Opinión

Irene Montero y Cristina Almeida reparten carnés de mujer

El vídeo se inicia con una veinteañera feminista, megáfono en ristre, lanzando soflamas en el interior de una tienda. A su lado, un periodista se aproxima a una señora que

  • Cristina Almeida, en un programa de La Sexta -

El vídeo se inicia con una veinteañera feminista, megáfono en ristre, lanzando soflamas en el interior de una tienda. A su lado, un periodista se aproxima a una señora que ha tenido la idea de ir a la compra el 8 de marzo, el Día de la Mujer, que también es el de la escenificación de las más horrendas formas del feminismo posmoderno. El reportero acerca el micrófono a la aludida y le dice: “¿Usted va a hacer hoy la compra a su marido y eso?”. Ella responde: “Por supuesto, la mía, la de mi marido y la del que venga invitado, ¿por qué no?”. El iluminado del micrófono contesta: “Porque hay que descansar”.

No habían pasado unas horas desde su publicación cuando Antonio García Ferreras contactó en directo con Cristina Almeida, que se encontraba en una concentración en el día en que se prohibieron las manifestaciones en Madrid. La Aristóteles pacense se refirió a la presidenta de la Comunidad de Madrid en su respuesta, y lo hizo en los siguientes términos: “No, mi vida, yo te digo que si las mujeres mandásemos, a lo mejor Díaz Ayuso era capaz de ser más mujer”.

Por si esto fuera poco, los responsables de las redes sociales de Durex -conocido fabricante de preservativos-, tuvieron el pasado 5 de marzo la magnífica idea de difundir una campaña cuyo eslogan era el siguiente: “Amigo hombre, este 8-M cierra el pico”. Y añadía: “Te invitamos a que este lunes te guardes los posts no relacionados con la causa feminista para que sus mensajes suenen más fuerte en el timeline de todes”.

Tenemos, por lo tanto, varios ingredientes: una empresa que intenta sacar partido de la jornada feminista por excelencia, una política que reparte carnés de mujer y un iluminado del periodismo que la emprende contra una señora por querer que su marido coma caliente el 8-M.

Sobre todos estos mensajes sobrevuela la sombra de la intolerancia, es decir, del gran depredador de la convivencia, el cual provoca que las sociedades civilizadas se barbaricen.

Izquierda intolerante

La actitud del reportero en cuestión es la propia de la izquierda pija que, cegada por esa intolerancia, no alcanza a entender que una señora encuentre satisfacción en cocinar para su marido. O que los alumnos de un centro educativo no quieran participar en las reivindicaciones feministas. Le llovieron críticas este lunes al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso por prohibir el acto que tenía pensado protagonizar Irene Montero en un instituto de la capital madrileña. Le acusaron de intransigente -o de poco mujer, según Almeida- cuando, en realidad, la falta de respeto es de quienes aspiran a llegar su discurso a todos los espacios de una sociedad. ¿Qué pinta Montero en un colegio en un día lectivo?

Así es el marxismo cultural: una planta trepadora que se expande sin descanso y que no admite crítica, pues considera que todo cuestionamiento de sus causas supone apoyar a quienes la niegan. Que se lo pregunten a Lidia Falcón, histórica dirigente feminista que fue denunciada ante la Fiscalía por un delito de odio por oponerse al discurso que subyace tras la ley trans.

Una sociedad ha caído en la demencia más absoluta cuando tilda de 'machista' o 'negacionista' el hecho de señalar el radicalismo de las organizadoras del 8-M. Que, por cierto, son las mismas que el año pasado celebraron sus manifestaciones pese a la evidencia de una pandemia. O las que convocan paros parciales un lunes en el transporte público, pese al riesgo de una cuarta ola de covid-19. Cuando el agitprop se prioriza frente a la salud, y cuando una causa trata de imponerse en una sociedad, merece toda crítica. Y los silencios a este respecto se convierten en actos de complicidad.

Periodismo de encefalograma plano

Cuestionar que una señora decida hacer la comida a su marido el Día de la Mujer es un acto de fanatismo tan escandaloso como lo sería el hecho de 'reventar' una manifestación feminista por no compartir sus mensajes. El problema es que el discurso 'morado' ha logrado convertir en anatema cualquier argumento que se oponga a sus teorías sobre los 'micromachismos' o la "igualdad lingüística", lo que implica un deterioro de la convivencia -la maldita intolerancia- y deja vía libre al crecimiento de todo tipo de populismos por el ala derecha de la sociedad.

Porque, aunque no lo parezca a estas alturas, hacer vida normal el 8-M no supone ser machista ni negar la causa feminista. Y el que un hombre opine en el Día de la Mujer, queridos fabricantes de condones, no debería ser objeto de reprimenda. ¿Alguien se dará cuenta de que nos hemos vuelto locos?

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