Es su segundo libro dentro de una serie de novela negra que comenzó con Black, Black, Black (Anagrama, 2010). En esta oportunidad, Arturo Zarco, el detective privado homosexual y divorciado, se ha marchado de vacaciones a la costa levantina a causa de un desengaño amoroso. En su horizonte no está resolver ningún crimen. Sólo olvidar.
Hasta ahora, cualquier lector pensaría que de negro, esto no tiene nada. Pero si algo caracteriza las novelas de Marta Sanz es que replantean el género justo desde sus bases. Si en Black, Black, Black, usó el crimen como la astilla de una sociedad donde la madera de confrontación y la violencia se pudrían, en Un buen detective no se casa jamás (Anagrama, 2012) hará uso de un mundo exuberante, fantasioso y perverso para demostrar, también, la naturaleza de la impasibilidad, el desequilibrio, el desamor o la avaricia.
En Un buen detective no se casa jamás, apartado de su exmujer , la inspectora de hacienda coja Paula Quiñones y de su amor juvenil Olmo, Arturo Zarco vacaciona en casa de las hermanas Frankel, Marina e Ilse, gemelas monocigóticas -en una familia donde son ya tres los pares-, que habitan un enorme riuriau dominado por Amparo Orts, una especie de tía o madre postiza que despacha y ordena todo cuanto deba hacerse en sus dominios, incluso amarla, porque de lo contrario, sin ella no habrían sido nadie.
“Puede haber lectores que cuando empiezan a leer Un buen detective no se casa jamás piensen: ¿dónde está el caso? Pero no me interesaba la estructura de novela negra que va hacia atrás, es decir, ‘ha pasado un hecho luctuoso, vamos a ver cómo lo resolvemos’. Me interesaba crear un ambiente y un clima de claustrofobia, y dentro de ese mundo cada vez más asfixiante y terrorífico quería que el lector se preguntara no quién es el asesino sino quién va a ser el primer muerto”, cuenta Marta Sanz, en el sillón de un luminoso salón en el que se distribuyen por igual libros y más libros.
"En esta novela todo ocurre en la habitación de al lado. Hay una metáfora política: la de la impasibilidad"
Sanz, quien en sus libros anteriores ha trabajado también en la creación de esos espacios psicológicos muy cargados, insiste en afirmar que en esta novela es diferente. “Todo ocurre en la habitación de al lado, los personajes comparten un espacio pero todo sucede donde ellos no están”. Resulta inevitable preguntar si es esto una pedrada política desde la literatura. “Sí, es una metáfora política: la de la impasibilidad. No queremos ser protagonistas, preferimos verlo todo más allá de la pantalla del televisor, como si no nos sintiéramos responsables por nada”.
En contraposición al peso que tienen personajes femeninos como Amparo Orts, a quien Marta Sanz describe como un “personaje fallero”, los hombres de esta historia –enflaquecidas figuras- le permitieron a Marta Sanz en este libro “hacerse preguntas sobre cuál es el papel de los hombres en la sociedad que se construye hoy en día”.
El resultado de la interrogación dio paso a roles como el de Arturo Zarco o del propio Marcos Cambra, un podólogo de carácter gris que igual puede leer a Nabokob como hacer cirugías en los dedos meñiques o, porqué no, idear un plan para matar a su mujer. “Son personajes que se caracterizan por su impasibilidad y por dejarse arrastrar por la situación”, comenta Marta Sanz al oponer a Cambra y Zarco frente a un universo femenino tan “voraz” como “frágil”.
Marta Sanz se las ha arreglado para que en esta novela todo tenga un delicado doblez. El anodino podólogo y una de las frágiles y desequilibrada gemelas, Marina Frankel, sostienen una escondida historia de amor y deseo. En el majestuoso reino de Amparo Orts, Ilse, su sobrina que mantiene todo en orden, se revela como una mujer reseca, frágil y llena de celos perdidos hacia su tía y su hermana. En esta novela, además, hay padres que nunca aparecen y ausencias que jamás se cuestionan.
La doble moral que ya Marta Sanz había trabajado en Susana y los viejos, novela con la que fue finalista del Premio Nadal en 2006, se revela en la narración, a veces fabulada, otras perversa o fantasmagórica de una burguesía donde todos los personajes tienen su doble, comenzando por las gemelas.
“En la concepción de la novela la idea del dos es fundamental, porque habla del amor y la muerte, y del amor como neurosis. Es una novela donde está presente en el desdoblamiento esquizofrénico a través de uno de los personajes. Me servía para explicar el quiebre interior de Zarco con la presencia fantasmagórica de Paula, su ex mujer”, explica Marta Sanz al referirse a la arista de un meollo mucho mayor, porque si algo vertebra Un buen detective no se casa jamás es justamente la idea del amor como “neurosis y ausencia permanente”.
A lo largo ese recorrido Marta Sanz consigue una novela que, apelando al crimen y al quehacer a veces policíaco del género, consigue sin embargo lo que realmente se propuso la novela negra desde sus comienzos: retratar con el mayor realismo posible la sociedad que la produce. Sobre el tema, Marta Sanz desbroza varias lecturas sobre sus propias páginas: “Hay un tema importante, el tema del juego y también el de la suerte, que tiene que ver con una concepción del crimen que está en la novela pero que ya estaba en Black Black Black: la naturaleza y la raíz económica de las actividades delictivas, el origen del mal en la economía. Aquí rescato una frase que me encanta, que es la de Charles Chaplin en Monsieur Verdoux que decía algo como ‘La consecuencia lógica de los negocios es el asesinato’, quien quiera que lo compre y quien no, no".
Un gato razonablemente ágil da brincos de un sillón al sofá. Seguimos hablando de una novela que parece inagotable y en la que Marta Sanz parece aclarar, cada vez más y con mayor precisión, una voz fuerte de autora policíaca que acopla a su tono de potente de narradora como ya lo ha demostrado en libros como El frío, Lenguas muertas, Los mejores tiempos (Premio Ojo Crítico 2001), Animales domésticos, Susana y los viejos o Lección de anatomía (2008).