A finales de los años 60 se publicó Because en el disco Abbey Road de los Beatles; coral mística donde se invoca grandes conceptos con el asombro de un niño. Extraña por su letra sencilla -el de Liverpool tenía fama de ser un maestro en canciones con metáforas alambicadas-, fue el crítico musical Ian MacDonald el primero en ver de manera astuta que era una pista influida por la heroína. Sus imágenes, así, proyectaban la fascinación infantil de una subida de opiáceos: “Porque el viento está alto, me sacude la mente; porque el cielo es azul, me hace llorar”.
Esta sorpresa con la naturaleza, un redescubrimiento en la vejez, domina la mayoría de páginas de Confesiones de un opiófilo…; monografía póstuma de un filósofo convencido que solo la heroína podía acabar con su tedio en la ancianidad. El libro, de entradas discontinuas, reconstruye con precisión tanto su consumo de opiáceos como otras drogas. Todas estas experiencias narcóticas tienen la mesura notable de un verdadero “Dr. Feelgood” que sabe que cualquier exceso sería simplemente un suicidio. Entre la literatura y la filosofía, obra hermana del dietario Sesenta semanas en el trópico (Anagrama, 2003), revive al pensador madrileño en su yo iconoclasta.
Sin embargo, lo importante no es tanto la supuesta guía para drogarse -los críticos más torpes no saldrán de ella- sino el descubrimiento de las posibilidades creativas de esta. Así, Escohotado consigue describir la naturaleza de manera similar a Lennon en Because; una vuelta a esa sorpresa romántica del niño:
“Supongo que voy haciéndome a este monte. Solo puede acercarse así a un animal tan esquivo quien de alguna manera se ha asimilado al entorno. Ahora veo la pareja de águilas negras que anidan en algún lugar próximo; no se me escapan las plantas que renacen con cada cambio en el tiempo; sin necesidad de verlas, siento dónde andan las vacas de Julio, y hasta cuántas hay aproximadamente a este lado del muro. Es como si el bosque me hubiese acogido, otorgándome sensibilidad a sus ecos”.
El lento declinar
Resumir el diario de Escohotado como una descripción de paisajes sería injusto: los géneros se mezclan en una pieza que también juega a la disquisición filosófica, borrador de ensayo y, también, registro de dolores de sus últimos años. Casi ha coincidido en el tiempo, en ese sentido, con la última obra de Houellebecq –Aniquilación- con la cual comparte esa idea tan estoica de “aprender a morir”. Todas las entradas tardías recogen cierto hastío con las enfermedades que incapacitan el ensayista y parecen poner en peligro su copiosa producción:
“La regla de no revisar lo escrito me impide precisar si la última mención a dosis subrayaba quizá algo semejante a que con dos gramos al mes voy sobrado. Sandez grande, pues ando en torno a tres y bajando de cuatro, sencillamente porque la sedentariedad —para acabar el tomo II de Los enemigos del comercio— me condenaba a aumentar sin beneficio, logrando tan solo una mano temblorosa y un espíritu sombrío”.
Estos son los últimos esbozos, entre casas rurales de Ibiza y Madrid, donde Escohotado se enfrenta a su declinar con la esperanza de acabar todos los libros que rondan su cabeza. Es, también, el tiempo donde dejó de ser un autor oculto, maldito, para ser reconocido por la derecha liberal en España. El malestar respecto a esta tardía fama, propia de un país que prefiere el literato inspirado al ensayista concienzudo, se deja caer en algunas entradas.
En contrapartida, su recuperada familia compensa estas cuitas engreídas, consciente el filósofo que sus textos están al fin dándose a conocer gracias a su hijo Jorge Escohotado (actual albacea de la obra del pensador). Entre este sucesor recuperado y aquel fallecido, Román (muerto de un infarto en Seúl), están las entradas más emocionantes, aquellas que también evocan a sus progenitores:
“Solo por ellos me atreví a tener confianza instintiva, y a moderarla acumulando información; son ellos quienes soy yo, los únicos merecedores del laurel que algunos ciñen a mi testa. Dolores, que me perseguía para calentarme el culo con una zapatilla, Román que me cruzó la cara tres veces, siempre con tan torrencial cariño como para borrar cualquier diferencia entre sus actos y los míos. Volver a abrazarles, mostrar que soy apenas un fantasma de su ternura y benevolencia, eso colmaría toda mi nostalgia”.
Las obras inconclusas
Para aquellos lectores y discípulos de Antonio Escohotado, tribu oculta que hasta hace poco no había salido de su particular Amazonas, lo más interesante de este dietario es ver qué obras dejó sin concluir. Recordemos, su últimas publicadas fueron una evocación a Ibiza, la vindicación del espíritu clásico Hitos del Sentido, además de una historia del Real Madrid. En las páginas de este diario se cuenta, también, que el filósofo recogió “datos sobre el feminitotalitarismo”; interés tardío de alguien que prologó El rebaño de Jano García quizá como diatriba contra el llamado pensamiento “woke”.
Es, en conclusión, conmovedor ver a Escohotado moribundo convertido ya en “una bolsa de pellejo y huesos donde lo corpóreo se transforma en flujo contemplativo” y que todavía planea trabajos. Sus últimas entradas del diario recogen incluso su propósito de responder los correos electrónicos de Jorge Escohotado, ya incapaz de tomar la pluma y ejecutar aquella “buena letra” de la que se siente orgulloso. Pocos momentos tan tiernos como tristes que este párrafo ilusorio: “qué coñazo el temblor de manos. Pronto me pasaré al micrófono”.
Antonio Escohotado moriría un año después, en su vientre materno de Ibiza, habiendo alcanzado al final el prestigio que en vida le fue siempre esquivo. El pensador falleció, pero sus ideas vivían en los miles de personas que ven sus conferencias en Youtube, leen sus obras reeditadas y sigue deleitándose con el que puede ser juzgado como Timothy Leary ibérico.
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