, su limitación y sus defectos, y por otro lado a potenciar sus cualidades.

La limitación o finitud tenemos que reconocerla primero en nosotros, los que educamos, ya que podemos encontrar en nuestras vidas la facilidad para caer en las adicciones digitales (juegos, pornografía, RRSS...), defectos arraigados -y que sin querer inculcamos-, en nuestra incapacidad para la escucha… Pero a la vez asumimos y ponemos los medios para ir mejorando o mitigando los efectos secundarios de nuestras limitaciones, tenemos la obligación moral de educar. 
El intelectual noruego y prelado de Trondheim, Erik Varden, nos muestra cuál es la “prueba del algodón” para saber si cada vez somos mejores personas y mejores educadores: «Cuanto más pasa el tiempo, más convencido estoy de que para saber si alguien está adquiriendo sabiduría… hay que ver si es capaz de vivir en paz siendo vulnerable». Es decir, madurar es identificar nuestra fragilidad humana, aceptarla y como consecuencia alcanzaremos la serenidad.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Dona ahora Vozpópuli