Opinión

Bye Biden, ¿hola Kamala?

El actual presidente no estaba en condiciones de presentarse. No está a la altura de lo que debe exigirse a un presidente

  • Joe Biden -

Si hay algo que caracteriza a los demócratas es que, cuando ven en peligro la Casa Blanca, reaccionan de forma implacable y con una proverbial sangre fría. No siempre estas operaciones les salen bien, pero en ocasiones gracias a eso han conseguido retener el poder o conquistarlo contra pronóstico. Las elecciones de este año las encaraban hace sólo unos meses con optimismo. Biden no se encontraba en su mejor momento, pero frente a ellos Trump acumulaba los enredos legales y se empeñaba en ponerse a sí mismo obstáculos sobre la marcha. No sería pan comido reeditar la victoria de 2020, pero era algo factible con lo que todos contaban.

Pero esos cálculos no sirven de nada a nueve o diez meses vista cuando el candidato está en las pésimas condiciones de Biden, un anciano con problemas de movilidad y a quien se le atragantan las ideas cuando pretende vocalizarlas. En la hora y media del angustioso debate del pasado 27 de junio quedó de manifiesto la magnitud de las dificultades de expresión. Todo el mundo pudo verlo. Esa era la señal. Con ese caballo tenían perdida la carrera y todos lo sabían, más aún después del intento de asesinato de Donald Trump hace poco más de una semana.

Las encuestas se torcieron de forma irremisible y lo peor estaba por llegar con la convención republicana de Milwaukee para la que Trump tenía reservada el as de su compañero de fórmula, J.D. Vance, un hombre joven, culto y de origen humilde. El modo en el que los republicanos escenificaron la unidad del partido, el todos a favor de Trump pase lo que pase, puso de los nervios a toda la cúpula del partido demócrata. Sólo tenían ante sí dos opciones. La primera dejar que el ganador de las primarias, que no es otro que Biden, llegue a la convención demócrata y sea nominado oficialmente. La segunda, presionar para que Biden se hiciese a un lado y luego arreglasen el entuerto in extremis en el mes que queda hasta la convención demócrata que se celebrará en Chicago del 19 al 22 de agosto.

Primero fueron algunos representantes a los que se sumaron unos cuantos senadores, luego la prensa afín al partido en pleno, los artistas e intelectuales más significados y, de remate final, las vacas sagradas como Nancy Pelosi o Barack Obama

Lo primero era suicida, un pasaporte directo a la derrota que abriría una crisis que puede durar muchos años. La historia nos dice que cuando se obcecan en un mal candidato y como consecuencia los demócratas pierden la presidencia, lo hacen para muchos años. Temen, con razón, que a Trump le suceda Vance y que, a poco que les vayan bien las cosas, no se despidan del poder hasta 2036. Ese es el error que no quieren cometer, por eso desde hace días iba creciendo el número de voces dentro del partido que de forma cortés pero imperativa pedían al presidente que se apartase. Primero fueron algunos representantes a los que se sumaron unos cuantos senadores, luego la prensa afín al partido en pleno, los artistas e intelectuales más significados y, de remate final, las vacas sagradas como Nancy Pelosi o Barack Obama que, sin llegar a pedir la renuncia abiertamente, la insinuó filtrando a la prensa su preocupación sobre si su antiguo vicepresidente está en condiciones de seguir adelante.

El viernes pasado, Biden era ya un cadáver político y tanto él como todo su equipo de confianza estaban al tanto de ello. Descubrieron que la cúpula del partido les apoyaba mientras creyeran que Biden podía ganar de nuevo. Sin victoria a la vista, eran todos prescindibles, empezando por el propio Biden. Como a aquellos senadores romanos a quienes el emperador les obligaba a suicidarse, a Biden todo lo más que le han dejado ha sido algo de tiempo para anunciarlo y la elección del medio. Ha querido hacerlo con una fría y breve carta que subió a las redes sociales el domingo dejando para esta semana los detalles de una operación que, por inédita, desconocemos como se desarrollará.

Kamala puede, eso sí, exigir que se la tenga en cuenta en tanto que es la segunda de a bordo desde hace cuatro años. Su puesto sólo se justifica para sustituir al jefe en el caso de que muera o quede incapacitado

Nunca un vencedor de las primarias había renunciado antes de la nominación por lo que el sucesor es una incógnita. Podría ser Kamala Harris tal y como ha pedido Biden, pero sólo si estiman que tiene posibilidades reales de derrotar a Trump. La vicepresidenta puede, eso sí, exigir que se la tenga en cuenta en tanto que es la segunda de a bordo desde hace cuatro años. Su puesto sólo se justifica para sustituir al jefe en el caso de que muera o quede incapacitado. No ha sucedido ninguna de las dos cosas, pero la carta de renuncia es muy parecida a una confesión de incapacidad.

Pero, al margen de los cálculos políticos de los líderes demócratas el hecho innegable es que Biden no estaba en condiciones de presentarse. No está a la altura de lo que debe exigirse a un presidente. No es ya que era poco probable que ganase las presidenciales y, con ello, arrastraría hacia abajo a los candidatos demócratas en las legislativas, es que difícilmente acabaría el mandato porque todo indica que sus problemas de salud no harán más que agravarse en los años venideros.

Para los republicanos es, sin embargo, una mala noticia. Corrían una competición sin adversario y ahora lo tendrán. Los demócratas, sus donantes y toda la prensa que apoya al partido se unirán en torno al sucesor y podrán presentarlo como una renovación necesaria. La cuestión es saber quién será finalmente el candidato. De lo que podemos estar seguros es de que el día que lo hagan público las encuestas internas ya habrán hablado. La victoria no la tienen ni mucho menos garantizada, pero al menos habrá carrera hasta el último día.

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