Opinión

Los sitios de Madrid

Vivir en el centro de Madrid tiene una ventaja muy grande si eres creyente: tienes el cielo prácticamente ganado. Ejercitas como nadie las virtudes de la paciencia y la resignación, porque prácticamente todo lo que sucede, todas las “congregaciones de

  • Celebración en Cibeles de la Champions

Vivir en el centro de Madrid tiene una ventaja muy grande si eres creyente: tienes el cielo prácticamente ganado. Ejercitas como nadie las virtudes de la paciencia y la resignación, porque prácticamente todo lo que sucede, todas las “congregaciones de muchedumbre”, que decía el rey Fernando VI ya en 1751, ocurren en la Gran Vía. O entre la Gran Vía y Cibeles. Es lo mismo.

Acaba de ganar el Real Madrid su decimoquinta Liga de Campeones o Champions League, de soltera Copa de Europa. A mí no me gusta el fútbol pero me parece muy bien, me alegro mucho por ellos. Y ya ni me molesto en preguntar –resignación, resignación– cómo puede ser que el triunfo futbolístico haga materialmente imposible circular por mi calle, y por las calles vecinas, durante casi tres días. ¿Es un acontecimiento histórico, trascendental, irrepetible? Pues hombre, hay que admitir que no lo es. Ya no. En lo que va de siglo, que tampoco es tanto, ha sucedido nueve veces.

Yo salía de trabajar aquel miércoles, 20 de mayo de 1998. El periódico estaba entonces muy lejos del centro, en el barrio de San Blas, así que, como todos los días, cogí mi cochecillo negro e inicié el camino a casa. Era tarde, casi las once de la noche. Cuando logré llegar aquí, a casa, prácticamente estaba amaneciendo y yo me hallaba en un estado de pánico próximo al ataque de ansiedad. Desde los primeros minutos del trayecto empecé a ver gavillas de gente alborotada que corría las calles; coreaban todos, con grandes voces y cánticos, a un santo de su devoción, Pedja Mijatovic. Esas gavillas se transformaron pronto en un gentío colosal que lo inundaba todo, todas las calles, y que desde luego impedían pasar. Hay que comprenderlo. El Real Madrid acababa de ganar La Séptima, la que don Santiago Bernabéu dijo antes de morir (en 1978) que no vería, y tenía razón: desde el anterior triunfo habían pasado 32 años.

Alguien debería darse cuenta de que el hecho de que el Real Madrid gane la Copa de Europa no es tanto una hazaña, que seguramente sí lo es, como una tradición, porque ganan prácticamente siempre

Eso es mucho tiempo. Así que entra dentro de lo comprensible que la ciudad entera se echase a la calle a festejar un éxito tan largamente esperado por miles y miles de personas. Total, que no me quejo. Fue el viaje en coche más surrealista de mi vida (y uno de los más largos), pero no me quejo porque la culpa la tuve yo, que a veces parece que vivo en otro mundo, y en realidad porque siempre me ha parecido muy hermosa la felicidad de los demás.

Pero coño, es que acaban de ganar ¡la decimoquinta! Van ocho estados de sitio más en mi calle por causa (que no por culpa, seamos generosos) de la puñetera Champions, caramba. Alguien debería darse cuenta de que el hecho de que el Real Madrid gane la Copa de Europa no es tanto una hazaña, que seguramente sí lo es, como una tradición, porque ganan prácticamente siempre. Eso me lleva, en primer lugar, a preguntarme para qué se molestan en jugar los demás, si los pobrecitos ya saben que van a perder. Y, en segundo, me permito sugerir a las autoridades que incluyan la celebración de la victoria madridista “championera” en el programa anual de festejos del Ayuntamiento, junto con las verbenas de La Paloma, las fiestas del Dos de Mayo y las de San Isidro, lo cual seguramente permitirá organizarlo todo mejor, ¿no?

Bien. Pasemos por alto lo de la Champions, que se celebra en un radio de aproximadamente 500 kilómetros cuadrados cuyo centro está en Cibeles. Pero es que, desde que yo vivo aquí, entre el Real Madrid y el Atlético han ganado dieciséis veces la Liga. Y nueve veces la Copa del Rey. ¿Y dónde se celebra todo eso? Pues en la Gran Vía, dónde si no; y si no se celebra aquí da igual, porque para ir al lugar en que se celebre (Neptuno, por ejemplo) hay que pasar por esta calle, que por supuesto cortan.

Las frecuentes maratones, medias maratones y carreras multitudinarias de toda clase y condición, o pasan por la Gran Vía o transcurren por las inmediaciones, con lo cual estamos en las mismas: tratar de pillar un taxi en domingo para acudir a una cita es jugártela, porque nunca sabes quién va a andar corriendo por ahí, a pie o en bici o en lo que sea.

Yo distingo las manifestaciones “de izquierdas”, las feministas, las animalistas y otras semejantes por la voz de una mujer de inauditas cualidades vocales a la que siempre llamo La Gritona

La Gran Vía padece una media de tres manifestaciones semanales. Es cierto que suelen convocarse en las proximidades de los fines de semana, pero nunca hay modo de saber cuándo, qué día y a qué hora, van a cortar la calle unos cientos o unos miles de personas para vocear esto o lo otro, que eso en realidad da igual. Yo distingo las manifestaciones “de izquierdas”, las feministas, las animalistas y otras semejantes por la voz de una mujer de inauditas cualidades vocales a la que siempre llamo La Gritona por motivos fáciles de adivinar: rompe los cristales a grito pelado y, si le acercan un megáfono, pues ya ni les cuento. Y no se pierde una. Está en todas.

Pero eso es lo de menos. Cuando Feijóo convoca a su hueste para poner verde a Sánchez por el motivo que sea (los motivos parecen no faltarle a este hombre), suelen reunirse en Cibeles, con lo cual cortan la Gran Vía, cómo no. Cuando Sánchez o gente de su facción hacen lo propio para poner verde a la derecha, cosa también harto común y reiterada, ¿dónde lo hacen? Pues ahí abajo, dónde lo van a hacer si no.

La megamanifestación feminista del 8 de marzo. La del Primero de Mayo. Dentro de muy pocos días llegan las maravillosas fiestas del Orgullo, que duran alrededor de una semana y en las que literalmente se sitian las calles con vallas para ordenar, en lo posible, al inmenso gentío que acude desde todo el mundo. Las procesiones semanasanteras, que tienen mucho menos éxito de crítica y público pero da igual, cortan la Gran Vía digo yo que “a título cautelar”, como se hacen tantas cosas ahora. Así vivimos todo el año. Todo el puñetero año. Lo único gordo que no sucede en la Gran Vía son los sanfermines. Todavía.

¿Y por qué no se va usted a vivir a otro sitio, tío vinagre?, dirán ustedes, no sin cierta razón. Pues miren, porque no quiero. No es que me guste quejarme, lo que me gusta es mi casa. Y mi calle. Y mi barrio. Pero sobre todo mi casa. Con todo su ruido y sus fríos invernales y sus solaneras veraniegas y sus dificultades de acceso y sus casi permanentes estados de sitio. Cuando me mudé aquí, hace muchos años, acabé tan agotado que me lo juré: “Se acabó. Esta ha sido la última mudanza. Moriré en esta cama”. Y así será.

El Tribunal Superior de Madrid ha dicho que mejor “pasamos” de historias y de suspicacias electorales: que recen, hombre, que recen, que la gente hace cosas muchísimo más raras y no protesta nadie

Pero seamos justos: hay cosas que pasan en Madrid, congregaciones humanas, que no afectan a la Gran Vía. Son pocas pero las hay. Una de ellas, que lleva ocurriendo desde finales del año pasado, es una pertinaz reunión de gente bastante mayor (he visto los vídeos) que se junta para rezar el rosario en las inmediaciones de la sede del PSOE, en la puerta de una parroquia que hay en la calle de Ferraz. Son muy poquitos pero muy animosos: muchos llevan sus banderas de España y sus símbolos de extrema derecha, y rezan, por lo visto, para la “conversión de España” a su fe y a sus principios fundamentales del movimiento, y para que a Sánchez le entren –esto me lo imagino yo, no lo sé seguro– unas hemorroides del tamaño de un chuletón. A la Junta Electoral se le ocurrió pensar que ese rosario patriotero, en la víspera de las elecciones europeas, podía no ser del todo legal, porque está clarísimo que se trata de un acto político mucho más que pura y espontánea devoción mariana.

Pero el Tribunal Superior de Madrid ha dicho que mejor “pasamos” de historias y de suspicacias electorales: que recen, hombre, que recen, que la gente hace cosas muchísimo más raras y no protesta nadie. Además, eso es lo que ellos quieren: que haya protestas para sentirse víctimas y ofendidos y sufridores de persecución por causa de la justicia, que dijo el Señor. Pero yo rogaría que alguien de buen corazón, sea quien sea, lleve allí unos cuantos reclinatorios, porque muchos de esos airados ancianos y esas señoras tan iracundas y tan embanderadas necesitan ayuda para levantarse y da mucha pena verlos arrodillarse sobre el suelo de piedra.

Pobre gente que ni siquiera alcanza para cortar la calle. Bueno, pues por lo menos que no les llueva, ¿verdad?

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